sábado, 23 de octubre de 2021

“Camino al este” de Javier Sinay


Tom Dieusaert dijo en alguna parte que todos los viajes, de algún modo, tienen que ver con el amor. Vamos en busca de alguien, o salimos huyendo pero dejando gotas de sangre del corazón roto como pistas que delatan nuestras coordenadas. Siempre dan con nosotros. Viajamos porque nos cuesta estar quietos, nuestra vida es el movimiento perpetuo porque amamos o porque nos dejaron de amar o porque tememos que el amor construido se venga abajo, y allá vamos, creyéndonos exploradores expertos sin sospechar lo complicado que puede llegar a ser ese día a día del viajero de carne y huesos. En fin, viajamos porque lo que sentimos por alguien lo consideramos suficiente para ir de México a Buenos Aires, de Buenos Aires hasta Japón o de Oaxaca hasta Ecuador.

El Periodista argentino Javier Sinay empacó en una mochila unas cuantas ropas, una cámara, su computadora portátil y varias libretas para anotar… cosas. Hizo un viaje de poco más de 15 mil kilómetros para encontrarse con su novia que tuvo que mudarse de Buenos Aires a Kioto. En su recorrido registró las señales de lo que más tarde terminaría siendo “Camino al Este. Crónicas de amor y desamor” (Tusquets, 2019). Caminó bajo la “noche española”, cruzó por los “puentes parisinos”, indagó sobre los “freaks alemanes”, admiró los “castillos de los antiguos reyes eslavos”, respiró en los “bosques rusos de abedules”, sintió el calor de los “desiertos mongoles”, se perdió entre los “pasadizos en la capital de china” y descubrió que la modernidad y la posmodernidad comparten escenario en “los laberintos del hiperconsumo en los malls japoneses”.

En cada lugar encontró, porque andaba buscando, historias de amor. Y decirlo así significa que el desamor también es amor. Se trata, entonces, de una emoción (biología) pero también de una percepción o representación (lo que creemos que es o significa). El amor ha sido un tema menor para el periodismo, reflexiona Sinay, quizá porque no ha sido contado de la manera que debe contarse: desde las entrañas del placer que causa o del duelo que desgarra las entrañas. Lo que encontramos en “Camino al Este” es la crónica de un acontecimiento entre Occidente y Oriente: ¿cómo es el amor por allá lejos?, ¿cómo hace un ruso cuando la mujer lo ha dejado?, ¿qué papel desempeña el amor en el conflicto de las dos Coreas?, ¿hay algún país donde el amor esté prohibido? Cada respuesta implica, por lo menos, dos cosas: la política del amor, por un lado, es decir, cómo se gestiona y cómo se presenta en las relaciones humanas; y por otro lado está la fenomenología del amor, es decir, cómo se practica, cómo se actúa, cómo se hace, cómo se termina… es su “dimensión material”, dijo ayer un profesor al que admiro mucho.

Técnicamente hay perfiles, comentarios, ensayos… es una novela basada en hechos reales; definitivamente se trata de una crónica. Es, sobre todo, un trabajo periodístico que alimenta el género y aporta un sentido crítico a la política y lo político como parte esencial de nuestras prácticas humanas. Uno lee y cae en la cuenta de que del amor no se habla igual en todas partes, de que más allá de los idiomas los verbos para conjugar deseo y pasión no siempre confirman la hipótesis, que el beso significa algo pero no siempre igual en todas partes… el amor entre dos personas ―a veces entre más de dos al mismo tiempo―, según comentó en alguna ocasión un escritor italiano, es la primera acción colectiva y por eso mismo el primer problema político que nos compete como humanidad.

Disfruté mucho la lectura de “Camino al Este”. Compré mi ejemplar en “Garabato librería” en un barrio muy bonito de Bogotá. Desde la provincia viajé hasta allá… nada más por amor.

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