Los clásicos
son más bien robustos antes que viejos. Lo repito constantemente entre mis
colegas; interpelo a mis profesores con esta idea; salvo los menos, el resto
cree innecesaria la vuelta al día en ochenta mundos. La lectura de los clásicos
robustece nuestros argumentos, lo repito, y esto hay que entenderlo de una
buena vez.
Ahora bien, ¿qué hacer con lo que
hemos leído? Quiero decir, ¿de qué va eso de andar leyendo La Sonata de
Kreutzer (Biblok, 2016) de Lev Tolstói (Rusia, 1828-1910), su obra más polémica
y que ha dividido las opiniones de sus lectores? Fue publicada originalmente en
1889 y su título es homónima a la obra creada por Ludwig van Beethoven para
Rodolphe Kreutzer. La novela comienza en un vagón de tren donde conversan unos
pasajeros sobre el papel de la mujer y la libertad reprimida en ellas en
cuestiones amorosas y maritales. ¿Amor, compromiso o deseo? Pozdnishev y su
interlocutor se enfrascan en una detallada narración del primero sobre un viaje
a los infiernos a causa de unos celos desbordados. Y aunque la confesión del
acto fatal de Pozdnishev abre esta novela filosófica, el modo en que Tolstói
sostiene el ritmo y el tiempo en cada página es impresionante.
He escuchado comentarios sobre
esta novela, y créanme, Tolstói no sale bien librado: “ideas retrógradas” dijo
uno, “la mujer, para este ruso, era un objeto” dijo otra un poco más osada, “no
creo volver a leer algo de este señor” comentó alguien por ahí. Evidentemente
estas palabras no me las tomé en serio, o por lo menos no determinaron mi
lectura, pero sí me hicieron pensar un poco en el acto cognitivo de la lectura
profesional: Mircea Eliade me enseño dos cosas, una es que la ficción está en
otro espacio de la historia, y la otra es que toda obra o fenómeno tiene que
ser comprendida en su tiempo y en su espacio. Solo de esa manera podríamos
tener una comprensión real de lo leído, de lo pensado (actualmente estoy
estudiando la hermenéutica de Gadamer, estoy seguro de que la tesis sería más o
menos por ahí, pero agregando que la sensibilidad de quien lee va a ser
determinante en la comprensión de la obra). Así que paso de los comentarios
aludidos antes, y si los nombro es para señalar que Tolstói construyó la
ficción, ay, del bando de los buenos y del bando de los malos. Vaya, quiero
decir es que la autoficción no es ninguna confesión.
Por otro lado, a finales del
siglo XIX Sigmund Freud estaba haciendo de las suyas con su supuesto
descubrimiento del inconsciente, Nietzsche ya había lanzado su potente análisis
filológico sobre el racionalismo socrático y analizó la moral europea desde la
tragedia de Esquilo y Eurípides, la libertad en Schopenhauer había emparejado
con Kant una vieja metafísica que venía a poner en duda el mecanicismo
newtoniano. ¡Caramba, muchas cosas estaban pasando! Por esa misma época la
mujer asumía un papel determinante en la construcción de una nueva forma
social, de una nueva sociedad: la desobediencia. Apenas unos diez años después
sucedería lo que sucedió en Nueva York, pero ya se venía gestando. Con esto
apuntalo el sentimiento de la época en la que Tolstói y el resto de los
filósofos manifestaban su postura sobre la mujer y el lugar que ocupaban en la
sociedad.
Entonces, La Sonata de Kreutzer
me parece más la consecuencia que todos ya conocemos cuando de subversión se
trata. Y aunque nada justifica, ni en lo real como en lo ficcional, los actos
de Pozdnishev, Tolstói sabía que en la novela era necesario que hiciera lo que
hizo, para definir de esta manera la inoperancia de aquella razón masculina. Se
estaban agotando los viejos modelos explicativos porque emergían nuevos
movimientos que no eran otra cosa que las inconformidades de siempre pero ahora
rejuvenecidas.
Yo lo veo de esta manera, y
espero se me entienda: Tolstói construyó el monólogo de Pozdnishev, pero
también el de su interpelante, y el de otros dos pasajeros que pusieron en
jaque los argumentos de Pozdnishev. Éste decía algo que estaba en la biblia: el
hombre que ve voluptuosamente a una mujer está pecando, sea esta la hermana o
la madre, incluso la esposa. Ay, qué movimiento literario tan más rompedor, hay
que reconocerlo. ¿Por qué? Pues sencillamente porque así, desde la biblia,
justifica su tesis de la abstinencia para no pecar. ¿Ya me entendieron?
Vuelvo a mi pregunta, pero ahora
en primera persona: ¿qué hago con mi lectura de La Sonata de Kreutzer? Sin duda
no abona a que yo sea una mejor persona, pero sí a reconocer que el camino
hacia una libertad velada por la modernidad ha costado vidas, no obstante, los
muertos ─las muertas quise decir─ de las revoluciones son los que fijan la
memoria (perdón por este romanticismo, pero lo creí menester), y en esta novela
veo a un Tolstói que advierte antes que sentencia, nos dice que las cosas
siguen pegadas a un irracionalismo masculino, a una desenfrenada expresión de
los rescoldos de un poder que ya por entonces comenzaba a desgastarse.
En fin, espero que puedan leer La
Sonata de Kreutzer y hagan una lectura más inteligente de la que aquí les he
presentado someramente.
¡Que no los mueran nunca!
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