jueves, 27 de mayo de 2021

"Esta herida llena de peces" de Lorena Salazar Masso


No existen los finales extraordinarios en las novelas; lo que parece inverosímil cobra sentido en la narración, en la descripción que el lector va recogiendo con cada frase, en el resumen mental de cada párrafo. O bien cuando cierra el libro tras la última página. Así que lo que se presenta como imposible se puede cobijar en el supuesto de que en esta historia “así sucedieron las cosas y qué le vamos a hacer”.

La trama de una novela conserva una lógica que muestra los argumentos que permiten derivar, eventualmente, en conclusiones que a veces son esperadas. Esto también sucede en un ensayo crítico, en un informe académico o, como aquí, en una novela que es capaz de convocar a cualquiera a su lectura. En fin, sucede cuando alguien quiere comunicarse por escrito.

Sin duda, el lector de novelas puede dejar pasar este proceso cognitivo, no obstante, hay un lenguaje en la ficción que lo mantiene conectado con un contenido latente que acompaña los diálogos y los monólogos, y así es como alimenta su lectura con imágenes y símbolos, con significados y significantes, con la intención de las palabras frente a las cosas que nombran. Es aquí, digo yo, donde los escritores se juegan buena parte de sus intenciones.

Pienso esto ya que he terminado de leer Esta herida llena de peces (Angosta, 2021), la primera novela de Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991). ¡Magnífica! Y aludo a los finales extraordinarios porque justo en ese punto he quedado descolocado con su libro, sintiéndome fuera de lugar, sin esas pistas que necesito para cerrar lo que comenzó al pie de una canoa a orillas de un caudaloso río y terminó en cualquier punto de la breve narrativa, a pesar de haberse anunciado el destino final del viaje desde las primeras páginas. Tengo la percepción de que la novela ya había terminado y la autora seguía contando algo que no quería dejar en el tintero. Lo entendí al final.  

No me malinterpreten, lo que quiero decir es que lo inesperado del desenlace resultó ser una sorpresa sin muchas pistas para mí, y si me apuran, diré que las sorpresas, cuando pierden su condición de asombro, uno puede atar cabos y decir sobre ellas “claro, por qué no lo vi venir”. Son pocas las señales que dan cuenta de que estaría ahí para cerrar la historia. Lo que quiero decir es que vino de ningún lugar, pienso yo. En cualquier caso, se trató de mi experiencia lectora y no deprecia la eficacia creativa de la obra. Eso sí, igual que en la novela, no quería llegar ahí, en ese río abajo del final, porque emergió en mí una genuina preocupación de que la tensión, el ritmo y las figuras poéticas desaparecieran. ¡Eso fue lo que me pasó!

Por otro lado, Esta herida llena de peces es una potente historia sobre una joven madre “blanca” que viaja en canoa con su hijo “negro” de cinco años por el Atrato, uno de los ríos más caudalosos y peligrosos de Colombia. El objetivo: propiciar un encuentro con la madre “negra” biológica que vive en alguna orilla a la que se llega navegando en un monólogo que va del presente al pasado y del pasado a un futuro que sin problemas se puede pronosticar; se hace memoria que a ratos se torna en monólogo nostálgico. Se trata, pues, de una novela que se detiene en los recodos de la memoria para librar la infancia frustrante, la pertenencia arrebatada, la maternidad inesperada y la injusticia evidente de una región abandonada y, no pocas veces, inhóspita para locales y mucho más para extraños. Sucede en Quibdó, capital del departamento del Chocó, en Región del Pacífico colombiano.

Aquí, el duelo navega sobre la oscuridad del río; abajo están las raíces y los remolinos disfrazados de remansos, esperando un descuido del que está recordando para tirar de sus piernas y sumergirlo en la nostalgia y la melancolía. ¡De ahí casi nadie sale bien librado! Y es que recordar alivia el presente y así es como medianamente se reparan los traumas ―en esta historia, la maternidad es uno de esos traumas―. La madre “blanca” sospecha que tiene que ir a su infancia para confirmar ―o al menos entender― la singular maternidad que le cupo en suerte. Y ahí recoge su papel de hija y con eso le da forma al recuerdo de su madre. Entiende que ser mamá implica haber tenido un hijo, pero el hijo “negro” no estuvo en su vientre, así que es suyo por la mitad, la otra mitad está contenida en una historia que va contando.

Yo, lector poco avezado en estos menesteres maternales, descubro que la maternidad tiene un extremo final, lamentablemente: dejar de ser madre. La posibilidad del hecho es hiel sobre herida, y cuando alguien viene a ratificar la sospecha, algo se detiene. En Esta herida llena de peces lo que se suspende es la lluvia, se puede tocar pero quema al contacto; es la corriente del Atrato que ya no avanza y de él emergen cadáveres de todas las especies; es la memoria la que ya no se desliza en los pliegues del cerebro, por eso se confunde la verdad del recuerdo con la mañosa inercia humana de inventar un pasado mejor que haga del presente un instante más llevadero. Dejar de ser madre, parece querer decir la autora, es la cancelación de la historia de vida tal como la conocen los hijos en relación ellas.

Pero entonces hay que preguntarse: ¿qué es lo que esta joven escritora colombiana quiere comunicar a sus posibles lectores? Nada, no carga con ese peso, pero el puzzle ya lo ha puesto sobre la mesa: está contando de forma genial una muy buena historia: “Tener un hijo es buscar, todo el tiempo, formas de explicar el mundo. Poner en palabras cosas terribles, milagros, presentimientos” dice la madre “blanca” y avanza comparando la selva y el río con la otra gran madre, la que lo abraza todo, la que no deja pasar los rayos quemantes del sol de selva, la que se desborda e inunda con furia lo que se cruza en su camino. En este sentido, una madre explica el mundo a partir de románticas frases o con escenas de terror. Claro, si es una madre “negra”, el terror contado puede resultar más verosímil por la histórica deuda.

Lorena Salazar Masso lleva a la madre “blanca” a unas reflexiones salidas del balde, me parece: no sé si una mujer “blanca” desee ser “negra”, pero las líneas las ha puesto la autora en voz del personaje central y por eso me tomo el tiempo de pensar en ellas. Me parece que las mujeres “negras” serían las únicas que genuinamente quisieran ser y seguir siendo “negras”. La madre “blanca”, quizá en un momento frívolo, compara su menudo cuerpo con el portento femenino de ellas que han sufrido una histórica discriminación por el color de su piel. Esas caderas anchas, supone, sostendrían mejor el vestido suelto con el que ella viaja en la canoa hacia lo que terminará siendo un final desgarrador.

Finalmente, quizá la madre “blanca” tenía toda la razón cuando dijo que “Tener un hijo es garantía de sufrimiento”, y por eso mismo Salazar Maso consideró necesario contar una historia como esta. Hay que leer la novela tan pronto como se pueda, de un jalón; todo indica que fue escrita para esto.   

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