miércoles, 20 de julio de 2022

HISTORIA DE LA LOCURA EN LA ÉPOCA CLÁSICA l: CAPÍTULO 1: “STULTIFERA NAVIS”

La nave de los locos 


La primera parte del Tomo I de Historia de la locura en la época clásica (1961) de Michel Foucault (1926-1984) abre con un primer capítulo intitulado “Stultifera navis”, que en su traducción latina significa “la nave de los locos”. Hace referencia al cuadro de Jheronimus van Aken, conocido en español como El Bosco y fallecido en 1526. El cuadro fue pintado entre los años 1503 y 1504 y el psicólogo e historiador francés lo trae a colación en su obra debido a que fue, simbólicamente, la nave que sacó al loco de los leprosarios medievales por los ríos del renacimiento hasta la orilla del Hôpital de la Pitié-Salpêtrière en la Francia de Luis XIII en pleno siglo XVII.

Eran conocidas como “ciudades malditas” los extensos terrenos donde fueron relegados los leprosos, durante la última fase de la Edad Media había muchos leprosarios administrados por la iglesia, los sacerdotes asistían paliativamente a los enfermos, no obstante, una maldición como castigo era la otra explicación de causa del padecimiento. O sea, que se lo tenían merecido, pero no por eso Dios los había abandonado, acudían a misas, pero lo hacían a la distancia, muy alejados de los sanos para no contagiarlos. Básicamente era una medida de clase, de higiene social. 


Leprosario medieval

Para el siglo XVI la lepra ha desaparecido como enfermedad en varias ciudades de Europa, pero un nuevo enemigo aparece en escena: la enfermedad venérea. La disminución de los leprosos dentro de los leprosarios permitió que los nuevos enfermos compartieran el espacio con ellos. Foucault nos dice que incluso los leprosos consideraban su derecho de antigüedad en el interior de aquellos edificios de por sí poco higiénicos, temían que esa nueva plaga se les sumara al que ya tenían. Ahora sí, los cuartos especiales para los enfermos venéreos no son por exclusión, sino para asegurarles un tratamiento, y en este sentido, los sacerdotes les abrieron el paso a los médicos.

Sin embargo, algo ha sucedido. La lepra, para los sacerdotes, era un castigo divino y el exorcismo se presentaba como alternativa de tratamiento; la enfermedad venérea, para los médicos, requería de una diligente higiene en las heridas. Foucault advierte que la enfermedad venérea no es la heredera de la lepra, sino la locura. La enfermedad venérea en pleno siglo XVII dañaba el cerebro de quienes lo padecían y los viejos rituales son recuperados, la iglesia alivia su desplazamiento y retoma su voluntad de asistencia, pero también de represión. Los leprosarios dejan de ser sanatorios y retornan a su sentido de aislamiento que tuvo en la Alta Edad Media.

La locura se ha multiplicado en todas las ciudades de Europa. Entonces aparece la nave de los locos ―el cuadro de El Bosco es más bien una inspiración antes que una creación original―. El loco es una forma de comportamiento en las calles de las ciudades, donde la gente no siente temor, se trata del personaje del que uno se puede reír porque hace el ridículo, porque transgrede la norma, pero no hace daño a nadie; el problema es que no es agradable, es menester que cuando el divertimento termine se vayan a otra parte, lejos, que se encierren. O, quizá sea mejor, subirlos a una navegación que siga las corrientes de los ríos del viejo continente: “Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco es entregado al río de los mil brazos” escribe Michel Foucault, se trata del “pasajero por excelencia” aquel que va en un viaje interminable. 


Hôpital de la Pitié-Salpêtrière

Los habitantes de las ciudades rivereñas los ven pasar, los saludan, se han convertido en un espectáculo. Saben cuándo la nave de los locos pasará por su ciudad y entonces se reúnen para presenciar el desfile náutico de la necedad. Foucault busca algo más en la historia, una disrupción: lo encuentra en el proyecto de un Hospital General en el siglo XVII: Pinel encuentra al loco en los calabozos de La Salpêtrière y decide desencadenarlos. No son peligrosos, advierte, están enfermos y como tal tiene que ser tratados. Pero la locura también tiene una dimensión teológica y política, y por si algo faltara, también es académica. La disputa está entre la iglesia, el rey y la medicina. Así las cosas, Foucault se ha metido en un aprieto.

Hay algo más en la historia que nos está contando Foucault. Qué preguntas se ha hecho: por qué la locura a comienzos del siglo XVII encuentra un espacio que es hospitalario para ella. Dejó de ser la amenaza, el fin o la muerte, ahora, filosóficamente hablando, es una especie de cosa esencial para entender la razón. La locura ya no anda en barca en el río infinito, le han concedido un territorio dentro del hospital, lo quieren curar, pero también quieren saber los orígenes de ese padecimiento: hay un conocimiento por descubrir. La cosa es seria y lo voy a explicar: conocer es el acto más racional que existe, para los modernos la razón es la vía regia para adquirir la verdad. Entonces, ¿cómo es que la sin razón puede ofrecer algún tipo de verdad? La historia que Foucault ofrece en este libro, y particularmente en este primer capítulo, pone sobre las cuerdas las formas tradicionales de historial un acontecimiento. Comienza así, también, el peor pecado de este pensador francés. 


Extrancción de la piedra de la locura

La clínica de la locura es una fuente de saber. El médico atiende la enfermedad mental a la vez que aprende de ella. “La locura” dice Foucault, “es un momento duro pero esencial en la labor de la razón; a través de ella, y aún en su victoria aparente, la razón se manifiesta y triunfa. La locura solo era, para ella, su fuerza vivía y secreta”. Es decir, toda razón está comprometida con cierta locura, porque la niega con sus propios argumentos, la niega conociéndola. Paradójicamente, y esto lo sabe el francés, la razón tiene que dejar vencer a la locura, tan solo porque su manifestación completa es el punto de partida para que la razón salga avante.

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