lunes, 5 de julio de 2021

"América como conciencia" de Leopoldo Zea

 


Leopoldo Zea (1912-2004), quien fuera discípulo de José Gaos, fue un filósofo mexicano interesado por la historia de las ideas latinoamericanas, o de la “américa hispánica” en busca de una “conciencia continental” como él mismo escribía. Se cuenta que a Zea le tocó difícil en su juventud: por el día estudiaba derecho y filosofía, y por las noches le tocaba trabajar para poder llegar a fin de mes. Gaos se enteró de estas vicisitudes y decidió conseguirle una beca para que dedicara su vida exclusivamente a la filosofía. Sin duda el tino de Gaos fue certero.

“América como conciencia” se publicó originalmente en 1953 por la Dirección General de Publicaciones de la UNAM; yo conseguí una segunda edición de 1972 en los libros de viejo, ahí en los estantes de “filósofos mexicanos”. Junto con él aparecieron otros nombres como el de Antonio Caso (1883-1946), Alfonso Reyes (1889-1959), Samuel Ramos (1897-1959), José Vasconcelos (1882-1959) y el mismísimos José Gaos (190-1969). Sin dilaciones, decidí comprarlos todos y me puse a leerlos inmediatamente.

A estos señores les estaba siguiendo la pista desde mi primer año en el doctorado en ciencias sociales. Leía uno que otro capítulo de sus libros que pedía prestado en la biblioteca de mi universidad (no había pandemia), aunque por alguna razón decidía no profundizar en ellos. Ahora que estoy en el tercer año y me encuentro escribiendo mi tesis, decidí aproximarme a la genealogía que ellos mismos propusieron ─debo decir que también fue a contrapelo de un profesor que impartió un seminario sobre giro lingüístico y no hizo otra cosa que demeritar el problema de Latinoamérica como consecuencia de una descripción y explicación filosófica; quizá debió ofrecerme la palabra libremente para que yo pudiera desplegar con mis compañeros un par de hipótesis que mis viajes por América Latina, particularmente Colombia, me han permitido─.

Mi intención con estas lecturas es responder a unas preguntas decorosas pero trascendentes: ¿existe una filosofía americana?, y si existe, ¿cuáles serían los problemas metafísicos y políticos que le corresponden?, además, ¿cómo debe proceder una filosofía americana para plantear y resolver los problemas metafísicos y políticos claramente definidos? Leopoldo Zea tiene una respuesta genial, y está en el título que ahora me convoca: haciendo conciencia de América. Así y ya. Pero no es tan sencillo como se lee. Hay que responder primero ¿qué es la conciencia para el filósofo mexicano? Las tiene claras: “Existir es convivir” dice Zea, “esto es, vivir con los otros. La conciencia, propia de lo humano hace posible la convivencia. Conciencia es saber en común, saber de los otros y con los otros. En latín la palabra conciencia significa complicidad. Esto es, participación de los unos con los otros” (Zea1972: 58).

No es cosa sencilla si ponemos atención. Zea lo explica magistralmente. En tanto hablamos de un filósofo interesado por la historia de las ideas, es menester recorrer la historia de américa, que es “nuestra historia” dice el filósofo. Entonces Zea acude a lo teórico y a la fundación de América con la Conquista y la Independencia. Hay que sabernos dentro de esa historia, dice el autor, pero sobre todo saber que el paso de Europa por América no fue transitorio, en cambio construyó circunstancias que se desplegaron en el futuro inmediato del hispanoamericano. Esto, según él, provocó una suerte de menosprecio de lo propio, y claro, cualquiera le preguntaría al también profesor, ¿qué es realmente lo propio? Zea respondería: la dialéctica, muchachos, no es lo de nosotros, pero sí que es lo que nos toca. No es negar Europa, es reconocer que nos inoculó mentalmente su paso por nuestras tierras. En fin, es de notar que Ortega y Gasset influye directamente en las formulaciones de Leopoldo Zea en relación con una suerte de sentimiento de inferioridad.

Pero ojo, Leopoldo Zea en esta segunda edición responde a algunas críticas referentes al sentimiento de inferioridad. Veamos qué dice: no es que el americano valga menos que el europeo, al contrario, el americano considera que vale más que el europeo y entonces realiza “una copia de Europa”, y justamente aquí está el fallo. Lo que hace el mexicano, por poner el caso que Zea usa, es ser un verdadero “pelado” para compensar aquello que no puede alcanzar debido a las circunstancias que le cupo en serte. Esto es, el americano desea más de lo que puede obtener, y entre el deseo de tener y el poder tenerlo hay una especie de disonancia entre sus capacidades y sus verdaderas posibilidades. Los resultados son los que provocan este sentimiento de inferioridad. Aclarado esto, Zea sabe que hay un segundo problema.

Llama “América hispánica” a América Latina para deslindarla de Norteamérica, quien carece del antecedente indígena del “Subcontinente” ─así le llamó Eduardo Galeano─, y Zea dice que esto ha permitido que la ausencia de una filosofía norteamericana sea resuelta de mejor forma que la de una filosofía americana. Básicamente porque los filósofos norteamericanos no tienen empacho en recuperar la filosofía universal y total de Europa, pero la adaptan a las circunstancias que ellos tienen en su presente en relación dialéctica con su pasado. En defensa de la América hispánica, Zea dice que es más complicado, y por eso mismo más profundo, integrar el mundo indígena precolombino, el europeo de Conquista española y Reconquista francesa, y la cercanía de Norteamérica a la América hispánica. La filosofía norteamericana parece no tener ese problema, o en todo caso es más sencillo de superar.

El filósofo mexicano tiene claro que Europa existe, de forma lingüística además de territorial. Y yo entiendo que es necesario que exista, que se delimite porque asimismo se discrimina de los demás. Este movimiento, dicho sea de paso, es uno muy mañoso en los filósofos: de principio, digamos que cuando afirman algo es más bien para negar otra cosa, y en este sentido Leopoldo Zea no teme a la supuesta imitación de la filosofía que se hace en Europa, siempre y cuando sea para compartir un tema universal: el hombre; lo humano en realidad. Y así podemos decir que existe una filosofía americana si es un tema universal como el hombre y lo humano y pensado particularmente por un hombre americano.

Zea supone que esto se puede lograr siguiendo los pasos que hizo Europa: dialécticamente. Esto es, negar, pero también conservar. Los filósofos deben dejar de ser profesores de filosofía, nos dice, y entender que la historia de las ideas en realidad son municiones políticas y teoréticas que permiten dar alternativas a los problemas propios de América. La construcción de una filosofía americana es, en el mejor de los casos, una negación de Europa y Norteamérica, pero también la conservación ─la superación, dirían los idealistas alemanes─ de su pensamiento inherente a los que en este continente podemos llegar a formular. La cosa es que Zea dice que decir que la filosofía solo se interesa por la totalidad y lo universal, es decir absolutamente nada.

La tarea de la filosofía americana no es fácil, dice Leopoldo Zea, tampoco será breve: tiene por empresa definir nuestro ser como americanos, es decir, generar una ontología; después tiene que crear una metafísica y terminar produciendo una política. Como ven, nada sencillo, pero afortunadamente esto ha comenzado desde principios del siglo pasado. O sea que lo que hay no es poco, lo que pasa es que la tarea es ardua, hay que leerlo todo, desafortunadamente.


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