Alain De Botton (1969) nació en Suiza y actualmente vive en Londres. Su perfil es la de un filósofo, escritor, editor, pero sobre todo un periodista de viajes que observa y escribe con estilo. “Miserias y esplendores del trabajo” (Lumen, 2011) se publicó en inglés en 2006. Se suma a otros títulos llamativos como “Las consolaciones de la filosofía”, “La fatiga del amor” y la “Arquitectura de la felicidad”. Nuestro autor da conferencias por todo el mundo y es muy simpático cuando se trata de persuadir a su auditorio sobre la importancia del tema que trae entre manos, su pluma firma los mejores diarios y sus temas son sobre el amor, la felicidad, la vida cotidiana y aquello que tenga que ver con las prácticas humanas. Las ideas de Alain De Botton están más cerca de los estudios culturales que de una filosofía sistemática, y quizá por eso buena parte de su obra se vende mucho y se referencia con la seriedad que amerita el caso.
El
libro que ahora mismo me ocupa es una pieza periodística interesante con
mínimas reflexiones de teoría social, no obstante él advierte que originalmente
pretendía realizar un ensayo donde las imágenes tuvieran un papel trascendente
(De Botton viaja con fotógrafo profesional). Sea como fuere, “Miserias y
esplendores del trabajo” es el viaje de un periodista que registró en modo
denso el día laboral de un psicoterapeuta que regentea una oficina de garaje
donde despacha la orientación vocacional de jóvenes europeos; asimismo se
pregunta ¿cómo es que ese filete de pescado llega al frigorífico del
supermercado de mi barrio?, entonces empaca y viaja hasta donde todo comienza y
escribe al respecto; igualmente quiere saber sobre el papel de los empleados en
la fabricación de las galletas más famosas, pregunta por los insumos, por el
empaquetado, por la serigrafía y por los papeles que hay en las oficinas;
tiempo después se cuela a la vida diaria de un trabajador de la empresa de auditorías
más famosa del mundo; sigue y se va a una convención de aviación donde se
venden y se compran las piezas de los animales metálicos que cruzan el
atlántico. Las preguntas que De Botton se hace van más o menos así: ¿quiénes
participan en la fabricación de esa pluma con la que se ha firmado el contrato
más grande de exportación de motores de avión?
Claro,
esto obliga a otras preguntas más precisas: y el casco de seguridad del obrero
quién lo hizo, y la zuela de los zapatos industriales dónde se fabrican… Así
hasta que aparecen las preguntas más fundamentales: ¿cuándo dejamos de conocer
el origen de las cosas que ponemos sobre la mesa para alimentarnos? Quizá en
este momento es cuando “Miserias y esplendores del trabajo” se torna
filosófico, cuando nuestro autor sabe que la fenomenología es la ruta
imprescindible para entender en qué momento el trabajo se desfiguró lo
suficiente como para no saber qué es eso que nos hace levantarnos temprano,
ducharnos, preparar el café, desayunar con prisa y subirse al colectivo para
llegar puntuales a unas oficinas; durante ocho o doce horas completar una serie
de acciones dentro de un repertorio laboral; y de camino a casa meterse a un
bar de copas y conversar con el camarero o el tipo de la barra, para más noche
llegar a casa y repetir el mismo proceso durante varios años. Se trata del
trabajo, pero De Botton sabe que el nivel operativo del trabajo es lo que
ofrece contención a la identidad del trabajador. ¡Pero esto ya no es
completamente cierto! Aquí hay una conclusión de nuestro autor.
Todo
es producción en esta obra de Alain De Botton: ¿dónde están esas manos que
aprietan las tuercas de los robots que se supone las están sustituyendo? En
alguna parte en el interior de una fábrica de galletas, o en el nivel más bajo
de la logística de barcos mercantes, o en las oficinas de reclutamiento,
etcétera. La cosa es que el trabajo tiene un nivel operativo que no siempre
descifra las verdades, por eso la genealogía no busca éstas, en cambio, seguro
de ser una potente metodología, indaga el modo en que los discursos que abrazan
el trabajo fueron diseñados y después fabricados. De Botton intuye algo
respecto a qué pasó con la verdad de la vida cotidiana, es decir, por qué hemos
perdido las coordenadas de las cosas que hacemos y por qué las hacemos, la
respuesta se puede leer en este libro, y viene a decirnos que el nivel
operativo del trabajo ahora está oculto, se hace de madrugada y nadie puede
saber en qué consiste. ¿Por qué? Precisamente porque es una verdad que está en
otro lado, que no ha dejado pistas y la única manera es indagar a escondidas,
colarse a los lugares olvidados y hacer de ratón de biblioteca o de periodista
de viaje.
Hoy el
trabajo es un edificio alto con paredes de cristal, nos dice De Botton, o por
lo menos eso es lo que nos han hecho creer, y nosotros lo hemos aceptado como
verdad corriente. El ejecutivo de rango medio entra a su oficina a las ocho de
la mañana, a mediodía asiste al comedor privado para los empleados de élite, y
a las nueve de la noche se despide de nadie porque todos se fueron a las siete.
Hasta ese momento nota que afuera hace calor y eso lo hace caer en la cuenta de
que estuvo muchas horas expuesto al frío del aire acondicionado y que ahora
mismo está en otra parte. Eso es, según la crítica de De Botton, el trabajo
contemporáneo, podríamos agregar que se trata del dominio de una nueva ética
del trabajo. Lo que es verdad, y aquí sigo con mucho cuidado las crónicas del
periodista y filósofo, es que el trabajo operativo es el que enriquece al
empresario avaricioso y superficial, se puede deducir que el joven talento
recién graduado de las universidades europeas obtendrá un puesto de rango medio
o alto y resolverá buena parte de su vida en el tiempo de cinco o seis años. A
esa élite laboral, sospecho, si bien no está exenta de algún tipo de fracaso
laboral y por eso mismo económico, es verdad que hacen parte de un grupo
afortunado que se da por descontado cuando queremos hablar de la flexibilidad,
la precariedad o el desempleo. Algo tienen que no todavía no hacen parte de
este juego dramático.
Por
otro lado, Alain De Botton ha mostrado en “Miserias y esplendores del trabajo”
una candencia de lo cotidiano, es decir, la gente que produce cosas y por eso
mismo quiere ganar dinero, siente el paso del tiempo en sus cuerpos, en sus
billeteras y en la jornada del día: se despiertan, se duchan, desayunan, luchan
con el tráfico, discuten en las oficinas y de noche terminan completamente
agitados. Esto dura muchos años, más de tres décadas en varias ocasiones.
Entonces lo interesante es que durante todo este tiempo ronda la pregunta sobre
si lo que hacemos es satisfactorio para nosotros, si sabemos que la parte que
nos toca en la división del trabajo impacta directamente sobre una comunidad
entera cuando el alimento se desempaca de las bolsas en las que vienen
envueltas en las neveras de los supermercados, etcétera. De Botton logra esto
entrevistando a los jefes y a los empleados, pero también observando las
dificultades humanas que tiene el supuesto trabajador exitoso: la soledad, la
ansiedad, la depresión, la dificultad para entablar relaciones de vínculo. Por
el otro lado está aquel que no parece importarle nada el progreso de los otros,
él tiene su sobre sueldo que lo hace irse solo a casa, pasar desapercibido y no
buscar la trascendencia humana, salvo el de tener la nevera llena y rebosada el
fin de mes.
Es
extraño, porque para mí el trabajo es producción de subjetividades, es
organización de lo vincular y de lo social. O sea, está de camino al trabajo,
en los subterfugios de la jornada de trabajo y de camino a casa después de
cumplir con el horario. Está en los fines de semana y el domingo de
supermercado, está en la infidelidad con la compañera de la oficina del alado,
en el suicidio del recién despedido, en la soledad del gerente y en la maldad
del dueño de la fábrica. Y digo que es extraño porque De Botton me ha mostrado
algo que yo había dejado pasar hasta este momento: la teoría social que he
construido en torno al trabajo no tiene que ser una apología de lo inmaterial,
precisamente es lo inverso, es en la técnica donde está el meollo del trabajo,
en lo que Heidegger nos enseñó a partir de su inmersión hegeliana. Lo diré de
otro modo: De Botton no pierde de vista el amor como principal sentimiento
humano en el mundo del trabajo moderno, pero reconoce que, por ejemplo, los
trabajadores de un embarcadero son la máxima expresión material donde el
sentimiento subjetivo del amor por el trabajo encuentra un anclaje operacional.
La identidad de estos trabajadores fortachones está en un cierto despliegue
afectivo por lo que hacen y desde donde lo hacen: su fortaleza es una suerte de
amor materializado. Esto es la belleza y el horro de los sitios modernos del
trabajo. En fin.
En
alguna ocasión le dije a mi director de tesis que la crónica no era un simple
artilugio en la teoría social, en cambio, sugerí, era una potente herramienta
que al ser puesta a disposición del mundo de la vida nos recompensaría con un
oteo sistemático de lo que llamaré desde la zona de no ficción del mundo del
trabajo.
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