lunes, 2 de agosto de 2021

“El fin de la modernidad” de Gianni Vattimo

Yo creo que los valores no se vinieron abajo, más bien se trasladaron a otro terreno de disputa. Los que pugnan son la modernidad y la posmodernidad. Nietzsche resolvió el problema con la muerte de Dios y junto con él todos los valores supremos que lo acompañaban. Pero en todo caso, no creo que el nihilismo propuesto por él sentencie la razón al olvido y en su lugar aparezca algo distinto… mejor. Se trata, digo yo, de un develamiento que obliga al hombre a reformular su lugar en lo real, a encontrar con urgencia nuevas tretas para salir avante del miserable estado humano que hemos alcanzado. Dicho de otro modo: no es un pesimismo, es un realismo que fractura imperativos que se han vuelto pavos envainados al movimiento mínimo. La crítica a la modernidad emprendida por Nietzsche, visto desde aquí, no ha terminado, y esto es lo peligroso, porque la transición de batuta no es precisamente la más sofisticada, pero eso sí, es la más persuasiva.

¿Acaso es verdad que nos hemos quedado sin nada en qué creer y sin ningún patrón de comportamiento que desde siempre nos hacía sentir seguros? Es probable, pero también es cierto que soy psicólogo y es lo primero que percibo. O sea, la muerte del maestro, la ausencia del orquestador, del líder, del hombre solo, nos ha hecho extraviar la brújula que más o menos creíamos que nos llevaría a buen puerto, sí, el de siempre, pero nunca los horizontes dejaron de tener un límite. Claro, Nietzsche no tiene culpa en esto, el descubrimiento lo hizo y salió corriendo por el pueblo y gritaba que Dios había muerto. Que la estructura se había fracturado. Los que más saben dicen que la crítica nietzscheana a la modernidad se trata de una genealogía que pone sobre la mesa la transvaloración de los valores, y yo estoy de acuerdo con eso, porque en última instancia, y esto lo dijo un compositor de vallenatos, antes que la vista, lo que importa, en el fondo, son las palabras que le ponen color a las flores; también lo dijo Foucault.

Ahora bien, ese ir y volver por territorios compartidos nietzscheano en busca de una explicación del nihilismo, no pudiera tener la potencia que hoy se le reconoce de no ser por un arte interpretativo. Heidegger dedicó varios años a una de las cosas más bellas del mundo: leer y hacer apuntes. Eligió la obra de Nietzsche, hizo una selección muy cuidadosa y reconoció la emergencia de un método de las fauces nietzscheana. La hermenéutica heideggeriana tenía claro que la razón era un punto de llegada antes que de partida, lo sabía porque así lo dijo Nietzsche cuando atacó soslayó a los helénicos y reparó en las tragedias. Es decir, Heidegger se entera que a la razón se llega por el sótano, por la tragedia, después se hace cultura y, con un poco de suerte, deviene razón o civilización. Cuando entiendo esto, comprendo un poco mejor lo que Horkheimer y Adorno hicieron en “Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos”, pero me pone en jaque con Marcuse que insiste en su retorno a Marx como única posibilidad de crítica a la sociedad industrial avanzada. Claro, Freud es una luz en el camino para Marcuse, pero… por qué no Nietzsche igual que sus colegas de Frankfurt, o que su discípulo más destacado., Habermas.

Entre otras cosas, seguro más importantes, es de esto de lo que habla Gianni Vattimo (Turín, 1936) en “El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna” de 1985. Quiere dar cuenta de una sola cosa, difícil de rastrear, pero él dice que ahí está, que hay que leer lento y mejor: “aclarar la relación que vincula los resultados de la reflexión de Nietzsche y Heidegger” en relación con las reflexiones contemporánea sobre el pathos posmoderno, “ese tiempo que parece estado de ánimo melancólico” dice un buen profesor que conozco. Son dos claves las que Vattimo nos advierte seguir: el eterno retorno nietzscheano (algunos le llaman la voluntad del poderío) y la superación de la metafísica heideggeriana. Estas dos ideas se despliegan en este libro a partir de conferencias, comunicados y clases magistrales que tuvieron gran recepción en su momento.

Yo tengo mi técnica de lectura, poca cosa, y me hizo encontrar tres rieles que el mismo Vattimo me dio: la historia, el progreso y la superación. Los tres como idea y como concepto. Es decir, como despliegue filosófico y como sustancia técnica. Las perseguí con cansancio y fui entendiendo varias cosas, entre ellas, que la historia como idea en Nietzsche es génesis, mientras que en Heidegger es instante desplegado (dicho así suena a pavada, pero les juro que tiene sentido, solo hay que leer con cuidado); el progreso es el objetivo de la modernidad y fue lo que Nietzsche criticó, o sea, la fórmula helénica no era precisamente el progreso más inteligente, además, advierte Nietzsche, las tragedias, antes que ser superadas (son insuperables, nos dirá) debieron ser punto de partida. Heidegger, por su parte, sabe que la única posibilidad de progreso está en la técnica (es su expresión más acabada), pero se trata de una técnica que irrumpa la regularidad que oculta lo que es verdad y aflora la completa falsedad; la superación… (aquí está la vuelta de tuerca). Superación de qué. Pues parece que la modernidad ha sido superada y que hoy en día basta con dar noticias de su fin antes que perder el tiempo en recuperarla. No estoy muy de acuerdo, o quizá no entendí de qué va esto. Pero en todo caso, dudo que Vattimo sostenga que la superación es la matriz o motor de la posmodernidad, ésta no avanza en línea, más bien se despliega en onda y eventualmente perderá la fuerza que la haga desaparecer.

Pero leo con cuidado, si bien no asegura nada, al menos me hace pisar seguro: la subjetividad, igual que la tragedia, es insuperable. La muerte de dios, la interpretación de la muerte de dios (todo es performativo en la posmodernidad), no pudo haber significado desecharla y encontrar un algo distinto… mejor, vengo diciendo. La modernidad, si algo ofrece, es que el sujeto es en realdad un valor y todos los valores se fundan en él. Pues bien, aquí sigo a Vattimo, sin duda, la posmodernidad liberó al sujeto de la carga pesada del resto de los valores, pues según la posmodernidad basta con el valor de sí mismo. ¿Me siguen? Y es aquí donde, digo siempre, hay pistas de por dónde le entra el agua al coco.

Claro, puedo sostener esta tesis, tengo algunas hipótesis de trabajo que sin muchas complicaciones me harían leer mejor el problema. La cosa es que hay gente que tiene mejores lecturas que yo y cuando propongo mis argumentos en menos de nada termino… así, sin nada en las manos. No importa, Vattimo me diría, creo: “mira, lo que pasa es que estás confundiendo verdad con premisas cuando se trata de lo concreto, y estás confundiendo método con heurística cuando se trata de las teorías científicas que requieren de observaciones para su comprobación. Es decir, método es teoría, verdad es lo concreto”. Es lo que pienso que Vattimo me diría, entonces tendría nuevas pistas. Es una trampa en realidad, lo que hace Vattimo, según yo, poca cosa lo que sé, es usar un modelo teórico para demostrar la efectividad de otro modelo teórico. Y eso no se puede hacer. “Te he pillado” le diría entonces, y Thomas Kuhn asomaría la cara para externar “pónganle una ronda a ese tipo” y ese tipo sería yo.


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