Leopoldo Zea (1912-2004), quien fuera discípulo de José Gaos, fue un filósofo mexicano interesado por la historia de las ideas latinoamericanas, o de la “américa hispánica” en busca de una “conciencia continental” como él mismo escribía. Se cuenta que a Zea le tocó difícil en su juventud: por el día estudiaba derecho y filosofía, y por las noches le tocaba trabajar para poder llegar a fin de mes. Gaos se enteró de estas vicisitudes y decidió conseguirle una beca para que dedicara su vida exclusivamente a la filosofía. Sin duda el tino de Gaos fue certero.
“América como conciencia” se publicó
originalmente en 1953 por la Dirección General de Publicaciones de la UNAM; yo
conseguí una segunda edición de 1972 en los libros de viejo, ahí en los
estantes de “filósofos mexicanos”. Junto con él aparecieron otros nombres como
el de Antonio Caso (1883-1946), Alfonso Reyes (1889-1959), Samuel Ramos
(1897-1959), José Vasconcelos (1882-1959) y el mismísimos José Gaos (190-1969).
Sin dilaciones, decidí comprarlos todos y me puse a leerlos inmediatamente.
A estos señores les estaba siguiendo
la pista desde mi primer año en el doctorado en ciencias sociales. Leía uno que
otro capítulo de sus libros que pedía prestado en la biblioteca de mi
universidad (no había pandemia), aunque por alguna razón decidía no profundizar
en ellos. Ahora que estoy en el tercer año y me encuentro escribiendo mi tesis,
decidí aproximarme a la genealogía que ellos mismos propusieron ─debo decir que
también fue a contrapelo de un profesor que impartió un seminario sobre giro
lingüístico y no hizo otra cosa que demeritar el problema de Latinoamérica como
consecuencia de una descripción y explicación filosófica; quizá debió ofrecerme
la palabra libremente para que yo pudiera desplegar con mis compañeros un par
de hipótesis que mis viajes por América Latina, particularmente Colombia, me
han permitido─.
Mi intención con estas lecturas es
responder a unas preguntas decorosas pero trascendentes: ¿existe una filosofía
americana?, y si existe, ¿cuáles serían los problemas metafísicos y políticos
que le corresponden?, además, ¿cómo debe proceder una filosofía americana para
plantear y resolver los problemas metafísicos y políticos claramente definidos?
Leopoldo Zea tiene una respuesta genial, y está en el título que ahora me
convoca: haciendo conciencia de América. Así y ya. Pero no es tan sencillo como
se lee. Hay que responder primero ¿qué es la conciencia para el filósofo
mexicano? Las tiene claras: “Existir es convivir” dice Zea, “esto es, vivir con
los otros. La conciencia, propia de lo humano hace posible la convivencia.
Conciencia es saber en común, saber de los otros y con los otros. En latín la
palabra conciencia significa complicidad. Esto es, participación de los unos
con los otros” (Zea1972: 58).
No es cosa sencilla si ponemos
atención. Zea lo explica magistralmente. En tanto hablamos de un filósofo
interesado por la historia de las ideas, es menester recorrer la historia de
américa, que es “nuestra historia” dice el filósofo. Entonces Zea acude a lo teórico
y a la fundación de América con la Conquista y la Independencia. Hay que
sabernos dentro de esa historia, dice el autor, pero sobre todo saber que el
paso de Europa por América no fue transitorio, en cambio construyó
circunstancias que se desplegaron en el futuro inmediato del hispanoamericano.
Esto, según él, provocó una suerte de menosprecio de lo propio, y claro,
cualquiera le preguntaría al también profesor, ¿qué es realmente lo propio? Zea
respondería: la dialéctica, muchachos, no es lo de nosotros, pero sí que es lo
que nos toca. No es negar Europa, es reconocer que nos inoculó mentalmente su
paso por nuestras tierras. En fin, es de notar que Ortega y Gasset influye
directamente en las formulaciones de Leopoldo Zea en relación con una suerte de
sentimiento de inferioridad.
Pero ojo, Leopoldo Zea en esta
segunda edición responde a algunas críticas referentes al sentimiento de
inferioridad. Veamos qué dice: no es que el americano valga menos que el
europeo, al contrario, el americano considera que vale más que el europeo y
entonces realiza “una copia de Europa”, y justamente aquí está el fallo. Lo que
hace el mexicano, por poner el caso que Zea usa, es ser un verdadero “pelado”
para compensar aquello que no puede alcanzar debido a las circunstancias que le
cupo en serte. Esto es, el americano desea más de lo que puede obtener, y entre
el deseo de tener y el poder tenerlo hay una especie de disonancia entre sus
capacidades y sus verdaderas posibilidades. Los resultados son los que provocan
este sentimiento de inferioridad. Aclarado esto, Zea sabe que hay un segundo
problema.
Llama “América hispánica” a América
Latina para deslindarla de Norteamérica, quien carece del antecedente indígena
del “Subcontinente” ─así le llamó Eduardo Galeano─, y Zea dice que esto ha
permitido que la ausencia de una filosofía norteamericana sea resuelta de mejor
forma que la de una filosofía americana. Básicamente porque los filósofos
norteamericanos no tienen empacho en recuperar la filosofía universal y total
de Europa, pero la adaptan a las circunstancias que ellos tienen en su presente
en relación dialéctica con su pasado. En defensa de la América hispánica, Zea
dice que es más complicado, y por eso mismo más profundo, integrar el mundo
indígena precolombino, el europeo de Conquista española y Reconquista francesa,
y la cercanía de Norteamérica a la América hispánica. La filosofía
norteamericana parece no tener ese problema, o en todo caso es más sencillo de
superar.
El filósofo mexicano tiene claro que
Europa existe, de forma lingüística además de territorial. Y yo entiendo que es
necesario que exista, que se delimite porque asimismo se discrimina de los
demás. Este movimiento, dicho sea de paso, es uno muy mañoso en los filósofos:
de principio, digamos que cuando afirman algo es más bien para negar otra cosa,
y en este sentido Leopoldo Zea no teme a la supuesta imitación de la filosofía
que se hace en Europa, siempre y cuando sea para compartir un tema universal:
el hombre; lo humano en realidad. Y así podemos decir que existe una filosofía
americana si es un tema universal como el hombre y lo humano y pensado
particularmente por un hombre americano.
Zea supone que esto se puede lograr
siguiendo los pasos que hizo Europa: dialécticamente. Esto es, negar, pero
también conservar. Los filósofos deben dejar de ser profesores de filosofía,
nos dice, y entender que la historia de las ideas en realidad son municiones
políticas y teoréticas que permiten dar alternativas a los problemas propios de
América. La construcción de una filosofía americana es, en el mejor de los
casos, una negación de Europa y Norteamérica, pero también la conservación ─la
superación, dirían los idealistas alemanes─ de su pensamiento inherente a los
que en este continente podemos llegar a formular. La cosa es que Zea dice que
decir que la filosofía solo se interesa por la totalidad y lo universal, es
decir absolutamente nada.
La tarea de la filosofía americana no
es fácil, dice Leopoldo Zea, tampoco será breve: tiene por empresa definir
nuestro ser como americanos, es decir, generar una ontología; después tiene que
crear una metafísica y terminar produciendo una política. Como ven, nada
sencillo, pero afortunadamente esto ha comenzado desde principios del siglo
pasado. O sea que lo que hay no es poco, lo que pasa es que la tarea es ardua,
hay que leerlo todo, desafortunadamente.
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