Se trata de una novela corta, o de un cuento largo. La historia aborda la prostitución infantil en el caribe colombiano y de cómo las autoridades coludidas, junto con el resto de la gente, soslayaban la dramática situación. “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” (Diana, 2015) fue escrita por el colombiano Gabriel García Márquez en 1972 y se publicó por primera vez en 1974. Eréndira vivía con su abuela, una noche decidió poner el candelabro en la mesa y se recostó en su cama, no tenía sueño, sin embargo, en ese momento comenzó su desgracia, justo cuando una manda de perros empujó el fuego contra las cortinas. La cándida niña tuvo que pagarle a la vieja desalmada el costo de su error, lo hizo entregando su infantil cuerpo a cuanto varón pudiera pagar.
En la
edición que yo tengo, la triste historia viene acompañada de otras piezas de
realismo mágico. Qué es eso: ese sitio donde la virtud real del humano da
cuenta y razón de lo fantástico y lo maravilloso, no obstante, al siguiente
momento encuentra su sitio sin mayores explicaciones, se hace uno con la
materia. La portada, si bien no es la más precisa para esta historia ─me
viene mejor el desierto─, no cabe duda de que alude al universo
macondiano construido por el Nóbel de Literatura con su “Cien años de soledad”.
En la cuarta dice lo siguiente: “Criaturas mitológicas y otros personajes
asombrosos cumplen destinos extraordinarios, condenas perpetuas, descubren
universos paralelos”. Y es verdad, me parece que Márquez no tiene empacho en
poner alas a un hombre viejo y decir que un ahogado puede mantener su belleza y
seguir siendo el más hermoso del mundo, la razón quizá sea porque esas
extravagancias, en última instancia, siempre han estado en la vida cotidiana de
lo que conocemos como América Latina, solo que nadie se había atrevido a
contarlo con la belleza y la sencillez que lo hace el colombiano, sin la
pretensión gótica que podría acompañarla.
Lo que
estoy diciendo aquí es que el realismo mágico desplegado por Gabriel García
Márquez tiene la virtud de convertir lo extraordinario y lo maravilloso en algo
cotidiano, como la mujer que se va volando envuelta en sábanas y la noticia se
da sin aspavientos, solo se cuenta que se fue volando y ya; con eso basta.
Porque se pudo haber dicho la verdad: que se escapó con el chico del camión de
la basura. La pretensión gótica ha desaparecido en el realismo mágico. Quizá el
escritor colombiano lo hace así porque no tiene otra forma de explicar el
pedazo de continente que nos cupo en suerte, porque el lenguaje que corre al
límite de la realidad se cuela en lo mágico para denunciar las injusticias de
un país, y del mismo modo narra cómo dos locales sienten el viento de la
desgracia que tiene forma de gallo negro, pero no por eso dejan de desayunar
con cerveza y sancocho en una mesa de jardín en Aracataca a cuarenta grados
centígrados.
Este
libro lo compré en Oaxaca la bella, fui a visitar a mis cuatro ahijados y
aproveché para pasear un rato por la ciudad. Caminé todos los kilómetros que
pude, y lo hice arrastrando una maleta de dos rueditas y mi mochila donde cargo
mi computadora. Un poco después de mediodía y sintiendo la humedad en mi
espalda, me acerqué a una caseta turística, muy cerca de la iglesia de Santo
Domingo. “Dónde puedo beber una cerveza” pregunté a una chica guapa, “En el
McCarthy” me dijo señalando el piso de arriba de un edificio ubicado en una de
las esquinas del Andador Turístico, “¿y puedo leer a García Márquez ahí?”
pregunté por payaso, “no” reparó la chica, “eso lo haces mejor aquí al lado”
dijo sonriente. Decidí subir a beber cerveza.
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