viernes, 19 de noviembre de 2021

“Cantar es sobrevivir” de Sergio Álvarez


 

“Un periodista en crisis personal y laboral” viaja por Colombia en busca de historias, quien lo envía quiere confirmar que la paz es posible después de haber firmado los acuerdos en la Habana. Pero quien mira, escucha y traza apuntes, reconoce que las cosas no han cambiado mucho, que el núcleo del conflicto permanece y basta con ir hasta allá y escuchar a la gente para negar la “verdad” difundida. La cosa es que el viajero cae en la cuenta de que algo acompaña a toda la desgracia de los locales, y esta es la música, son las canciones, que recogen las emociones que no encuentran palabras para la catarsis: se trata de la cartografía sentimental de un país. Sergio advierte que antes que cualquier excelso conocimiento de geopolítica, la primera representación que el colombiano tiene de las regiones de su tierra es gracias a la música que ha escuchado, ora en las estaciones de radio, ora en la cantina de enfrente, ora en las fiestas populares.

El cronista busca lo extraviado en su infancia, cuando por fin lo encuentra, un final inesperado le azota la puerta en las narices y se queda sangrando. Uno, ante semejante circunstancias, le toca poner el pecho y seguir adelante, pero antes le busca una canción a ese acontecimiento, no porque se olvide, sino para recordarlo con ritmo y tiempo cada vez que alguien, aunque sea por casualidad, la ponga y le suba el volumen. El cronista tiene miedo al rencuentro con un amor fracturado, cuando por fin sucede confirma la sospecha y descubre que tiene la cara puesta en un charco de lodo y sobre ella unas botas haciendo presión con fuerza y rabia. Sin embargo, a pesar de todo, siempre quedará la música, “la canción compañera” que no se va hasta que no cumpla su función: acomodar el recuerdo doloroso en el lugar simbólico que merece el paso de la vida.

Estoy de acuerdo, cantar es una forma de seguir viviendo a pesar de las circunstancias desagradables. Pero yo quiero comprender otra cosa: ¿qué forma tiene el recuerdo si el disparador mnémico es la letra con su rima, con su “tempo” y su métrica, que advierten el aliento del cantante? Dicho de otra forma, ¿qué es lo que recordamos cuando lo hacemos con una canción? Creo que Sergio lo tiene muy claro: la canción no parece ser un recuerdo, ni el auxiliar de la memoria, es, más bien, la crónica del presente; cantar es una acción rebelde ya de por sí, es una forma política de asumir la vida, sobre todo en la historia reciente de Colombia, donde aquel que no cante responde a patrones establecidos de conducta moral, en cambio, aquel que genuinamente tararea una canción es sospechoso, “pero de dónde le viene tanta felicidad a ese hombre; vaya e investigue y haremos lo que corresponda”. Y es que en “Cantar es sobrevivir” la música en general, la canción en particular es resistirse al olvido, es huir de la gente sinvergüenza y desmemoriada que asegura que aquí nada ha pasado.

Sí, de esto último se trata todo. Sergio lo dice en alguna parte: cantar tiene que ver más con la memoria, y ésta solo puede ser histórica. Entonces, la música es resistencia al olvido, y muestras reaccionarias ante este ejercicio hay muchas en la historia del siglo pasado en América Latina. El que canta sobrevive porque los que vienen seguirán cantando las mismas canciones, y quizá se pregunten ¿cuándo se cantó por primera vez esta canción?, o quizá, tristemente, quieran saber ¿esa canción cuenta la historia de El Salado? Sí, por eso hay que tararearle si está prohibida, o gritarla si uno cree que los que escuchan le harán coros en el estribillo.

El cronista recorre el mapa de las masacres que han acontecido en su país. Baja de su cuarto de hotel y cruza la calle, se mete a una cantina, se emborracha mientras escucha las canciones que salen del parlante. No deja de preguntar cosas, es periodista y de los buenos, va por las historias locales, de gente que sobrevivió al ataque y que todas las noches repite las escenas atroces con las luces apagadas y con la vista puesta en el techo de una casa humilde. Los comunicados oficiales no lo convencen, algo se les ha pasado a los periodistas de televisión, básicamente que nunca pisaron estas tierras, nunca hablaron con esta gente que, de forma asombrosa, siguieron dando clases de música, no dejaron de acudir a los colegios, no dejaron de atender sus negocios, no dejaron de chambear porque, ciertamente, son sobrevivientes y el impase hace un buen rato que les soltó las manos y los pies y los dejó sobrevivir. Y mientras todo esto llegaba, el amor de esta gente por la música, por alguna razón que los que saben vendrán a explicarnos, los ayudó a estar ahí para contarle al viajero lo que recordaban.

Cuando mi mamá canta canciones “tristementales” mientras barre el jardín interior de su casa de provincia, yo guardo silencio, la escucho y tarareo las partes que ella olvida. Me da las gracias, me confiesa que su memoria ya no es muy buena, ya se le están olvidado las letras de las canciones de su infancia, las que su mamá, es decir, mi abuela, cantaba mientras les preparaba la cena a sus hijos, es decir, a mi mamá y mi tío. “Quiero comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad” canta Julio Jaramillo y mi mamá lanza un “ay, esa canción es muy tristemental”, y yo le pregunto por qué, “ah, porque cuando era niña y no teníamos nada…”.

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