lunes, 6 de septiembre de 2021

“El sistema de los objetos” de Jean Baudrillard

 


Jean Baudrillard es un filósofo francés y profesor de sociología nacido en 1929 y muerto en marzo de 2007. Considerado como uno de los críticos culturales más potentes del siglo pasado. Su obra, en conjunto, versa en torno al análisis de la posmodernidad y la filosofía posestructuralista. En 1968 publica “El sistema de los objetos” (Siglo XXI, 1970), libro basado en su tesis doctoral sostenida ante semejante triunvirato: Henri Lefebvre, Roland Barthes y Pierre Bourdieu.

Sumado a “El sistema de los objetos”, están un par de libros más donde este pensador francés insiste en que el problema del capitalismo ronda más bien en el consumo antes que la producción. A saber: “La sociedad de consumo” de 1970 y “Crítica de la economía política del signo” publicado dos años después, en 1972. Lo que provoca el giro de su atención en el consumo antes que en la producción es el “signo” producido por los objetos. Siguiendo un pensamiento situacionista, Jean Baudrillard intuye que el consumismo ha dominado todo el territorio de la vida cotidiana. Todo esto se puede porque Baudrillard astutamente ha abandonado el discurso de la naturaleza y ha centrado sus intereses filosóficos en el lenguaje. Es decir, el capitalismo todo él es un lenguaje.

La tesis parece sencilla: es el consumo lo que despliega la lógica de las significaciones ―“significante” dicen los lacanianos, teoría a la que Baudrillard acude una vez y cada vez―. Vayamos a ver qué significa esto.

El objeto está determinado por sus funciones, por su materialidad y las características de estos. Hay un objeto que sirve para vivir, pero ese mismo objeto gana un “significante” ―pueden ponerle cualquier otro nombre, la cosa es que algo gana y es simbólico―. En todo caso, a esto se le llama valor y ofrece este cambio de signo.

Pero podemos detenernos un poquito. Baudrillard dice que los objetos tienen un sistema. La pregunta genealógica se abalanza perezosamente sobre él, cualquiera que éste sea. ¿Qué es un sistema y porqué sostiene el despliegue de los objetos? Se trata de elementos que están interconectados y que su funcionamiento, es decir, su esencia, depende de esto. Así, un sistema es algo que funciona, y todo lo que funciona busca una consecuencia, o sea, su accidente. El libro que aquí nos ocupa, a decir de Baudrillard, sería el consumo en relación con el sujeto consumidor, que es el actor principal de la sociedad “posindustrial” del “capitalismo tardío” u, otra vez, cómo ustedes prefieran llamarlo: ¡sociedad posmoderna!

Claramente el pensador francés nos habla de un sistema de lenguaje, uno conceptual que va por la vida definiendo todo lo que se le ponga en el camino. Y entonces están los objetos. ¿Qué son estos? No hay que desplegar tanto el pensamiento, partamos de algo sencillo: son cosas. Así nada más, cosas como sillas, televisores, casas, vestidos o un par de tenis. Baudrillard comienza reconociendo lo que ya todos sabemos: hay una producción descomunal de objetos, por cualquier lado que volteamos hay cosas que nos inundan, algunos más funcionales que otras, pero en cualquier caso, de principio, tienen que funcionar. Un objeto es algo que adquiere materialidad, pero una casa es un objeto para vivir, así adquiere un signo, un “significante”. Es la tuerca que sostiene la sociedad de consumo, parece decirnos el filósofo francés.

Pero yo quiero entender por dónde le entra el agua al coco: ¿de dónde viene este “significante” de los objetos”? Su génesis está lejos de la sociedad de consumo, primero porque la gente compra por sistema, y si bien sus acciones son genuinas, sus motivaciones están en otra parte; en segundo lugar, porque el consumo es un performance, es decir, patrones de comportamiento que responden a cánones discursivos que alivian la incertidumbre cuando se siguen. En este segundo lugar es donde puedo encontrar algunas pistas.

Ya queda claro que mi hipótesis de lectura es que el sistema en este ensayo de Baudrillard es semántico. Y es él quien dota de recursos lingüísticos a los engranajes de eso que llamamos sociedad de consumo, justo donde los objetos están entramados por su signo ―por lo que significan, pues―, por su valor de cambio. Por eso un objeto que sirve para vivir puede ser una casa de interés social, un chale o, en el más extremo de los casos, una residencia en los pedregales y galeras al sur de la Ciudad de México o en el norte de Bogotá. En todo caso, el objeto, si nietzscheano quieren ser, sufre una transvaloración que lo hace significar algo completamente distinto a su génesis, algo que, incluso, lo puede llegar a negar, pero no por eso lo desaparece.

Puede sonar raro y poco riguroso ―o sea, posmoderno― esto que voy a decir: la cosa es dejar actuar a los objetos ―dejar actuar sus signos― y descubrir en qué lugar el sistema ubica al sujeto. Esto es rebasar a Marx y atorarse con Lacan. El sujeto se separa completamente del objeto, es cartesiano, porque pensar desprende el existir. Con Lacan el sujeto y el objeto son lo mismo, porque el sujeto, en mejor instancia, es lenguaje. Por esto mismo es superar ―o creer haber superado― a Freud, porque la historia y la cultura ofrecen la ontología del individuo. Pero Baudrillard no se desprende completamente de este asunto, su preferencia situacionista lo hace volver al marxismo constantemente, pero se escapa ―parece intentarlo varias veces en el libro― cuando sospecha que las respuestas las encontrará en el signo en tanto elemento fundamental del lenguaje.

No digo que Baudrillard haya dado al traste el viejo humanismo del proyecto moderno, o si me esperan, hasta del humanismo renacentista, aún más robusto que aquél. Pero el final de su ensayo advierte un nuevo humanismo del consumo, el cual consiste básicamente en que “el fin último de una sociedad de consumo […] es la funcionalización del propio consumidor, la manipulación psicológica de todas las necesidades; una unanimidad del consumo que corresponde, por fin, armoniosamente a la concentración y al dirigismo absoluto de la producción”. Si bien es una conclusión que deriva de un largo argumentario por parte de Baudrillard, no podemos estar muy de acuerdo con ella.

El humanismo renacentista y el que propone el proyecto moderno desplegado en la Escuela de Frankfurt, está lejos del hombre manipulable, pues es la razón quien debe gobernar sus patrones de comportamiento. La razón le es inherente y está sentenciado a ella. Sí, Marcuse nos recordó, siguiendo a Freud, la parte pulsional del principio de la realidad, pero la multidimensionalidad no era imposible, en realidad, no dijo, es la sustancia del hombre, lo otro es un accidente para restaurar. Baudrillard se burla en mi cara diciendo que “La sociedad de consumo […] ofrece al individuo, por primera vez en la historia, una posibilidad de liberación y de logro total” porque ha dejado atrás el consumo funcional y ahora se trata de una elección individual. Maldita sea, Baudrillard tiene razón, pero sigo sin estar de acuerdo.

Baudrillard habla de un lenguaje completamente nuevo, ya hemos dejado claro esto, lo ha ofrecido el sistema semántico de la sociedad “posindustrial” o “posmoderna”. Y es verdad. Mi desacuerdo está en que para Baudrillard este lenguaje parece genuino, genealógico, y eso es mentira, según yo, porque se trata de un sistema programado no por los sujetos-actores de la “posmodernidad”, nada menos cierto que eso, se trata, precisamente, de un sistema programado y recodificado, pero no inercialmente, no devino, me niego a esa tesis, pues su origen está en la tradición emergente del neoliberalismo y el libre mercado que ―agárrense― está coludido con la posmodernidad en tanto familia discursiva salida de la universidad e inoculada en la sociedad de saberes prácticos de la industria productora de objetos.

Mi problema es que todo esto se convierte en formulaciones de un pathos obligado, de patrones de comportamiento que niegan los resultados mediáticos. El ejemplo claro son las psicoterapias que presumen de “originales” por combinaciones de representaciones antes que de “significantes”. “Neuroeducación” dicen unos con la boca llena, “neuromarketing” lanzan otro aberrantes, “el camino del guerrero” como terapéutica asumen muchos ingenuos. Y qué decir de las “psicoterapias filosóficas” donde la lista es larga y a toda terapéutica se le pone un adjetivo muchas veces absurdo. El objeto, a decir de Baudrillard ―y no hay más que estar de acuerdo con él― ha sido rebasado por un nuevo lenguaje y, en última instancia, es lo que la sociedad de consumo nos ofrece como el único idioma que el sistema tiene y con el que estamos en contacto. En este sentido, la disputa está aquí y hay que partirse el lomo para no volver a perder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario