miércoles, 30 de mayo de 2018

Reseña #5: “Efectos secundarios” de Rosa Beltrán




El autor:

Se llama Rosa Beltrán y es mexicana. Es una escritora y catedrática en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ojo, no enseña a escribir. Pero de eso hablaremos en otro momento si me acuerdo. Tiene premios por aquí y por allá y no los presume, pero sí que sus colegas la reconocen por los mismos. 


No sé si los que compran sus libros se fijan en esto de los premios, yo creo que no. O la mayoría de los lectores no lo hacemos. Salvo por mis sabios amigos -no todos- expertos en filología, el resto nos fijamos en la pinshi portada (bonita como una chingada), luego en la contraportada (con letras grandes o si no, no) y después en el precio (no más de doscientos porque el horno hace mucho que apagó la candela). Este último detalle, el precio, define si lo compramos o no. Quien diga lo contrario, lo felicito, pero no le creo.

En fin, Rosa Beltrán es una escritora que sabe escribir: las historias que cuenta son demasiado buenas y están muy bien escritas. O como he leído en otras reseñas: “tiene unos personajes muy bien logrados”. Jajaja. Me suena a actriz justificando su pose en pelotas en Playboy cuando dice: “son fotos muy bien cuidadas”. Rosa Beltrán, al menos en esta obra, es capaz de llevarnos del dormitorio de Gregorio Samsa hasta la Comala de Rulfo. Sí, señor, “porque fuimos potencia mundial”. 

Mis intereses:
No había leído antes a Rosa Beltrán. Aunque en mis registros universitarios aparece algo de ella, pero no estoy muy seguro. Quizá alguna profesora feminista me hizo leer algún capítulo, algún ensayo, pero no lo recuerdo con exactitud. No obstante, su nombre me suena, siempre me ha sonado. 

El ejemplar estaba en el librero del que hablé cuando reseñé “La Paloma” de Patrick Süskind. Ahí estaba y en la primera página me he encontrado con una dedicatoria firmada por mí. O sea que fue un libro que yo regalé. Esto confirma mi duda: Me suena Rosa Beltrán. Claro que me suena, de lo contrario no la hubiera recomendado, mucho menos ofrecer un libro suyo como regalo. 


De qué va el libro:
Cuando mis amigos escritores publican un libro suelen llamarme y decir “ey, Pocho -me dicen Pocho y no Poncho porque son Afonso y no Alfonso- que me han publicado y quiero que comentes en la presentación”. Yo acepto y de inmediato voy a donde Margarita ¬-mi querida y entrañable librera- para comprar el libro. De vuelta a mi estudio leo y leo y en la noche hago la reseña y les llamo para decirles “listo, para cuando me digas”. Espero ansioso la fecha, sobre todo porque invariablemente habrá mezcal oaxaqueño gratis y sin duda en alguna cantina mexicana se armará la verraquera para terminar de celebrar. 

Pues bueno, el personaje de “Efectos secundarios” es un presentador de libros profesional. O sea que se dedica a eso, le pagan por eso. Las editoriales lo tienen en una lista y cuando hay un nuevo título le llaman y le dicen “un libro de autoayuda acaba de salir al mercado editorial, necesitamos que lo presentes y ya sabes lo que esperamos de ti”. Así como lo leen, así funciona. No crean que a mí me contratan para eso, jamás lo haría. ¡Dios me salve! ¿O sí me contratan para ello? A este personaje no lo invitan a los mezcales, él hace su trabajo y presenta novelas decorosas y libros que hablan de por qué miquimaus tiene las orejas grandes. Y de todas tiene que hablar bien. 

Rosa Beltrán

Mi opinión:
Pero además el personaje es un lector obsesivo de los clásicos, lo que me hace pensar que ahí encuentra la pureza de la literatura, y no en los bodrios que está obligado a tragarse con la prisa del consumismo desmedido. Y si nos portamos serios, se trata de un presentador de libros profesional en un país en el que aparecen cuerpos de mujeres enterradas en el subsuelo de un estado norteño. La saña con que los criminales matan y desaparecen a estas personas sólo se puede esperar en la ficción, sin embargo, ahora está a la luz de todos: en las noticias, en las redes, en la cara de quien quiera hacerse el morboso. Leer literatura, entonces, se convierte en una forma de escapar de tanta violencia… o por el contrario, se transforma en posibilidad de reclamo. La novela, según creo desde este extraordinario monólogo, sirve para generar municiones políticas a la hora de la diatriba contra la insensibilidad de los gobiernos en turno. 

Si la literatura es ficción y queremos apoyarnos en ella para la crítica, más nos vale que sea potente porque las ideas que de ahí surjan serán las armas para la insubordinación. Si no las encontramos en la mala literatura del presente, pues las buscamos en los clásicos que están más vigentes que nunca. 

En este mundo kafkiano (¿se escucha chingón no?) las mujeres tienen que sobrevivir para continuar luchando por su derecho al buen vivir. Esa dignidad que ahora se extraña. ¿Y si las matan? Aquí está el aporte de “Efectos secundarios”, pues para eso tenemos a Rulfo, nos vamos a Comala y hacemos hablar a los muertos. Pero eso sí, callados no podemos quedarnos en este país de mierda. 

Brevedades del libro:
Creo que ya lo dije antes. Descubrí en su primera página una dedicatoria con mi firma. 

¡No se mueran nunca!

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