Pues bueno, debo reconocer que estudiar un texto es un poco más complicado que la lectura convencional que hago de las novelas. Han sido pocas en este año, dicho sea de paso; mis compromisos académicos no me lo permiten. Decía complicado porque tengo que subrayar, hacer algunas anotaciones de margen y, sobre todo, sistematizar mis apuntes. La idea, supongo, es volver a ellas cada vez que lo considere necesario.
“Los
secretos de la ansiedad” (Paidós, 2015) del psicólogo Domènec Luengo,
especializado en trastornos de ansiedad, me dejó un poco consternado. Diré que
me tortura la idea de que la ansiedad es, de principio a fin, una estrategia
biológica que nos defiende ante un inminente, o no, peligro exterior. En la
terapia nos damos cuenta de que no queremos renunciar a la ansiedad, porque, en
última instancia, creemos que es nuestra última oportunidad de protegernos.
Pero el peligro no llega, no obstante el cuerpo está al cien por ciento de su
capacidad de alerta, y eso hace doler las manos, la cabeza, debilita las
piernas y acelera el corazón.
“La
ansiedad se convierte en una reacción psicofisiológica dotada de una
intencionalidad positiva para la supervivencia” nos dice el autor, “una especie
de herramienta de incalculable valor para el afrontamiento de situaciones
percibidas como altamente amenazantes”. Esto quiere decir que la persona
ansiosa tiene un modo de ver la vida, y quizá esto sea lo más doloroso
humanamente, pero en la técnica es el punto en el que se interviene y desde
donde se puede vislumbrar algún tipo de éxito. Sobre la ansiedad hoy se sabe
mucho, incluso las personas que la padecen en trastorno están suficientemente
informadas al respecto. Todo esto cambia mucho el panorama clínico para el
diagnóstico, tratamiento y revalorización.
La
ansiedad puede ser un trastorno porque la experiencia de miedo, vergüenza,
tristeza o ira, que eventualmente una persona puede llegar a experimentar, de
pronto se desbordan sin poder controlarlos, al punto de que puede entorpecer la
calidad de vida de los sujetos, “secuestrando la propia vida libre” dice
Domènec Luengo. La persona ansiosa está de manera recurrente anticipando el
peor escenario, el catastrofismo se apodera de todas sus elaboraciones
cognitivas, hasta arrastrarlo a una crisis de pánico o la fobia social. En fin,
el escenario es desastroso, pero en todo caso lo que debe quedar claro es que
inhabilita las relaciones humanas vinculares de la persona ansiosa, pero sobre
todo las relaciones normadas socialmente. El ejemplo más lamentable es saber
que una persona con este padecimiento es capaz de renunciar a su trabajo
porque, sencillamente, no se encuentra apta física ni mentalmente para
desempeñar actividades asignadas por sus superiores.
En
“Los secretos de la ansiedad” el autor nos muestra el esquema conceptual del
trastorno, nos ofrece una clasificación de los síntomas y hace mucho énfasis en
el yo del sujeto ansioso: ¿cómo se afronta consigo mismo?, ¿cómo lo hace con el
resto de la sociedad?, ¿cómo lo experimenta con la familia? Claramente Domènec
Luengo hace un guiño sistémico del padecimiento, y consecuentemente alude a una
clínica integral: biológico, psicológico y social.
Respecto
a esto último, el autor reconoce que hay un factor neurofisiológico en la
manifestación de los ataques de ansiedad, no afirma que sean razón y causa,
pero sí que en el entramado el cuerpo nervioso está presente. Sin duda, una
clínica psicológica del trastorno de la ansiedad no debe soslayar este factor,
dado que estamos hablando de una respuesta automática que puede hacernos
confundir en los niveles de intervención. Esto significa una cosa: la
farmacoterapia, aunque lleve el posfijo no es una terapia, nos dice Luengo,
pero no cabe duda de que junto con la intervención psicológica o de alguna otra
clínica, permite que la persona ansiosa alcance el nivel de control, a saber,
los niveles cognoscitivos que le permitan comprender la realidad que está
experimentarlo y de ahí su futura comprensión.
La
ansiedad, en tanto trastorno, implica un proceso psicofisiológico que, en última
instancia, tiene que ver con lo que hay en el interior de la persona ansiosa y
el exterior que le cupo en suerte. Hay una representación del ansioso, es la
del hombre inseguro ante lo nimio y por eso mismo se le comprende poco; el
ansioso, a su vez, tiene una representación del exterior y lo define peligroso,
de tal suerte que su nerviosismo, su miedo, la taquicardia, la sudoración y las
náuseas finalmente le vienen bien, porque sabe que por ahí no debe seguir, que
saldrá lastimado, que se verá atrapado en un callejón sin salida y no vendrá
nadie a rescatarlo. Así que, lastimosamente, decide no abandonar su ansiedad,
¿no fue acaso esa alarma la que lo salvó al encenderse antes del inminente
peligro? No hay mucho misterio en eso, lo que pasa es que la persona ansiosa
tiene una percepción discordante de la realidad, pero ojo, no por eso es falsa,
no por eso es menos cierta y, por su puesto, ¿quién dice que no sea probable?
Si
alguno de ustedes padece ataques de ansiedad, pida ayuda profesional, es
tratable con psicoterapia y el auxilio de la psicofarmacología. Si bien en la
actualidad se conoce mucho al respecto y por eso mismo las técnicas de
intervención son más sofisticadas y efectivas, es verdad que puede ser un
camino largo y doloroso… muy doloroso. Pero finalmente tratable y no son pocos
los pacientes que han salido avante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario