sábado, 5 de junio de 2021

"Incursiones en lo indecible" de Thomas Merton

 


Thomas Merton (Francia, 1915 - Tailandia, 1968) fue un monje trapense que se dedicó a discutir con sus superiores pero que amaba la disciplina, que disfrutaba del monasterio pero decidió hacer un viaje fatal, que gustaba del trabajo diario y disciplinado pero igual se convirtió en uno de lo más agudos escritores contemplativos. Más de setenta libros escritos, la mayoría de ellos en torno a la paz, la justicia y la espiritualidad. “Era un santo” llegaron a decir algunos, “era más bien fanfarrón” decían otros, “también era ensimismado”, “bondadoso”, “sereno y noble”, se decía de él. Demasiado humano, si lo piensan bien.

Incursiones en lo indecible se publicó en 1967 y recoge una serie de reflexiones del teólogo y ensayista sobre la soledad, la desesperanza y la situación del hombre en la vida contemporánea. Me parece que logró el objetivo: mostrar que la ética son patrones de comportamiento que al ser juzgados reinventa la ética que la juzgó. Acude al ensayo, la parábola, las epístolas, la sátira y me parece que hasta el sarcasmo para lograr esto. Merton dice que antes de que las cosas que nos pertenecen pasen a ser propiedad privada, más vale que las disfrutemos, comenzando por tomarse el tiempo y sentarse a observarlos. La lluvia, por ejemplo, la lluvia que no arrasa con pueblos pero que refresca el bosque y alivia las últimas tardes de verano, esa lluvia hay que verla, abrazarla ―o que nos abrace― antes de que venga alguien a decirnos que tenemos que pagar por la experiencia.

“Llegará el día que nos venderán hasta nuestra lluvia” reclama Merton. “Por ahora, sigue siendo gratis y estoy en ella. Celebro su gratuidad y su falta de significación” agrega y me hace pensar en esa posibilidad: ¿la lluvia que cae del cielo en ciertos momentos del año podría dejar de ser del jardín de mi casa? El temor que nos instaló Merton durante los años setenta se prolongó tanto que la incertidumbre no ha terminado de irse, cada día es más presente la voracidad del capitalismo cabrón.

Dios está en alguna parte, nos dice Merton, así entiendo que Dios en una dinámica y se le conoce participando de esa dinámica que, según entiendo, nadie está por fuera de ella. Sí, está bien, pero parece que viene bien poner un poco de nuestra parte, por ejemplo hacer un paseo por una ladera, por la Riviera de un río, por un bosque, por el barrio, por donde sea, pero eso sí, conversando con lo que se contempla, siendo justos ―quizá haya que decir mejor benevolente― con los juicios y decirnos a nosotros mismos que el tiempo que nos hemos tomado para andar y reflexionar es una forma de compenetrarnos a esa dinámica. Así que, todo indica que la quietud en Merton es una acción suficientemente poderosa, pero le sigue algo: pensar, decir, perdonar, amar… En su caso fue escribir todos los libros que pudo.

Creo que Thomas Merton tuvo una hipótesis durante su época más madura: hay que ser el niño que señaló con el dedo al rey desnudo. Claro, tarea difícil, porque serán los condenados a ser delincuentes y locos, los que estén por fuera de la virtud que el rey comparte con sus aduladores. Pero yo pienso en algo más: creo que Merton no ha tomado en cuenta que la inocencia del niño en realidad no lo salva, más bien lo condena, por lo menos así será con sus adultos, y no con la locura, al final la locura es liberadora, más bien con el pesar del exceso de razón.

Observen con atención lo que dice este teólogo: “Los que han inventado y perfeccionado las bombas atómicas y los proyectiles intercontinentales […]. Los que calculan fríamente cuántos millones de víctimas pueden considerarse que valen la pena sacrificar en una guerra nuclear” no son precisamente los locos, sino los cuerdos. Claro, es una crítica a la Ilustración, una crítica a la razón Instrumental. ¿Entonces qué hacemos? Y giro la página sin contemplación: volver al niño inocente que señaló al rey desnudo y que desde entonces cargó con todo el peso de la razón. ¿Es que nos venía bien un poco de locura compartida? No estoy diciendo que la vía sea negar el papel de la razón en la organización social y espiritual de una sociedad, de lo que quiero dar cuenta es de lo que Merton hizo con este libro: la sociedad contemporánea tiene muy pocas posibilidades, y éstas están en la tensión entre la razón instrumental y la inocencia del niño levantando el índice.

Creo que Fernando Delgadillo lo dijo mejor que yo, y en breves cuentas: “Cuando al imbécil le mostraron la luna, sólo pudo ver el dedo del que se la señaló. Yo no soy quién para subrayar que es cierto, pero quien dijo esto lo hizo con la mejor intención". No estoy diciendo que Merton nos haya llamado imbéciles, pero todo indica que la salvación está más bien en ser rescatados de la serenidad ―de la razón― y verter la esperanza en una euforia que aparenta distracción pero que en realidad conjuga razón con alegría, y la alegría, muchachos, nunca lo van a experimentar los cabrones que nos han jodido la vida.

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