Aaron Benanav es optimista, donde los superricos de Silicon Valley ven el fin del trabajo, él encuentra un futuro que está en manos de ciertos agentes de cambio. En su libro “La automatización y el futuro del trabajo” (Traficante de sueños, 2021) da cuenta de la “actual reaparición del discurso sobre la automatización” como respuesta a una realidad: “hay muy pocos empleos para demasiada gente”. Esto se debe, dicen los teóricos de la automatización, a que los avances tecnológicos están sustituyendo el factor humano en el mundo del trabajo contemporáneo. Nuestro autor tiene una hipótesis distinta y da cuenta de ella en su libro. Dice lo siguiente: “A medida que el crecimiento económico se desacelera, las tasas de creación de empleo descienden y es eso, no la destrucción del empleo provocada por la tecnología, lo que ha reducido la demanda global de trabajo”. Como podemos ver, Benanav encuentra el problema en otro parte y sus preguntas, en consecuencia, requieren nuevas respuestas.
Aquí el
problema que tenemos es muy claro: el trabajo asalariado permite que la gente
llegue a fin de mes con la nevera llena y la asistencia médica medianamente
cubierta. Entonces, si la gente no trabaja no tiene forma de cumplir esta
sentencia de forma legal. Ciertamente, una renta básica es una solución, no
obstante, y de esto da cuenta nuestro autor en el largo de su libro, no
soluciona en plenitud el problema. ¿Por qué? Es por la escasez, nos dirá
Benanav, por eso busca la forma de alcanzar teóricamente la posibilidad de un
“futuro posescasez, sin la plena automatización de la producción”, de tal
suerte que el trabajo siga siendo una forma de construir identidad y
sentimiento gregario entre las personas. Otra vez, el trabajo aquí se trata del
mundo subjetivo implicado en los individuos en sus vidas cotidianas. Se trata,
nos dice el autor, de que la vida laboral no sea el centro de nuestra
existencia, que más bien tengamos tiempo para el mundo lúdico sin asumir de ese
modo el riesgo de morirnos de hambre y que nos echen a la calle por estar en
mora.
Benanav
no pierde de vista las circunstancias en la que nos ha puesto la pandemia, así
que el temor de perder nuestro empleo se agravó más en los últimos dos años, y
justamente porque los teóricos de la automatización asumieron que la irreversibilidad
de la pandemia implica “un futuro más automatizado” en que muchos trabajadores
serán prescindibles. Este discurso se sostiene no en la realidad de que una
máquina haga nuestro trabajo, sino en la eficiencia con que lo logre: a menor
cantidad de empleados y mayor producción automatizada, las cuentas salen
redondas a favor de los millonarios. Y claro, todo esto confirma la teoría de
los robots con CV en las oficinas de reclutamiento, que por cierto ya hay
sistemas computarizados que hacen ese trabajo.
Tratándose
de un historiador económico, nuestro autor dice que la desindustrialización del
trabajo es responsable, en buena parte, de la poca demanda de trabajo a nivel
global. Es decir, ciertamente, la producción es mayor con menos trabajadores, no
obstante, la causa es otra: “no porque el cambio tecnológico esté dando paso a
elevadas tasas de crecimiento de la productividad”, sino porque la línea de
crecimiento con la que se mide está por los suelos, de tal suerte que cualquier
despunte rebaza todas las expectativas. Lo interesante está en la formulación
de un discurso de “la teoría de la automatización”, lo que quiere decir que a
la gente se le ha convencido de que el desarrollo tecnológico está sustituyendo
al trabajador y es mejor comenzar a hacernos a la idea.
Benanav
lo quiere dejar muy claro en su libro, pues su ataque es a estos teóricos de la
automatización y su tesis de que la tecnología disminuye la demanda de trabajo:
los defensores buscan evidencia tecnológica que les dé razón a sus teorías,
pero descuidan otra lectura, quizá más histórica: el fenómeno se explica por
una “sobresaturación de los mercados globales de manufacturas, el descenso de
las tasas de inversión en capital fijo y la correspondiente relentización
económica”. Es decir, la baja demanda de trabajo tiene que ver más con un
problema económico antes que con el desarrollo de tecnologías, y aquí está la
clave: se trata de que los mismos millonarios que auguran el fin del trabajo
son los que retiran su inversión con los efectos de la vida laboral que se han
descrito aquí. Vamos a explicarlo de otra manera: los trabajadores que
perdieron sus puestos de trabajo o les recortaron el salario, se vieron en la
necesidad de buscar un nuevo empleo, es decir, había mucho trabajador en el mercado
laboral, de tal suerte que los empresarios decidieron hacer un movimiento
conocido: retirar a los empleados con muchos años de servicio y con grandes
prestaciones, y así poder darle paso a los nuevos precarios que por menos se
conformaban. La cosa, nos dirá nuestro autor, es que a nivel global son muchos
los individuos en esta situación de precariedad, o sea, poco trabajo para
muchos demandantes.
La
sensibilidad de Benanav le hace escribir lo siguiente: “La mayoría de la gente
está apañándose como puede, sacando de uno en uno minutos adicionales de vida
mientras que los dueños de activos más ricos han amasado cantidades de capital
que han alcanzado el equivalente monetario a la inmortalidad”. Esto es un
insulto a la dignidad humana, pues los ubica en lo que nuestro autor llama
“empleados excedentes”, es decir, flotan por ahí hasta que una empresa haya
hecho el mismo procedimiento señalado arriba y así sucesivamente. Todo esto
viene a significar que la poca demanda de trabajo tiene que ver, maldita sea,
con el enriquecimiento de los multimillonarios, es decir, el fin del trabajo,
en contra de la voluntad de los teóricos de la automatización, significa la
precarización de la vida de los “trabajadores excedentes” que estarán ahí para
cuando se les necesite a cambio de un salario miserable.
Cuando
este joven autor habla del futuro del trabajo alude al gran reto que los
jóvenes tienen por delante: jamás podrán mantener un hogar con los ingresos que
tienen, no lograrán ser independientes y estarán obligados a vivir
permanentemente con sus padres o compartiendo un departamento con tres o hasta
cinco extraños. Estarán obligados a adquirir créditos con bancos para poder
estudiar, sin embargo, llegado el momento de comenzar a pagarlos se darán
cuenta que cada vez les quitan la mitad o un poco más de sus sueldos. Para
Benanav está muy claro, las tecnologías desarrolladas por las “sociedades
capitalistas” tienden, precisamente, al “control capitalista”, esto es, no
pretenden liberar a los trabajadores de la miseria y de sus “trabajos de
mierda”, sino buscan tenerlos produciendo a favor de la riqueza que pretenden
acumular.
Pues
bueno, el agente de cambio al que aludimos al comienzo emerge de tener
conciencia del escenario en el que estamos. Si el avance tecnológico no nos
lleva a un escenario de posescasez, entonces lo que nos resta es apostar por
los “movimientos sociales” para modificar la “vida social”. A decir de nuestro
autor, las acciones colectivas son las que pueden presionar y provocar un
cambio en las “reformas tecnocráticas”; porque lo que está en juego no es la
abundancia en la producción, sino la conciencia que tengan los individuos para
preguntarse ¿qué es lo que quiero hacer con mi tiempo de vida? Para ello tienen
que ser parte del plan en el mundo laboral. Claro, toca preguntarle a nuestro
autor a qué movimientos sociales se refiere, si el único que realmente provocó
cambios radicales fue el obrero y él lo descarta por completo. De qué acciones
colectivas estamos hablando si en Sudamérica y en Europa hemos visto que sus
resultados son parciales y nunca estructurales. Sí, es verdad, Colombia y Chile
pueden ser una excepción, pero no es la regla.
En fin,
a estas alturas, cuando alguien me habla del trabajo asalariado y su
implicación en el mundo de la vida, solo puedo pensar en que el discurso de la
automatización no es que se equivoque, lo que sucede es que su radiación
académica y en los medios de comunicación ha sido disputada y hasta ahora,
según las evidencias, la tienen en sus manos los millonarios de Silicon Valley.
Cautiva muy bien; por eso gusta mucho a la juventud emprendedora.
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