martes, 6 de julio de 2021

“Vinnigulassa (cuentos de Juchitán)” de Gabriel López Chiñas

En las cosas que yo cuento sobre la provincia (Juchitán, Oaxaca) siempre aparece un bosque embrujado. Me dicen, los que se niegan a esta posibilidad, de que en la provincia no hay bosques, y yo, necio con mi ficción, sugiero que alguna vez existieron. Gabriel López Chiñas (Juchitán, 1911-1983), quien fuera poeta y narrador, me da la razón de ese lugar misterioso donde un audaz conejo hizo de las suyas contra otros animales y hasta con cazadores y paseantes entre niebla densa y árboles que, si uno escucha atento, dicen cosas.

¿Qué quiere decirnos el autor al poner a un pequeño animal, indefenso él por naturaleza física, como el más astuto de todos en aquel inhóspito lugar? ¿Acaso nos dice que el tamaño no importa si la inteligencia es la característica principal? Sea como fuere, López Chinas fabula y hace fantasía para hacer una literatura propia de principios del siglo pasado: describir con leyendas ─con esa brutalidad que a veces las acompaña─ la histórica y estática naturaleza. No hay símbolos en “Vinnigulassa (cuentos de Juchitán)” (UNAM, 1974), lo que hay es alegoría en cada cuento.

Veamos: Conejo no era indefenso, más bien mañoso y para salir avante del problema era capaz de llegar a los extremos; contaba con la ingenuidad de los otros animales. López Chiñas sabe que es necesario dejar claro que no por pequeño su violencia es menos desagradable. Sospecho que lo hace con un sentido conservador ─lo siento, parece que así es─, que sólo hay alguien ─un Dios indiferente a las quejas de sus otras creaciones a los que Conejo maltrató─ que puede frenar el desastre que está provocando en un bosque, ese paraíso donde está todo unido.

Conejo, quien en esta serie de cuentos representa el domino sobre la naturaleza, no puede ser frenado por la razón, por la ilustración que abrazaba el mundo creado por Dios. Y López Chiñas, por alguna razón que aquí no voy a interpretar, supera esta fase y pasa del naturalismo a la fábula y de ahí a la fantasía y, sin mayor empacho, termina en la ciencia ficción. ¡Brutal lo que hizo mi paisano en estas breves páginas!

Así describe el autor los escenarios en los que va a trabajar sus microcuentos: “El sol colgaba como una onza de oro sobre el pecho azul del día”. Los cuentos de Gabriel López Chiñas están en el intersticio del cielo fantástico y el naturalismo fabulado. Hay una suerte de realismo mágico que tuerce la escritura del autor para explicar lo divino con la fábula. Y me parece buena idea, no obstante, me hace frenar en seco y preguntarme si su trama narrativa tiene como objetivo filológico y filosófico nombrar, y así capturar, la cosmovisión indígena de los vinnigulasa.

Para el autor es necesario describir la escena estática, pero también la acción de los animales a partir de onomatopeyas. ¿Qué es lo que busca el narrador con estas escenas en sus cuentos? Mostrar que los animales son personajes. Y si me apuran diré que son primarios, lo demás, justamente, es naturaleza. Es que la naturaleza habla, y lo hace a través de un realismo mágico, el de los fenómenos naturales que López Ciñas podría llamar “furia de la naturaleza”, o bien “olas rabiosas de la laguna encantada”.

Ojo, lo que pasa es que López Chiñas comienza con una filología y alcanza en cada una de sus historias una antropología filosófica que explica, por ejemplo, la leyenda de “La laguna encantada”, el romance que tuvo “Mudubina” y la desgracia experimentada en “Tatooi”. Pero qué sucede aquí: ah, pues que a Gabriel López Chiñas le pareció buena idea proponer el origen filológico de los vinnigulasa, aquellos que trascendieron el parentesco y en ello fincaron la ayuda mutua, y así, sin mucho pensarlo, creo, nos cuenta la historia de “Guee Queela”, un hombre-sacerdote-diablo capaz de domeñar a las furiosas serpientes que nada perdonan, que todo lo cobran tarde o temprano. Esto qué puede significar: básicamente dos cosas, primero, que la ontología de los antiguos zapotecas está en la dualidad del hombre (diablo o sacerdore, astuto o cruel, mortal o inmortal, en la tierra o como conejo en la luna, etcétera), y, segundo, que la solución, como lo demostró el encuentro entre Dios y Conejo, no es precisamente racional, no es terrenal, es, más bien, con ayuda divina, con la mano firme de Dios que, si hubiera puesto más de atención al bosque encantado, las cosas hubieran salido un poco mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario