domingo, 7 de febrero de 2021

“Larga distancia” de Martín Caparrós

 


Ayer por la tarde terminé de leer Larga distancia (Malpaso, 2017) de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), su primer conjunto de crónicas publicado originalmente en 1992. En su momento Tomás Eloy Martínez dijo de esta obra que en ella, Caparrós recuperaba la vieja tradición de los cronistas y que además la renovaba. Malpaso Ediciones, en su colección Lo real, ha recuperado aquellas palabras en forma de prólogo, y en éste se puede leer lo siguiente: “Lo mejor de Larga distancia está, sin embargo, en esa zona equívoca donde las crónicas se entretejen con la historia y la historia con la ficción”. El mismo Martín Caparrós lo ha dicho en otro lugar, la crónica Lacronica, dice él tiene algo de historia y mucho de ensayo, pero sobre todo conecta con el yo que ve y después decide contarlo. Este libro se trata del viaje, de las vicisitudes de partida y el arribo al destino, de los planes antes de irse y las fórmulas necesarias para regresarse al punto de origen con las historias que se fueron a buscar.

El autor ha viajado por el mundo, pero no de un solo tirón, más bien va y vuelve, va y vuelve, sin duda es una forma de estar en este planeta que nos cupo en suerte. Llega a Bolivia y después parte a Hong Kong, y escribe lo que ahí vio, ofrece el ambiente en el que respiró y el lector, definitivamente, no puede más que creerle y decir “sí, sin duda, ahí estuvo este hombre”. Y uno lee y entiende que Bolivia no es lo mismo que Lima, Brasil o Haití, y lo sabe porque cada historia es distinta, porque la descripción del autor define los límites, marca las fronteras y no hay forma de mezclar lo duro con lo suave. “Es un maestro de la atmósfera” dicen algunos y creo que le viene bien ese letrero. Y charla con la gente, y crea un perfil del Che y uno más de Malcom Lowry y hasta uno de Borges, y después cuenta una historia de las que vienen en los libros de Historia. Todo esto lo sostiene con el ensayo, que es el secreto, creo yo, del que puede ser considerado el mejor cronista vivo de Hispanoamérica.   

A Martín Caparrós le gusta comer, degusta los alimentos. Pero comer es un acontecimiento, lo sabe el viajero, el cronista, así que en ese instante todo se detiene, o más bien le para bolas a lo que en ese momento está sucediendo: la comida. Y lo describe, y le da nombre, y dice si le gusta o no le gusta, y mientras come ―mientras leemos que come― habla de las contradicciones que China tiene con el progreso, la modernidad y su historia milenaria, nos cuenta de la Bolivia Cocacolera y de un indígena que se llama Evo Morales y que se ha puesto a la delantera de un sindicato para echarle bronca al gobierno en turno. Estamos en 1992. Yo creo que come el cronista porque no porque el cuerpo se lo exija, sino por el placer de comer lo que el cuerpo no precisamente necesita. El cuerpo. El del Che, por ejemplo, donde aparece en una foto que mira hacia el futuro, con los cabellos al aire y la boina calada. Lo asesinaron en La Higuera, una localidad de Bolivia donde se ve el busto del revolucionario argentino-cubano, y hasta allá fue el cronista a preguntarle a la gente cómo es vivir ahí, qué significa habitar en el lugar donde murió el modelo del “hombre nuevo”.

“Ya nadie pide larga distancia” dice el cronista en una especie de interludio de capítulos, ahora todo es directo y en tiempo real, eso es lo que quiere decir el autor. Ya nadie se cuela a una caseta de teléfono a esperar que la recepcionista nos mande al otro lado del mundo, ahora todo está en la palma de la mano y basta con que el otro esté al pendiente de la notificación para reducir las distancia. Para eso sirven los viajes, creo yo, y lo digo porque me lo hace creer este libro, sirven para sostener el tiempo pasado, no porque haya sido mejor, sino más bien porque siempre es robusto, lo que pasa es que hay que poner más atención, ahora hay que mirar con más tiempo y paciencia. Todo esto es de lo que ahora carecemos. Y empacamos ligeramente porque queremos llegar lejos, porque el viaje, de alguna manera, es acortar la distancia con lo que dejamos y acercarnos más a nosotros. Viajar, siempre viajar, que, sin duda, se completa con regresar. Pero si el regreso, si este retorno, no es para contar lo que se vio porque eso se fue a buscar, mejor que no volvamos hasta dar con aquello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario