La nave de los locos |
Eran conocidas
como “ciudades malditas” los extensos terrenos donde fueron relegados los
leprosos, durante la última fase de la Edad Media había muchos leprosarios
administrados por la iglesia, los sacerdotes asistían paliativamente a los
enfermos, no obstante, una maldición como castigo era la otra explicación de
causa del padecimiento. O sea, que se lo tenían merecido, pero no por eso Dios
los había abandonado, acudían a misas, pero lo hacían a la distancia, muy
alejados de los sanos para no contagiarlos. Básicamente era una medida de clase,
de higiene social.
Leprosario medieval |
Para el
siglo XVI la lepra ha desaparecido como enfermedad en varias ciudades de
Europa, pero un nuevo enemigo aparece en escena: la enfermedad venérea. La
disminución de los leprosos dentro de los leprosarios permitió que los nuevos
enfermos compartieran el espacio con ellos. Foucault nos dice que incluso los
leprosos consideraban su derecho de antigüedad en el interior de aquellos
edificios de por sí poco higiénicos, temían que esa nueva plaga se les sumara
al que ya tenían. Ahora sí, los cuartos especiales para los enfermos venéreos
no son por exclusión, sino para asegurarles un tratamiento, y en este sentido,
los sacerdotes les abrieron el paso a los médicos.
Sin embargo,
algo ha sucedido. La lepra, para los sacerdotes, era un castigo divino y el exorcismo
se presentaba como alternativa de tratamiento; la enfermedad venérea, para los
médicos, requería de una diligente higiene en las heridas. Foucault advierte
que la enfermedad venérea no es la heredera de la lepra, sino la locura. La
enfermedad venérea en pleno siglo XVII dañaba el cerebro de quienes lo padecían
y los viejos rituales son recuperados, la iglesia alivia su desplazamiento y
retoma su voluntad de asistencia, pero también de represión. Los leprosarios
dejan de ser sanatorios y retornan a su sentido de aislamiento que tuvo en la
Alta Edad Media.
La locura
se ha multiplicado en todas las ciudades de Europa. Entonces aparece la nave de
los locos ―el cuadro de El Bosco es más bien una inspiración antes que
una creación original―. El loco es una forma de comportamiento en las calles de
las ciudades, donde la gente no siente temor, se trata del personaje del que uno
se puede reír porque hace el ridículo, porque transgrede la norma, pero no hace
daño a nadie; el problema es que no es agradable, es menester que cuando el
divertimento termine se vayan a otra parte, lejos, que se encierren. O, quizá
sea mejor, subirlos a una navegación que siga las corrientes de los ríos del
viejo continente: “Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco
es entregado al río de los mil brazos” escribe Michel Foucault, se trata del “pasajero
por excelencia” aquel que va en un viaje interminable.
Hôpital de la Pitié-Salpêtrière |
Los
habitantes de las ciudades rivereñas los ven pasar, los saludan, se han
convertido en un espectáculo. Saben cuándo la nave de los locos pasará por su
ciudad y entonces se reúnen para presenciar el desfile náutico de la necedad.
Foucault busca algo más en la historia, una disrupción: lo encuentra en el
proyecto de un Hospital General en el siglo XVII: Pinel encuentra al loco en
los calabozos de La Salpêtrière y decide desencadenarlos. No
son peligrosos, advierte, están enfermos y como tal tiene que ser tratados. Pero
la locura también tiene una dimensión teológica y política, y por si algo faltara,
también es académica. La disputa está entre la iglesia, el rey y la medicina. Así
las cosas, Foucault se ha metido en un aprieto.
Hay algo más en la historia que nos está contando Foucault. Qué preguntas
se ha hecho: por qué la locura a comienzos del siglo XVII encuentra un espacio
que es hospitalario para ella. Dejó de ser la amenaza, el fin o la muerte,
ahora, filosóficamente hablando, es una especie de cosa esencial para entender
la razón. La locura ya no anda en barca en el río infinito, le han concedido un
territorio dentro del hospital, lo quieren curar, pero también quieren saber
los orígenes de ese padecimiento: hay un conocimiento por descubrir. La cosa es
seria y lo voy a explicar: conocer es el acto más racional que existe, para los
modernos la razón es la vía regia para adquirir la verdad. Entonces, ¿cómo es
que la sin razón puede ofrecer algún tipo de verdad? La historia que Foucault
ofrece en este libro, y particularmente en este primer capítulo, pone sobre las
cuerdas las formas tradicionales de historial un acontecimiento. Comienza así,
también, el peor pecado de este pensador francés.
Extrancción de la piedra de la locura |
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