En las cosas que yo cuento sobre la provincia (Juchitán, Oaxaca) siempre aparece un bosque embrujado. Me dicen, los que se niegan a esta posibilidad, de que en la provincia no hay bosques, y yo, necio con mi ficción, sugiero que alguna vez existieron. Gabriel López Chiñas (Juchitán, 1911-1983), quien fuera poeta y narrador, me da la razón de ese lugar misterioso donde un audaz conejo hizo de las suyas contra otros animales y hasta con cazadores y paseantes entre niebla densa y árboles que, si uno escucha atento, dicen cosas.
¿Qué quiere decirnos el autor al
poner a un pequeño animal, indefenso él por naturaleza física, como el más
astuto de todos en aquel inhóspito lugar? ¿Acaso nos dice que el tamaño no
importa si la inteligencia es la característica principal? Sea como fuere,
López Chinas fabula y hace fantasía para hacer una literatura propia de
principios del siglo pasado: describir con leyendas ─con esa brutalidad que a
veces las acompaña─ la histórica y estática naturaleza. No hay símbolos en
“Vinnigulassa (cuentos de Juchitán)” (UNAM, 1974), lo que hay es alegoría en
cada cuento.
Veamos: Conejo no era indefenso, más
bien mañoso y para salir avante del problema era capaz de llegar a los
extremos; contaba con la ingenuidad de los otros animales. López Chiñas sabe
que es necesario dejar claro que no por pequeño su violencia es menos
desagradable. Sospecho que lo hace con un sentido conservador ─lo siento,
parece que así es─, que sólo hay alguien ─un Dios indiferente a las quejas de
sus otras creaciones a los que Conejo maltrató─ que puede frenar el desastre
que está provocando en un bosque, ese paraíso donde está todo unido.
Conejo, quien en esta serie de
cuentos representa el domino sobre la naturaleza, no puede ser frenado por la
razón, por la ilustración que abrazaba el mundo creado por Dios. Y López
Chiñas, por alguna razón que aquí no voy a interpretar, supera esta fase y pasa
del naturalismo a la fábula y de ahí a la fantasía y, sin mayor empacho,
termina en la ciencia ficción. ¡Brutal lo que hizo mi paisano en estas breves
páginas!
Así describe el autor los escenarios
en los que va a trabajar sus microcuentos: “El sol colgaba como una onza de oro
sobre el pecho azul del día”. Los cuentos de Gabriel López Chiñas están en el
intersticio del cielo fantástico y el naturalismo fabulado. Hay una suerte de
realismo mágico que tuerce la escritura del autor para explicar lo divino con
la fábula. Y me parece buena idea, no obstante, me hace frenar en seco y
preguntarme si su trama narrativa tiene como objetivo filológico y filosófico
nombrar, y así capturar, la cosmovisión indígena de los vinnigulasa.
Para el autor es necesario describir
la escena estática, pero también la acción de los animales a partir de
onomatopeyas. ¿Qué es lo que busca el narrador con estas escenas en sus
cuentos? Mostrar que los animales son personajes. Y si me apuran diré que son
primarios, lo demás, justamente, es naturaleza. Es que la naturaleza habla, y
lo hace a través de un realismo mágico, el de los fenómenos naturales que López
Ciñas podría llamar “furia de la naturaleza”, o bien “olas rabiosas de la
laguna encantada”.
Ojo, lo que pasa es que López Chiñas
comienza con una filología y alcanza en cada una de sus historias una
antropología filosófica que explica, por ejemplo, la leyenda de “La laguna
encantada”, el romance que tuvo “Mudubina” y la desgracia experimentada en
“Tatooi”. Pero qué sucede aquí: ah, pues que a Gabriel López Chiñas le pareció
buena idea proponer el origen filológico de los vinnigulasa, aquellos que
trascendieron el parentesco y en ello fincaron la ayuda mutua, y así, sin mucho
pensarlo, creo, nos cuenta la historia de “Guee Queela”, un
hombre-sacerdote-diablo capaz de domeñar a las furiosas serpientes que nada
perdonan, que todo lo cobran tarde o temprano. Esto qué puede significar:
básicamente dos cosas, primero, que la ontología de los antiguos zapotecas está
en la dualidad del hombre (diablo o sacerdore, astuto o cruel, mortal o
inmortal, en la tierra o como conejo en la luna, etcétera), y, segundo, que la
solución, como lo demostró el encuentro entre Dios y Conejo, no es precisamente
racional, no es terrenal, es, más bien, con ayuda divina, con la mano firme de
Dios que, si hubiera puesto más de atención al bosque encantado, las cosas
hubieran salido un poco mejor.
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