miércoles, 18 de mayo de 2022

 


“Lo veo a Eduardo Sacheri en la televisión pública argentina” me dice mi compañero de barra cuando le menciono que estoy leyendo “Lo mucho que te amé” (Alfaguara, 2019) de su paisano nacido en Buenos Aires en 1967, “su pulso en cada párrafo es lo que me hace seguirlo y seguirlo y seguirlo” insiste en esta última palabra y no me sorprende, yo podría decir lo mismo ahora que he llegado a la última frase del libro, tiene un poco menos de cuatrocientas páginas. Él, que también es argentino, de Mendoza, agrega algo más, “sospecho que algunas escenas de esa novela sucedieron en mi calle”. No le creo. No lo conozco, por eso no le creo. Sucede que me metí a Don Porfirio de por el Monumento a la Revolución aquí en Ciudad de México, quería ver un partido de futbol y ahí estaba él, o mejor dicho, ahí estaba yo y me preguntó si podía acompañarme al codo, que ya no había mesas sueltas. “Todos hemos sido, en cierto modo” lanzó un tanto melancólico, “Ofelia Fernández Mollé”. Afirmé con la cabeza para concederle.

Ofelia es el personaje central y la voz narradora en “Lo mucho que te amé”; se trata de una chica universitaria enamorada de su novio, el que eventualmente pedirá su mano y con el que se va a casar. Son los años de Perón, mitad del siglo pasado. Ofelia, muy inteligente ella, parece una mujer adelantada a su tiempo, rompe los esquemas de la familia tradicional argentina y esto, si bien daba tono de admiración entre sus familiares, fue justo lo que la mete en aprietos de amores. Se trata, pues, de una historia sobre el amor y el enamoramiento, del miedo y la culpa, la fidelidad y la incertidumbre de saber que nadie pertenece a nadie. Sacheri, parece, quiere decirnos que no por hacer lo que se desea y tanto nos apasiona los estragos no van a llegar.

“No sé cómo terminará la novela” le digo a mi compañero de barra, “y no quiero que me lo digas”, exijo, “pero Ofelia me parece demasiado atrevida ante los escenarios reales que estaba viendo”. El argentino no terminó de entender lo que le estaba diciendo, yo intenté ser más preciso, “ok, olvidemos que Sacheri quiere mostrarme que no hay amor sin estragos, ok, hagamos de cuenta que Ofelia es cualquiera de las chicas que podemos ver en este bar, o ella que es la camarera” externo largo, él me mira y sonríe, sospecha que algo voy a lanzar y será su motivo para que me contravenga, “esta Ofelia que nos está sirviendo lo que pedimos puede salir de este sito después de media noche y quedar con quien quiera y mañana venir con las mismas ropas si ningún problema, sin que nadie sepa dónde y cómo, mucho menos para qué, hasta ahí no hay problema, la cosa es que nuestra Ofelia, la que nos ha puesto Sacheri en esta novela es una que se culpa con cada beso que da a quien se supone, en años de Perón, no debería dárselos, que le carcome la posibilidad de no completar su fantasía con quien no es su novio, después su marido, después el padre de sus hijos. El puto problema, flaco” le digo y sigo sin perder de vista la pantalla del televisor, mi equipo va ganado y él celebra conmigo, “es que nuestra Ofelia va en caída libre y ha asumido que tarde o temprano el barco va a encallar en algún momento, sabe que el avión se va a estrellar, sin embargo, no piensa detenerse, porque en el fondo, digo yo, flaco, a Ofelia le van a reventar la puerta en las narices, Ofelia sabe que saldrá herida y hará que más de uno salga de ahí hecho pedazos”. Respiro un poco porque creo que he sido honesto con mi interlocutor sudaca.

A Sacheri lo he leído antes, he visto películas en las que él ha sido el guionista; también lo he visto en entrevistas y me resulta un tipo de muy pocas palabras, pero con un gran sentimiento a flor de piel cuando habla. Su pasión por el futbol es, sencillamente, descomunal, a diferencia del resto de los mortales, él tiene la posibilidad de traducir ese desbordamiento de pasión hincha en narraciones que hacen más eterno un gol, que describen perfectamente la soledad de un portero y la soberbia aplastada de un delantero que falla el gol de último minuto. Y si la vida, igual que el futbol, es la pasión completa, entonces Sacheri describe minuciosamente lo que sucede con Ofelia en la propia voz de su personaje, una voz femenina que logra poner sobre la mesa las contradicciones de sus querencias: cómo se puede amar a dos personas sin el peso de la culpa, porque esto es lo que le sucede a Ofelia, que sabe que hay una diferencia entre estar enamorada y amar a alguien, lo segundo es la constancia del tiempo juntos, lo primero es la pasión desbordada del instante. Ofelia va de un punto al otro, y así se pasan los años y esa cosa extraña que amarra los sentimientos sigue ahí, no se va, no encuentra un mejor lugar que la casa de familia y los brazos improvisados. Nadie se enterará, amor mío, dice Ofelia, lo mucho que te amé.

El amor, que no ha cambiado absolutamente nada desde entonces, tiene sus complejidades. El amor por alguien que está a nuestro lado es sin duda su mejor versión, pero no siempre es así y Ofelia lo canta: el amor a veces está en otra parte, sus rastros se persiguen y siempre van a dar en la confusión, sí, también en la felicidad y en el placer, pero pasa primero por la ansiedad de estar y no poder estar, de querer y no tener el permiso del otro de quererlo; el amor, como dicen los cantantes, tiene a sus damnificados y nunca pasa sin causar estragos. Recientemente escuché de alguien importante en mi vida lo siguiente: “no por pensar en nosotros te olvides de ti”. Algún estribillo de canción se trata, pero lo dijo y creo que entendí perfectamente a lo que se refería. El amor es un poco eso, al menos el amor que nos va describiendo Ofelia a través de lo que está viviendo.

“Uno es más auténtico cuando ama” me cuenta mi compañero sudaca, “a uno le sale el monstruo que lleva dentro y el reto es saber si es capaz de domeñarlo”. Me gustó eso de domeñarlo. Por otra parte estoy de acuerdo con lo que dice, porque no sucede lo mismo con el antagónico del amor ―¿éste será el odio?, no lo sé―. Pero cuando uno está de malas es por lo menos consecuente, lanza el vaso del güisqui contra la pared y maldice sabiendo que las disculpas serán necesarias. La cosa está al otro lado, cuando se ama se puede presumir la seguridad, pero la latencia es, en realidad, la incertidumbre, la angustia de que cada paso se está dando en suelo sin rescoldos de fuegos de rabia. Lo otro, pienso yo y creo que eso pensaba Ofelia, es hipocresía. “Pues no puede ser” le dice Ofelia a su amor, “qué es lo que no puede ser” le responde, “que usted me quiera a mí, además de a Delfina” le explica, “y dónde está escrito que no” termina preguntando aquel cabrón. Y esta es la clave: nada está escrito, nos han puesto a Eros por delante de la cultura y la estructura, el dios del amor gobierna, y sin aquellas no quedan dictados que seguir.

Marcuse dijo que eros tenía una oportunidad de estar ahí, en el proceso civilizatorio, en realidad dijo que la supresión de eros no eliminaba la posibilidad de la cultura. Sencillamente sería más dolorosa la entrada. Pero, putamadre, claro que se podía por la ruta de Virgilio, ¿acaso no iba a nuestro lado para ello? Ofelia lo sospechaba, le puso el pecho al lado oscuro del amor sabiendo que se iba a dar contra la pared, como vaso de güisqui estrellándose y perdiendo la forma que una vez le dio sentido a todo. ¿Cuándo sucedió esto?, quiere saber Ofelia, pero no hay respuesta, porque cuando se mente la lleva al principio no está muy segura de lo que ve, por eso cuenta hacia adelante, en presente, diciendo “esta boca es mía” y solo narrándola se puede enterar de qué va todo este embrollo. Ofelia ha renunciado al pasado, nos lleva de su mano en lo que va aconteciendo, con el sentido práctico que necesita las querencias “prohibidas” sabiendo que es la única manera de disfrutar de la buena compañía.

De amores sé muy poco. Yo soy viajero y leo filosofía. Pero si me apuran puedo decir unas cuantas cosas: el amor ―los amores que he tenido, debo decir― se definen, de principio, entre lo que debería hacer y lo que deseo ―he hecho lo que he podido, no lo que he querido; así hasta hoy―, pero un poco después, entiendo que hago lo que puedo porque hasta ahí me llega el deseo. Quietos, no pretendo ser frívolo, lo que quiero decir es que el amor tiene un momento práctico que se supone responde a su momento de lenguaje, pero la tesis, bien intencionada, no siempre se ajusta a la realidad: la experiencia amorosa debe ser otra cosa, parece que tiene que ver más con la transgresión que con las normas y las causas. Esto es lo que quiero entender con Ofelia, la chica que me habla cuando leo el libro de Eduardo Sacheri.

“Algunas veces te han hecho pedazos el corazón” me pregunta mi compañero de barra que quiere pagar la cuenta, “recuerdo mejor los que yo he roto” le respondo y él abre grande los ojos, “vaya, macana, tendrás el corazón de acero” me lanza, “no, flaco, lo que pasa es que lo tengo amorfo y lamento que yo haya hecho lo mismo”. Pagó y yo me fui en metro a mi estudio, recibí una llamada de mi padre y aproveché a preguntarle si recuerda el instante en que dijo “sí, amo a esta mujer”, a mi madre. No se acordó, pero me contó una bonita historia. "Tantito" pidió el sudaca antes de salir de Don Porfirio, "esperemos a que termine esta canción". Sonaba "Por verte sonreír" de La Fuga.

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