sábado, 12 de febrero de 2022

“La automatización y el futuro del trabajo” de Aaron Benanav

 

Aaron Benanav es optimista, donde los superricos de Silicon Valley ven el fin del trabajo, él encuentra un futuro que está en manos de ciertos agentes de cambio. En su libro “La automatización y el futuro del trabajo” (Traficante de sueños, 2021) da cuenta de la “actual reaparición del discurso sobre la automatización” como respuesta a una realidad: “hay muy pocos empleos para demasiada gente”. Esto se debe, dicen los teóricos de la automatización, a que los avances tecnológicos están sustituyendo el factor humano en el mundo del trabajo contemporáneo. Nuestro autor tiene una hipótesis distinta y da cuenta de ella en su libro. Dice lo siguiente: “A medida que el crecimiento económico se desacelera, las tasas de creación de empleo descienden y es eso, no la destrucción del empleo provocada por la tecnología, lo que ha reducido la demanda global de trabajo”. Como podemos ver, Benanav encuentra el problema en otro parte y sus preguntas, en consecuencia, requieren nuevas respuestas.

Aquí el problema que tenemos es muy claro: el trabajo asalariado permite que la gente llegue a fin de mes con la nevera llena y la asistencia médica medianamente cubierta. Entonces, si la gente no trabaja no tiene forma de cumplir esta sentencia de forma legal. Ciertamente, una renta básica es una solución, no obstante, y de esto da cuenta nuestro autor en el largo de su libro, no soluciona en plenitud el problema. ¿Por qué? Es por la escasez, nos dirá Benanav, por eso busca la forma de alcanzar teóricamente la posibilidad de un “futuro posescasez, sin la plena automatización de la producción”, de tal suerte que el trabajo siga siendo una forma de construir identidad y sentimiento gregario entre las personas. Otra vez, el trabajo aquí se trata del mundo subjetivo implicado en los individuos en sus vidas cotidianas. Se trata, nos dice el autor, de que la vida laboral no sea el centro de nuestra existencia, que más bien tengamos tiempo para el mundo lúdico sin asumir de ese modo el riesgo de morirnos de hambre y que nos echen a la calle por estar en mora.

Benanav no pierde de vista las circunstancias en la que nos ha puesto la pandemia, así que el temor de perder nuestro empleo se agravó más en los últimos dos años, y justamente porque los teóricos de la automatización asumieron que la irreversibilidad de la pandemia implica “un futuro más automatizado” en que muchos trabajadores serán prescindibles. Este discurso se sostiene no en la realidad de que una máquina haga nuestro trabajo, sino en la eficiencia con que lo logre: a menor cantidad de empleados y mayor producción automatizada, las cuentas salen redondas a favor de los millonarios. Y claro, todo esto confirma la teoría de los robots con CV en las oficinas de reclutamiento, que por cierto ya hay sistemas computarizados que hacen ese trabajo.

Tratándose de un historiador económico, nuestro autor dice que la desindustrialización del trabajo es responsable, en buena parte, de la poca demanda de trabajo a nivel global. Es decir, ciertamente, la producción es mayor con menos trabajadores, no obstante, la causa es otra: “no porque el cambio tecnológico esté dando paso a elevadas tasas de crecimiento de la productividad”, sino porque la línea de crecimiento con la que se mide está por los suelos, de tal suerte que cualquier despunte rebaza todas las expectativas. Lo interesante está en la formulación de un discurso de “la teoría de la automatización”, lo que quiere decir que a la gente se le ha convencido de que el desarrollo tecnológico está sustituyendo al trabajador y es mejor comenzar a hacernos a la idea.

Benanav lo quiere dejar muy claro en su libro, pues su ataque es a estos teóricos de la automatización y su tesis de que la tecnología disminuye la demanda de trabajo: los defensores buscan evidencia tecnológica que les dé razón a sus teorías, pero descuidan otra lectura, quizá más histórica: el fenómeno se explica por una “sobresaturación de los mercados globales de manufacturas, el descenso de las tasas de inversión en capital fijo y la correspondiente relentización económica”. Es decir, la baja demanda de trabajo tiene que ver más con un problema económico antes que con el desarrollo de tecnologías, y aquí está la clave: se trata de que los mismos millonarios que auguran el fin del trabajo son los que retiran su inversión con los efectos de la vida laboral que se han descrito aquí. Vamos a explicarlo de otra manera: los trabajadores que perdieron sus puestos de trabajo o les recortaron el salario, se vieron en la necesidad de buscar un nuevo empleo, es decir, había mucho trabajador en el mercado laboral, de tal suerte que los empresarios decidieron hacer un movimiento conocido: retirar a los empleados con muchos años de servicio y con grandes prestaciones, y así poder darle paso a los nuevos precarios que por menos se conformaban. La cosa, nos dirá nuestro autor, es que a nivel global son muchos los individuos en esta situación de precariedad, o sea, poco trabajo para muchos demandantes.

La sensibilidad de Benanav le hace escribir lo siguiente: “La mayoría de la gente está apañándose como puede, sacando de uno en uno minutos adicionales de vida mientras que los dueños de activos más ricos han amasado cantidades de capital que han alcanzado el equivalente monetario a la inmortalidad”. Esto es un insulto a la dignidad humana, pues los ubica en lo que nuestro autor llama “empleados excedentes”, es decir, flotan por ahí hasta que una empresa haya hecho el mismo procedimiento señalado arriba y así sucesivamente. Todo esto viene a significar que la poca demanda de trabajo tiene que ver, maldita sea, con el enriquecimiento de los multimillonarios, es decir, el fin del trabajo, en contra de la voluntad de los teóricos de la automatización, significa la precarización de la vida de los “trabajadores excedentes” que estarán ahí para cuando se les necesite a cambio de un salario miserable.

Cuando este joven autor habla del futuro del trabajo alude al gran reto que los jóvenes tienen por delante: jamás podrán mantener un hogar con los ingresos que tienen, no lograrán ser independientes y estarán obligados a vivir permanentemente con sus padres o compartiendo un departamento con tres o hasta cinco extraños. Estarán obligados a adquirir créditos con bancos para poder estudiar, sin embargo, llegado el momento de comenzar a pagarlos se darán cuenta que cada vez les quitan la mitad o un poco más de sus sueldos. Para Benanav está muy claro, las tecnologías desarrolladas por las “sociedades capitalistas” tienden, precisamente, al “control capitalista”, esto es, no pretenden liberar a los trabajadores de la miseria y de sus “trabajos de mierda”, sino buscan tenerlos produciendo a favor de la riqueza que pretenden acumular.

Pues bueno, el agente de cambio al que aludimos al comienzo emerge de tener conciencia del escenario en el que estamos. Si el avance tecnológico no nos lleva a un escenario de posescasez, entonces lo que nos resta es apostar por los “movimientos sociales” para modificar la “vida social”. A decir de nuestro autor, las acciones colectivas son las que pueden presionar y provocar un cambio en las “reformas tecnocráticas”; porque lo que está en juego no es la abundancia en la producción, sino la conciencia que tengan los individuos para preguntarse ¿qué es lo que quiero hacer con mi tiempo de vida? Para ello tienen que ser parte del plan en el mundo laboral. Claro, toca preguntarle a nuestro autor a qué movimientos sociales se refiere, si el único que realmente provocó cambios radicales fue el obrero y él lo descarta por completo. De qué acciones colectivas estamos hablando si en Sudamérica y en Europa hemos visto que sus resultados son parciales y nunca estructurales. Sí, es verdad, Colombia y Chile pueden ser una excepción, pero no es la regla.

En fin, a estas alturas, cuando alguien me habla del trabajo asalariado y su implicación en el mundo de la vida, solo puedo pensar en que el discurso de la automatización no es que se equivoque, lo que sucede es que su radiación académica y en los medios de comunicación ha sido disputada y hasta ahora, según las evidencias, la tienen en sus manos los millonarios de Silicon Valley. Cautiva muy bien; por eso gusta mucho a la juventud emprendedora.


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