“Lo veo a Eduardo Sacheri en la televisión pública argentina” me dice mi compañero de barra cuando le menciono que estoy leyendo “Lo mucho que te amé” (Alfaguara, 2019) de su paisano nacido en Buenos Aires en 1967, “su pulso en cada párrafo es lo que me hace seguirlo y seguirlo y seguirlo” insiste en esta última palabra y no me sorprende, yo podría decir lo mismo ahora que he llegado a la última frase del libro, tiene un poco menos de cuatrocientas páginas. Él, que también es argentino, de Mendoza, agrega algo más, “sospecho que algunas escenas de esa novela sucedieron en mi calle”. No le creo. No lo conozco, por eso no le creo. Sucede que me metí a Don Porfirio de por el Monumento a la Revolución aquí en Ciudad de México, quería ver un partido de futbol y ahí estaba él, o mejor dicho, ahí estaba yo y me preguntó si podía acompañarme al codo, que ya no había mesas sueltas. “Todos hemos sido, en cierto modo” lanzó un tanto melancólico, “Ofelia Fernández Mollé”. Afirmé con la cabeza para concederle.
Ofelia es el personaje central y la voz narradora en “Lo mucho que te
amé”; se trata de una chica universitaria enamorada de su novio, el que
eventualmente pedirá su mano y con el que se va a casar. Son los años de Perón,
mitad del siglo pasado. Ofelia, muy inteligente ella, parece una mujer
adelantada a su tiempo, rompe los esquemas de la familia tradicional argentina
y esto, si bien daba tono de admiración entre sus familiares, fue justo lo que
la mete en aprietos de amores. Se trata, pues, de una historia sobre el amor y
el enamoramiento, del miedo y la culpa, la fidelidad y la incertidumbre de
saber que nadie pertenece a nadie. Sacheri, parece, quiere decirnos que no por
hacer lo que se desea y tanto nos apasiona los estragos no van a llegar.
“No sé cómo terminará la novela” le digo a mi compañero de barra, “y no
quiero que me lo digas”, exijo, “pero Ofelia me parece demasiado atrevida ante
los escenarios reales que estaba viendo”. El argentino no terminó de entender
lo que le estaba diciendo, yo intenté ser más preciso, “ok, olvidemos que
Sacheri quiere mostrarme que no hay amor sin estragos, ok, hagamos de cuenta
que Ofelia es cualquiera de las chicas que podemos ver en este bar, o ella que
es la camarera” externo largo, él me mira y sonríe, sospecha que algo voy a
lanzar y será su motivo para que me contravenga, “esta Ofelia que nos está
sirviendo lo que pedimos puede salir de este sito después de media noche y
quedar con quien quiera y mañana venir con las mismas ropas si ningún problema,
sin que nadie sepa dónde y cómo, mucho menos para qué, hasta ahí no hay
problema, la cosa es que nuestra Ofelia, la que nos ha puesto Sacheri en esta
novela es una que se culpa con cada beso que da a quien se supone, en años de
Perón, no debería dárselos, que le carcome la posibilidad de no completar su
fantasía con quien no es su novio, después su marido, después el padre de sus
hijos. El puto problema, flaco” le digo y sigo sin perder de vista la pantalla
del televisor, mi equipo va ganado y él celebra conmigo, “es que nuestra Ofelia
va en caída libre y ha asumido que tarde o temprano el barco va a encallar en
algún momento, sabe que el avión se va a estrellar, sin embargo, no piensa
detenerse, porque en el fondo, digo yo, flaco, a Ofelia le van a reventar la
puerta en las narices, Ofelia sabe que saldrá herida y hará que más de uno
salga de ahí hecho pedazos”. Respiro un poco porque creo que he sido honesto
con mi interlocutor sudaca.
A Sacheri lo he leído antes, he visto películas en las que él ha sido el
guionista; también lo he visto en entrevistas y me resulta un tipo de muy pocas
palabras, pero con un gran sentimiento a flor de piel cuando habla. Su pasión
por el futbol es, sencillamente, descomunal, a diferencia del resto de los
mortales, él tiene la posibilidad de traducir ese desbordamiento de pasión
hincha en narraciones que hacen más eterno un gol, que describen perfectamente
la soledad de un portero y la soberbia aplastada de un delantero que falla el
gol de último minuto. Y si la vida, igual que el futbol, es la pasión completa,
entonces Sacheri describe minuciosamente lo que sucede con Ofelia en la propia
voz de su personaje, una voz femenina que logra poner sobre la mesa las
contradicciones de sus querencias: cómo se puede amar a dos personas sin el
peso de la culpa, porque esto es lo que le sucede a Ofelia, que sabe que hay
una diferencia entre estar enamorada y amar a alguien, lo segundo es la
constancia del tiempo juntos, lo primero es la pasión desbordada del instante.
Ofelia va de un punto al otro, y así se pasan los años y esa cosa extraña que
amarra los sentimientos sigue ahí, no se va, no encuentra un mejor lugar que la
casa de familia y los brazos improvisados. Nadie se enterará, amor mío, dice
Ofelia, lo mucho que te amé.
El amor, que no ha cambiado absolutamente nada desde entonces, tiene sus
complejidades. El amor por alguien que está a nuestro lado es sin duda su mejor
versión, pero no siempre es así y Ofelia lo canta: el amor a veces está en otra
parte, sus rastros se persiguen y siempre van a dar en la confusión, sí,
también en la felicidad y en el placer, pero pasa primero por la ansiedad de
estar y no poder estar, de querer y no tener el permiso del otro de quererlo;
el amor, como dicen los cantantes, tiene a sus damnificados y nunca pasa sin
causar estragos. Recientemente escuché de alguien importante en mi vida lo
siguiente: “no por pensar en nosotros te olvides de ti”. Algún estribillo de
canción se trata, pero lo dijo y creo que entendí perfectamente a lo que se
refería. El amor es un poco eso, al menos el amor que nos va describiendo
Ofelia a través de lo que está viviendo.
“Uno es más auténtico cuando ama” me cuenta mi compañero sudaca, “a uno
le sale el monstruo que lleva dentro y el reto es saber si es capaz de
domeñarlo”. Me gustó eso de domeñarlo. Por otra parte estoy de acuerdo con lo
que dice, porque no sucede lo mismo con el antagónico del amor ―¿éste será el
odio?, no lo sé―. Pero cuando uno está de malas es por lo menos consecuente,
lanza el vaso del güisqui contra la pared y maldice sabiendo que las disculpas
serán necesarias. La cosa está al otro lado, cuando se ama se puede presumir la
seguridad, pero la latencia es, en realidad, la incertidumbre, la angustia de que
cada paso se está dando en suelo sin rescoldos de fuegos de rabia. Lo otro,
pienso yo y creo que eso pensaba Ofelia, es hipocresía. “Pues no puede ser” le
dice Ofelia a su amor, “qué es lo que no puede ser” le responde, “que usted me
quiera a mí, además de a Delfina” le explica, “y dónde está escrito que no”
termina preguntando aquel cabrón. Y esta es la clave: nada está escrito, nos
han puesto a Eros por delante de la cultura y la estructura, el dios del amor
gobierna, y sin aquellas no quedan dictados que seguir.
Marcuse dijo que eros tenía una oportunidad de estar ahí, en el proceso
civilizatorio, en realidad dijo que la supresión de eros no eliminaba la
posibilidad de la cultura. Sencillamente sería más dolorosa la entrada. Pero,
putamadre, claro que se podía por la ruta de Virgilio, ¿acaso no iba a nuestro
lado para ello? Ofelia lo sospechaba, le puso el pecho al lado oscuro del amor
sabiendo que se iba a dar contra la pared, como vaso de güisqui estrellándose y
perdiendo la forma que una vez le dio sentido a todo. ¿Cuándo sucedió esto?,
quiere saber Ofelia, pero no hay respuesta, porque cuando se mente la lleva al
principio no está muy segura de lo que ve, por eso cuenta hacia adelante, en
presente, diciendo “esta boca es mía” y solo narrándola se puede enterar de qué
va todo este embrollo. Ofelia ha renunciado al pasado, nos lleva de su mano en
lo que va aconteciendo, con el sentido práctico que necesita las querencias
“prohibidas” sabiendo que es la única manera de disfrutar de la buena compañía.
De amores sé muy poco. Yo soy viajero y leo filosofía. Pero si me apuran
puedo decir unas cuantas cosas: el amor ―los amores que he tenido, debo decir―
se definen, de principio, entre lo que debería hacer y lo que deseo ―he hecho
lo que he podido, no lo que he querido; así hasta hoy―, pero un poco después,
entiendo que hago lo que puedo porque hasta ahí me llega el deseo. Quietos, no
pretendo ser frívolo, lo que quiero decir es que el amor tiene un momento
práctico que se supone responde a su momento de lenguaje, pero la tesis, bien
intencionada, no siempre se ajusta a la realidad: la experiencia amorosa debe
ser otra cosa, parece que tiene que ver más con la transgresión que con las
normas y las causas. Esto es lo que quiero entender con Ofelia, la chica que me
habla cuando leo el libro de Eduardo Sacheri.
“Algunas veces te han hecho pedazos el corazón” me pregunta mi compañero
de barra que quiere pagar la cuenta, “recuerdo mejor los que yo he roto” le
respondo y él abre grande los ojos, “vaya, macana, tendrás el corazón de acero”
me lanza, “no, flaco, lo que pasa es que lo tengo amorfo y lamento que yo haya
hecho lo mismo”. Pagó y yo me fui en metro a mi estudio, recibí una llamada de
mi padre y aproveché a preguntarle si recuerda el instante en que dijo “sí, amo
a esta mujer”, a mi madre. No se acordó, pero me contó una bonita historia.
"Tantito" pidió el sudaca antes de salir de Don Porfirio,
"esperemos a que termine esta canción". Sonaba "Por verte
sonreír" de La Fuga.
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