Dice William Ospina que siempre se es mejor lector antes que escritor. Tiene razón. Aunque hay genios rondando por ahí asegurando que les da pereza leer y prefieren escribir prolíficamente. No les creo. Ospina, mi maestro, lee con la lentitud necesaria a Rimbaud, Whitman, Dickinson, Byron, Faulkner y a Hölderlin. Después detiene su mirada en frases, en formas lingüísticas, en figuras poéticas y metáforas imposible de concebir sin la genialidad de esos prófugos de Occidente. Piensa en ellos, trata de entender lo que ahí dice, y lo que en el fondo está escondido, en esto mi maestro es un romántico ―incluso más que Nietzsche y el mismos Freud―. Entonces se dispone y comienza a golpear sobre el teclado de su computador.
“Esos extraños prófugos de Occidente” (Mondadori, 2012) está compuesto de seis ensayos que vierten la sabiduría y buena pluma del escritor colombiano: aquí se encuentran reflexiones en torno al francés huyendo al África, del inglés refugiado en Italia, sobre el alemán instalado en Grecia, del anciano que observa las ciénagas, acerca de la mujer que contempla como niña alegre a las abejas, respecto al elegante escritor que ama el Mississippi… todos ellos se fueron, se convirtieron en prófugos y por eso mismos se convirtieron en parte fundamental en la formación intelectual de William Ospina, que no puede ocultar su admiración en cada línea, en cada párrafo.
Encontramos reflexiones de este calibre en uno de los ensayos: “sabemos
que aunque todas las palabras que componen la tragedia de Shakespeare existían
previamente en la lengua, la aparición de ‘Macbeth’ nos enriqueció de un modo
indecible” escribe Ospina, y con ello quiere comunicar que si bien los genios
acuden a genios que estuvieron antes que ellos, su escritura no es menos
original que aquella, antes puede ser más potente, que no por vieja la lengua
es obsoleta, más bien robusta. Un verso ―de Virgilio, por ejemplo― “modifica de
algún modo el peso del mundo” sentencia nuestro autor y yo le doy razón. Leer
los ensayos de este libro enseña que la potencia literaria no es suficiente en
los poemas y las novelas, pues se evidencia una potencia política que más tarde
filósofos y estatistas tomaron en cuenta para proceder intelectual y
bélicamente.
Claro, yo tengo una pregunta: ¿cómo se puede decir tantas cosas de un
verso perfecto? ¿Acaso uno solo de ellos basta para que la inclinación del
mundo comience a sentirse por fin? Confío en mi maestro Ospina y digo que sí,
yo mismo lo he reconocido: un pedazo de Borges me hace sentir menos miserable
en este mundo. Entonces digo, mientras haya literatura ―como esta― el mundo
puede venirse abajo; pero eso es imposible si existe la poesía.
Ospina advierte que la perfección de la poesía nos recuerda que vale la
pena estar en este mundo de tránsito, pero “cuando la imperfección reina en el
mundo siempre hay lugar para la imaginación y para la indulgencia”, el imbécil
de Hitler nos recuerda que el horror adquiere la perfección y arrasa con todo…
hasta con el alma, como lo dijo Primo Levi. A veces el mundo puede caer en
manos del “hombre perfecto” y son unos grandes lectores de poesía, de esta que
Ospina declara como perfecta, quizá no la entendieron bien, o quizá la parte de
la ambivalencia que entendieron terminó por jodernos las esperanzas.
Entonces sí, todo se trata del idioma. lo que hoy se explica de cierto
modo antes se explicó de forma distinta, y quizá mañana no será el mismo. Pero
platónicamente la esencia se sostiene, ahí se queda y puede devenir lo que sea,
ella siempre esperará más adelante. “Todo lo que el espíritu encuentra” dice mi
maestro, sobrevive aun a su lengua, y Homero no está menos vivo hoy que hace 25
siglos, ni Virgilio ha dejado de ser leído, aunque su lengua haya muerto”.
Ospina lee poesía de este calibre porque sabe que con el invento del lenguaje
se transformó buena parte del mundo, y con este mundo construido se ramificaron
los objetivos individuales, pero sigue el sentimiento gregario que se evidencia
cuando decimos te amo, te quiero, te extraño, te hecho de meno… así no nos
entiendan o se hagan los sordos.
Hay una partida de razón en todo esto. William Ospina sabe que sin
poesía no hay filosofía, y sin esta filosofía moderna nutrida de aquella lirica
romántica no tendríamos la política más brutal o perfecta que nos pasa frente a
las narices. Comprender es el verdadero “instrumento humano” reflexiona el de
Tolima, solo así podemos entender que no todo es una cadena de causas, en
cambio siempre estará “la voluntad humana” que nos sacará de la ciega cadena
causal, pero igual nos tenemos que responsabilizar de sus variables
consecuencias. Ay, la libertad, si me apuran, no siempre es la mejor
alternativa.
Ha sido Hölderlin el que ha puesto el dedo sobre la herida: la voluntad
humana nos ha llevado al desastre, pero es verdad que de ahí mismo nos puede
sacar y saldremos rejuvenecidos (lo dijo antes que Nietzsche, Freud y hasta del
mismo Hegel). Lo primero que tenemos que reconocer es que ese albedrío nos
llenó de soberbia, y como Dante, será por ese mismo camino en donde encontremos
la solución. El camino al paraíso y los sueños de la modernidad están llenos de
monstruos. Cuánta razón tenía mi profesor en sus seminarios del doctorado. Mi
maestro Ospina recuerda a Borges diciendo “si hay otra vida después de la
muerte, la muerte es una broma estúpida”, porque no hay peor pesadilla que el
paso del hombre por este mundo, pero ojo y quieto ahí, no hay nada más hermoso
que ver el azul del cielo y los duendes que hacen mover en corriente a los
ríos, y poder decirlo con palabras ―en inglés, alemán o italiano; siempre
hablarán de lo mismo―.
No muy tarde me enteré de que William Ospina es un lector asiduo de
Hegel, de uno que se reunía con otros dos poetas, Hölderlin y Schelling: leían
a Rousseau y Kant a la luz de la Revolución Francesa que en esos momentos
estaba sucediendo. Después se separaron, pero los bastiones del Idealismo
Alemán ya estaban puestos, cada cual hizo lo suyo, Hegel, por su parte, “se
aplicó a una reflexión sobre el universo y el espíritu de la que, como se sabe,
se han desprendido grandes utopías”, el marxismo es su máxima expresión.
Comento esto por algo de allá arriba, no hay filosofía sin poesía, y una
filosofía en particular: la política.
Hasta aquí llego con mi lectura y dejo estas pequeñas notas. Quiero
decir, por último, que volver a los autores que me han enseñado a pensar y a
leer me enternece mucho, porque siento que me adelanto a sus palabras, quizá ya
sé lo que van a decir, o por lo menos sospecho el argumento y lo que se
desplegará ulteriormente.
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