viernes, 11 de junio de 2021

"Tortilla Flat" de John Ernst Steinbeck

 


El viejo trabajó en el rancho toda su juventud, después se graduó de agropecuario y en breve lo contrataron en un campo experimental. Como tenía la lengua larga y los pantalones puestos, sus compañeros le pidieron que los representara ante aquel añejo sindicato de agricultura y recursos hidráulicos. De pronto pasó de la seccional a la estatal y de ahí a la representación nacional allá en Distrito Federal. Los que ahí habían llegado antes que él, lo llamaron “el paisano”: un provinciano venido a más que cambió el machete por la pluma, los huaraches por los zapatos y el morral por el portafolio. En fin, un paisano camuflado con saco y corbata que no dudada en tomarse la palabra en asambleas repletas de cabronazos hechos y derechos. La pregunta es ¿qué era un paisano? Como respuesta tenemos lo siguiente: el paisano representa un patrón de conductas.

John Ernst Steinbeck (California, 1902 – Nueva York, 1969) habló de ellos en “Tortilla Flat”, una novela picaresca publicada originalmente en 1935. “¿Qué es un paisano?” se pregunta y de inmediato se responde: “Una mezcla de español, indio, mexicano y diversas sangres caucasianas. Sus antepasados vivieron en California desde hace cien o doscientos años. Hablan inglés y español con acento igualmente paisano”. No digo que el viejo haya vivido en California, lo que sí estoy diciendo es que los paisanos sostienen que incluso tienen sangre española y viven en los Estados Unidos por accidente, que su destino era otro. Mucho mejor, por supuesto. El viejo y todos los que hicimos parte de la diáspora, de la provincia a la capital del país, estábamos seguros de que en nuestras tierras éramos queridos, respetados, amados, que estábamos en las ciudades grandes por accidente, porque no teníamos otras alternativas. “Sí” nos decían, “entendemos eso, pero de todos modos eres paisano” agregaban.

Creo que Steinbeck habla precisamente de eso en “Tortilla Falta”: siempre hay un intento de ser un poco más de lo que somos, pero lo suficiente para no dejar de serlo de repente. Porque también los paisanos saben que jamás podrán ser los ¿no-paisanos?, porque llevan inoculado un chorro de antropología y los pliegues del cerebro hacen de las suyas de forma autónoma. “En mi pueblo era el güero del barrio” dicen, “lo que pasa es que aquí el sol me pinta la piel” agregan para justificar el color moreno que se formula como inferior. Pero son paisanos y lo saben muy bien.

No obstante, Steinbeck quiere contar otra cosa en “Tortilla Flat”. Entre los paisanos de una “vieja ciudad de la costa de California” llamada Monterey, asentada en una ladera que comienza en una bahía y en la cima alcanza bosques de altos pinos, también suceden historias entre calles sin pavimentar y casas circundado por los pinos de los bosques, sin abastecimiento de energía eléctrica y ausencia de agua potable en varias zonas. La de “Tortilla Flat” es una historia sobre los paisanos.

Los que saben dicen que esta novela cuenta la historia de la casa de Danny; pero también es la historia de Pilón, Pablo, Jesús María, Pirata y Big Joe Portagee, lo dicen porque todos ellos vivieron en la casa que Danny heredó cuando recién había salido de la cárcel. La trama quiere dar cuenta de las vicisitudes de la amistad, esto es, de lo complicado que puede ser conformar un grupo de amigos con los que se comparta las aventuras y las desventuras. Claro, la muerte cabrona demuestra la fragilidad de lo que se creía fortificado y a prueba de complicaciones. “La amistad y el amor son eternas mientras duran” atina a decir el lugar común.

La topología narrativa de “Tortilla Flat” comienza por la cárcel colina abajo, se sigue por la casa de Danny colina arriba, después está la bahía donde se puede pernoctar cobijado por una lancha bocabajo, aparece el bosque que abraza al durmiente entre sus raíces cálidas, también surgen las cantinas y la iglesia. En cada uno de estos lugares sucedieron cosas durante el día, a Pablo en la iglesia, a Pirata en la cantina, a Big Joe en la playa. En la noche, sentados en corro y con vino en mano, cada cual cuenta lo que ha sucedido. Pero lo hace lentamente, porque no llevan prisas, porque nada los persigue. Este grupo de amigos raya la mediocridad, o quizá simplemente esperan el milagro de comer y cenar poco o mucho, para que al siguiente día puedan seguir haciendo exactamente lo mismo, quizá alguna mínima variación, pero eso sí, en la casa heredada se tiene que contar todo con suficiente detalle para que parezca lo más extraordinario que jamás les haya pasado. ¿No es esa la vida?

Claro, cuando persigo la geografía de Tortilla Flat de Steinbeck, no puedo más que llegar hasta Comala de Rulfo, Macondo de Márquez y Cuévano de Ibargüengoitia. Entonces la ciudad es más una consecuencia que un principio, es, en el mejor de los casos, una narración que reposa en el despliegue de la historia de vida de cada personaje, pero sobre todo de una cierta fenomenología de las esquinas, de las tiendas, del bosque, de la playa, de la cantina o la iglesia. Y si me apuran, diré que hasta se trata de una memoria de los diálogos: qué se dijo, por qué se dijo y en qué momento se dijo. Parece, entonces, que eso es una ciudad, que eso es Tortilla Flat en Monterey.  

La casa de Danny es importante en la novela de Steinbeck, porque es el lugar y el momento donde la geografía toma forma de historia. La historia de una casa es la de sus habitantes, de los que son permanentes y de los fueron transitorios. No es que sostengan sus paredes, eso es más bien arquitectura e ingeniería, pero es verdad que el sentido de una casa se pierde cuando no cobija acontecimientos y contingencias de la vida cotidiana. Por eso, hacia el final de la obra, Danny se da cuenta que en el interior de una casa se gana mucho, pero en su exterior están las cosas que se pierden: libertad y soledad.

Danny era un hombre solitario y libre, quien armaba pelea donde lo pillara la rabia, quien desaparecía en el bosque y después de un tiempo se sabía de él. Al adquirir una casa y apearse a sus amigos, se dio cuenta que no puede ir de ciudad en ciudad, de cantina en cantina, de pelea en pelea, ahora tiene que volver por la noche, ahora tiene que estar con ellos que duermen en el piso, recostados sobre el lomo de los perros, en una manta en el interior de la cocina… menos en la cama de Danny, eso estaba prohibido. Pero vamos, lo que digo es que Danny dejó de ser aquel lobo estepario, estaba rebosado de compañía y aprisionado en la amistad. Decide romper con eso, pero no vuelve a lo que era antes, en cambio marcó el final de la amistad, porque, en última instancia, él era el hilo delgado que sostenía a seis sujetos que no tenían mejor cosa en la vida que ver cómo se les iba apagando.

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