José Vasconcelos (1882-1959) fue un filósofo y político oaxaqueño que viajó por Sudamérica, y alguna vez dijo sobre Argentina lo siguiente: “es el primer éxito firme de la civilización española en el continente americano; loado sea ese éxito, y ojalá que todos procuremos igualarlo y superarlo; pero hoy y quizá por mucho tiempo, la Argentina será el faro de la noche hispanoamericana”. Haberlo externado de esta manera confirmaba su opinión respecto a la España colonizadora y católica que, en menos de unos pocos siglos, logró que los indios americanos “avanzaran […] desde el canibalismo hasta la relativa civilización”. Así que José Vasconcelos, al que los estudiantes latinoamericanos aclamaron como el “Maestro de la Juventud de América”, era optimista ─y también futurista─ al opinar que España y su religión eran la madre de una raza futura: la raza cósmica.
“La
raza cósmica”, publicada en 1925 ─un año después de que Vasconcelos dejara de
dirigir la Secretaría de Educación (1921-1924)─ tiene una tesis sencilla, y por eso mismo es
de largo aliento su confirmación: “las distintas razas del mundo tienden a
mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la
selección de cada uno de los pueblos existentes”. Claro, para que esto se
llevara a cabo, Vasconcelos tenía que hacer una fuerte crítica a la ciencia
positiva, particularmente a la teoría de la selección natural y el popular
darwinismo social. Y es que para este filósofo, las condiciones en
Hispanoamérica ─creo que se refiere del Río Bravo hasta Tierra
del Fuego, pasando por los países del Caribe─ las condiciones genéticas, culturales y
naturales estaban dadas. Eso sí, en esto era irreductible, era imprescindible
el pensador que defendiera la posibilidad de una nueva raza, de un nuevo hombre
que estaba por llegar.
El
autor celebra en “La raza cósmica” la presencia del pasado español en nuestras
tierras, pero sobre todo en nuestra sangre. Si se lee despacio ─no
entre líneas, eso no es posible, ahí no hay nada escrito─, reglón
por renglón, y se atiende a cada predicado de sujeto, se puede observar que no
hay un sentido de colonialismo en José Vasconcelos, antes se hace evidente una
suerte de repulsa y casi odio camuflado hacia los europeos y particularmente
con un sector ideológico español. Lo que sucede es que, en el despliegue de la
hipótesis de Vasconcelos, es imprescindible el descubrimiento, la invasión o
como prefieran llamarlo, pues “La raza cósmica” deviene no es a priori. No lo haremos
como los yanquis, nos dice Vasconcelos, pues ellos, que son la potencia más
inmediata, terminarán por crear “el último gran imperio de una sola raza”,
mientras que Hispanoamérica ─esa parte de la masa continental─ ha
optado por la mezcla del indígena mexicano con el europeísmo argentino, del
sentimiento de bolero mexicano con las rítmicas cumbias colombianas.
José
Vasconcelos se muestra como un hombre ilustrado, sus influencias son más bien
el idealismo alemán antes que la melancolía francesa que más tarde terminó por
convertirse en ese existencialismo destronado por el posestructuralismo y la
posmodernidad. Sabe que la naturaleza es ominosa, que los mitos sirven para
describirla y explicarla, si bien la furia natural no se calma, al menos se
tiene una causa y con eso basta. El blanco europeo, por su parte, nos dirá el
que también fuera director de la Universidad Nacional, le ofreció al mundo la
técnica que dominó la naturaleza a partir del “dominio de lo material”. Pero
eso mismo “Universópolis” puede ser para cualquiera, sobre todo para el que
“conquiste la región amazónica” o el Iguazú argentino, que son la fábrica de la
vida americana. Sea como fuere, lo que Vasconcelos nos quiere decir es que el
hombre blanco ─su
paso por nuestras tierras─ hace parte del plan de la quinta raza, la
cósmica ─las
otras cuatro razas son la negra, la blanca, la amarilla y la roja─, no
está descartado para el humanismo vasconcelista.
José
Vasconcelos, que en 1909 fue miembro fundador del “Ateneo de la Juventud”,
sabía que el espíritu de esa quinta raza cósmica no sería fácil de defender. Su
enemigo fue en todo momento las teorías científicas; en éstas reposa toda la
política y economía de dominación de las grandes potencias expansionistas. Por
eso para él era importante ser profesor, ir por el mundo a dar conferencias en
la que alzara la voz por esa raza que asomaba su mirada, que ya no estaba
lejos. Viajó a Sudamérica y ahí dijo que la Universidad estaba para servir al
pueblo y no para servir a la Universidad en tanto edificio y burocracia, por
tal motivo será necesario que por nuestra raza hable el espíritu. Pero este
humanismo era menester convertirlo en discurso filosófico potente, lejos de
toda metafísica, más próximo a un pragmatismo que permitiera hacer frente al positivismo
europeo y norteamericano.
Lejos
está Vasconcelos de negar la importancia del desarrollo científico, eran
maravillas que en sus viajes no terminaban de asombrarlo; el problema que el
filósofo mexicano veía era que el lenguaje de la ciencia se tornaba cultura, y
la cultura del pueblo hispanoamericano no encontraba asilo en ningún tipo de
lenguaje potente y devenía artesanía sentenciada a un valor que lo
desaparecería. En resumen, “La raza cósmica” muestra que hay tres estados de la
sociedad (material, intelectual y estético) y en ellas se despliegan el pasado
y el presente de cuatro razas (blanca, roja, negra y amarilla) que permitirán
“la creación de una raza hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza
final, la raza cósmica".
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