martes, 26 de octubre de 2021

“El tonto y los canallas” de Santiago Castro-Gómez


Con el profesor Santiago Castro-Gómez tengo una deuda académica, es de agradecimiento hacia su método de trabajo, y quizá por eso también de identificación, aunque debo reconocer que a ratos me descubro colgado de sus estrategias de investigación y su forma de exposición. A diferencia de los teóricos contemporáneos latinoamericanos ―y más de uno autonombrado “latinoamericanista” y son más bien coyunturales― en los que he largado mis lecturas y estudios los últimos cuatro años, él tiene un programa de investigación de largo aliento que data de 1995 durante sus estudios de maestría en Alemania, y alcanzan el año 2015 en sus ordenadas y minuciosas comunicaciones de una filosofía política en la obra foucaultiana. Con esto estoy diciendo, creo, que el profesor Santiago es un filósofo serio y prudente, y como dijo en algún momento mi director de tesis doctoral, quien presentó aquí en México la obra del colombiano relacionada con Slavoj Žižek, Castro-Gómez es un tipo que no cuestiona la lectura de sus colegas, pero sí le interesa saber a qué conclusiones llegan y si éstas realmente derivan de los argumentos. Es decir, es un hombre sensato, disciplinado e insistente.

Las investigaciones filosóficas del profesor Santiago se organizan a partir de dos trilogías, la una intenta dibujar una “genealogía de las herencias coloniales” (Crítica de la razón latinoamericana de 1995, La hybris del punto cero de 2005 y Tejidos oníricos de 2009) y la dos es la potente filosofía política que indaga la “democracia republicana, intercultural y popular” (Historia de la gubernamentalidad I. Razón de estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault de 2010, Historia de la gubernamentalidad II. Filosofía, cristianismo y sexualidad en Michel Foucault de 2015 y Revoluciones sin sujeto. Slavoj Žižek y la crítica del historicismo posmoderno de 2018). Castro-Gómez lo explica bien, dice que su obra genealógica va de la genealogía al poder, mientras que su obra de filosofía política tira del poder hacia la política: genealogía-poder-política. Estos seis libros de autor, en suma, rondan el triángulo formado por la historia, el poder y la política, planteado genealógicamente y discutido políticamente sus conceptos y categorías.

En 2019 la Editorial Pontifica Universidad Javeriana publica “El tonto y los canallas. Notas para un republicanismo transmoderno”, donde el profesor Santiago decide plantarle el pecho a la noción monolítica, totalizante y colonial que más de uno de sus antiguos colegas del grupo “Modernidad/Colonialidad” han venido sosteniendo en sus obras. Esto, definitivamente, si bien no lo aleja de aquel grupo y sigue utilizando algunas categorías y conceptos del nicho, sí se desmarca de ese ejercicio antimoderno y toma el camino hacia lo que aquí se puede leer como “transmodernidad”: no es saltarse la modernidad, nos dice, mucho menos negarla, sino atravesarla, pasar por en medio de ella “utilizando sus propias herramientas políticas” escribe y evidencia la deuda de aquel joven y venturoso Enrique Dussel, porque agrega “Son los sujetos coloniales que la modernidad excluyó aquellos que se apropian de ella para ir ‘más allá’ de sus límites y proponer un nuevo reparto”. Se trata, pues, de una “operación política” y eso es la transmodernidad en su dimensión republicana.

El profesor Santiago abre un problema que consiste en superar la antinomia entre el liberalismo y el republicanismo, esto permite ubicarlos en el antagonismo político. Sin este es imposible avanzar en los análisis, nos dice, y tenemos el riesgo de estancarnos en las ficciones decoloniales. Claro, pero lo que le interesa a nuestro autor es ver las posibilidades teóricas y prácticas que tiene el republicanismo moderno de ir más allá de la modernidad, es decir, a un republicanismo transmoderno donde aquel hombre colonial quedado “sin lugar”, sea capaz de asumir la responsabilidad. Para lograr esto, el también profesor de la Universidad Santo Tomás de Bogotá tiene que hace hacer una lectura a pasos de hierro de, en primer lugar, Quentin Skinner y John Pocock; en segundo lugar estudia a Maquiavelo, Spinoza y Rousseau, y finalmente, en tercer lugar, concentra su atención en Robespierr. ¿Por qué? Esta es la pregunta que me interesa ahora mismo: hay una hipótesis y es que el antagonismo no elimina la libertad, en realidad es su causa, la produce, y esto queda claro cuando se revisa los pensamientos de estos teóricos en relación con las revoluciones en Estado Unidos y Francia.

El republicanismo se finca en el principio de igualdad, en tanto que el liberalismo en el principio de libertad (negativa). Lo importante de esta tesis es que el liberalismo es una forma de lealtad, es decir, la libertad prima sobre la igualdad, mientras que en el republicanismo ésta sólo emergerá si existe la igualdad. Esto cambia todo, pues el bien de uno mismo no debe estar por arriba del bien de la república, el republicano, nos dice nuestro autor, debe vigilar “que todos los ciudadanos sean iguales, que gocen de su libertad y se sientan orgullosos de cultivar estas virtudes”. Pero el profesor Santiago busca algo más, esto sigue siendo la parte moderna del republicanismo, y él asegura que hay un “más allá de la modernidad” que no la “pasa por debajo”, la “atraviesa”.

Lo que yo entiendo es que, paradójicamente, lo que evita que el republicanismo moderno llegue a consolidarse en un republicanismo “transmoderno” es el pensamiento decolonial, “una visión no dialéctica de la modernidad que vende como humo el pensamiento decolonial” dice nuestro autor sin tapujos. Por eso el profesor Santiago hizo una pausa después de su primera trilogía y criticó al último Foucault y quizá responder a una pregunta básica: ¿hay una filosofía política en la obra de Michel Foucault?, y si la hubiera, ¿qué forma tiene esa política? Pues hizo dialéctica, sin dudar buscó la crítica al historicismo posmoderno de Slavoj Žižek, no para defender la muerte del sujeto por su historia, sino para confirmar que, junto con Žižek y Hegel, o superamos el conflicto o no hemos entendido por dónde le entra el agua al coco. Sin duda, el profesor Castro-Gómez lo dice mejor cuando critica a ciertas corrientes decoloniales:

“Plantearse como objetivo político la abolición del capitalismo [o sea, la ausencia de la dialéctica de una dimensión de la modernidad], el patriarcado y el colonialismo occidentales y decir que mientras que este objetivo no se cumpla toda lucha política será vana e insuficiente, significa en realidad no haber entendido de qué se trata la política”.

Y así es como Castro-Gómez se ha metido en aprietos con una corriente de pensamiento a la que supuestamente pertenecía, pero si se lee con cuidado y atención, con esa lentitud de quien nada y nadie lo presiona, se puede observar un distanciamiento y acercamiento constante con Quijano, Mignolo, Dussel o Grosfoguel, a la vez que se evidencia la salida hacia Foucault y Antonio Gramsci por las rutas de Mariátegui. Esto, muchachos, le da razón a Bart Simpson respecto a su hermana: “esto es dialéctica, Lisa” le dijo frente al televisor de la sala.

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