Estanislao Zuleta (1935-1990), el autodidacta colombiano, recibió el Doctorado Honoris Causa el 21 de noviembre de 1980, su discurso de aceptación fue “Elogio de la dificultad”. La Editorial Planeta Colombiana ha recogido este ensayo en una colección dedicada a la obra del reconocido pedagogo y audaz filósofo nacido en Medellín. Se trata, y aquí apuro el paso para decirlo, de un reclamo de Zuleta a un auditorio por pretender lo inalcanzable y por ello mismos frustrar el espíritu al no poder asirlo y desplegarlo a modo. Dicho de otra forma, la búsqueda de lo absurdo aleja este mismo espíritu del reto intelectual, así que “deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida. […] queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo” antes que la dificultad de pensar.
Esta
posición kantiana de Zuleta se explica cuando reconoce la angustia perpetua en
el hombre, que su reto está en ponerse a prueba y demostrarse que ha sido capaz
de alcanzar la madurez de sus propios pensamientos y con ellos salir a
enfrentar la vida. Se trata de superar la indecisión, nos dice nuestro autor,
“de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el
respeto”. Zuleta advierte que el camino comienza por la lectura, la que es
crítica, la que va línea por línea, objetivamente. El diálogo con los clásicos
ora filósofos ora novelistas, poetas o dramaturgos, es, aunque se siga negando,
una experiencia trascendental dado que el otro sí está ahí, el texto adelanta las
respuestas de las preguntas que todavía no le hemos planteado. En cualquier
caso, éstas siempre tienen que ver con nosotros.
Zuleta
dijo cosas muy ciertas en este discurso, cosas como por ejemplo, que la
dificultad provoca la retirada de potenciales mentes ingeniosas y profundas
tras el primer fracaso, sin que nadie estuviera allí para decirles que
precisamente aquel descalabro era en buena parte formativo. Surge entonces el
miedo, dice Zuleta y aquí alude a Dostoievski ―Zuleta no era un existencialista,
ni de cerca, era más bien serio, además de respetuoso con las buenas ideas― y
afirma que “la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las
cadenas”, dice que las cadenas son el territorio de la seguridad (no puedo
estar de acuerdo con esto, pero veamos) porque “las seguridades […] nos evitan
la angustia de la razón”. Así confirma Zuleta su inminente apego a la
ilustración, el otrora bastión del liberador proyecto moderno.
Nuestro
autor piensa con Bacon, Descartes y Kant, con ellos plantea sus problemas y los
reconoce en la vida contemporánea. Lo dicho siempre: los clásicos no sin viejos
son, en realidad, robustos. Zuleta insistía en que las nuevas preguntas no
siempre recibían las mejores respuestas por buscarlas en el pensamiento más revolucionario
y novedoso, a veces la parsimonia y elegancia de los clásicos obturaban el
argumento de mejor manera, no obstante, reconoce nuestro autor, el sujeto que
piensa hoy determina el calibre del enlace con Platón y Aristóteles, o más
atrás, con la tragedia… y más atrás. Pero es con Hegel, Marx y Freud donde está
el método de Estanislao Zuleta, no los considera maestros de la duda, éste es
un artilugio hermenéutico “al que no se le debe parar tanta bola”, pues nada
más claro que la dialéctica, el materialismo histórico y la asociación libre,
nos dirá el pensador colombiano.
A todo
esto, y ahora en torno a mis necesidades intelectuales, ¿por qué leer a un
pensador colombiano en México y en medio del proceso creativo de mi tesis
doctoral? William Ospina dijo en alguna ocasión que Estanislao Zuleta era el
Alfonso Reyes colombiano (no sé si hay que cuidar ciertas distancias), Santiago
Castro-Gómez no le ha concedido una sola línea en sus obras (tal vez por la
ausencia de precisión académica por parte del autodidacta), los posmodernos
colombianos saben que, salvo algunas frases que les viene a modo, el resto de
la obra de nuestro autor no les conviene traerlo a suerte, los decoloniales ven
una mezcla explosiva y peligrosa en el manejo arriesgado y atrevido que Zuleta
llevó a los foros donde habló más de lo que escribió. Estanislao Zuleta no
tiene una obra sistemática, pero sus reflexiones particulares alcanzan un nivel
de profundidad que para descubrirlo hay que partir de algo: no importa si
Zuleta leyó bien a Freud, a Marx o a Hegel, por ahí no va la cosa, lo que hay
que buscar, digo yo, es por dónde le entra el agua al coco cuando nuestro autor
plantea preguntas, describe sus argumentos y deriva en conclusiones con una
precisión lógica que solo pocos alcanzan. Dicho a modo de un costeño oaxaqueño:
Zuleta sabe que hay que lavarse el mono para levantar la mano y que el de al
lado no se azore.
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