viernes, 30 de octubre de 2020

"La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo" de Jorge Moruno

 

Honestamente, a veces quisiera ser amigo de los famosos, de esos que publican libros y aparecen en televisión en programas descafeinados. Al principio me decepcionaban cuando los miraba discutir con cretinos e ignorantes en cadena nacional, pero poco a poco fui entendiendo que ellos tenían que estar ahí, porque conciben la política como un escenario de combate donde se sobrevive o se muere. ¡No pueden dar concesiones, tienen que aparecer! Jorge Moruno (Madrid, 1982) es uno de ellos, que igual se planta con seguridad frente a unos trajeados políticos cabrones de derecha, y sin más se cuela a un bar de barrio madrileño y desde un escenario improvisado habla del precariado, del 15M, de PODEMOS y de América Latina. Ah, no duda en citar a Marx en público y criticar los marxismos que se niegan entender que las esquinas del cuadrilátero de boxeo también son para curarse las heridas y volver “a por todas” en el siguiente asalto. Pero lo dicho, no es mi amigo, así que le sigo la pista pensando en que tarde o temprano discutiremos con dos rondas de chelas en algún lugar del planeta ("que el precariado se haga visible"): En Madrid, en Bogotá o en la ciudad más bonita del mundo: la CDMX.

Jorge es sociólogo, así nada más, sin doctorado. El puro power. Me resulta un lector muy extraño, o, dicho de otra forma: lee todo lo que cree que puede ayudarle a resolver los problemas teóricos, prácticos y políticos a los que atiende. Vamos, lo diré de nuevo y “sin miedo al éxito”: su plan de lectura es un verdadero desmadre y ahí está su ventaja. La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo (Akal, 2017, 2da ed.) es una clara muestra de lo que acabo de decir: Foucault, Castoriadis y Deluze sirven para explicar pero no parece confiar en ellos para argumentar; con Althusser hace memoria y a veces cae en la nostalgia; con el buen Bifo plantea el escenario desde donde parece que está hablando; de pronto aparecen Hobbes y Maquiavelo para dar cátedra sobre lo que significa hacer política en la modernidad (extraño, ¿cierto?); Gramsci va a la par de Harvey, y Marx ahí hace de contención una y otra vez, una y otra vez; Negri y Lazzarato los usa para plantear problemas; una cita por aquí de alguien desconocido, otra cita por allá de un autor que aparece una sola vez en el extenso del libro. Pero eso no es todo: películas, canciones, epígrafes y hasta descripciones de escenas de Los Simpson sirven de ejemplos en orden ficcional. De este modo está escrito, digo yo, “La fabrica del emprendedor”.
Tal vez sea porque estoy muy concentrado en el andamiaje teórico con el que pienso echarle candela a mi problema de investigación en el doctorado, pero leo a Moruno y no dejo de preguntarme por qué ha elegido a estos teóricos (varios de ellos activistas también) para lanzar los dardos hacia el “capitalismo posmoderno”. Tiene mucho sentido, supongo, porque aquello que se suponía iba a disolverse en el viento, al final se tornó lenguaje. Todo lo sólido se convierte en lenguaje, y eso, ahora puedo decirlo, es por lo menos una trampa para los que, como Jorge, intentan hacer cosas de manera seria. Veamos si lo explico mejor.
Moruno tiene claro que el escenario donde va a combatir es un lugar habitado por el semiocapitalismo de Berardi, el territorio que ahora ocupan los eufemismos, donde el capitalismo ha convertido en mercancía absolutamente todo. ¡Absolutamente todo! Son los tiempos de la postpolítica, donde los conflictos están superados y basta con llegar a acuerdos que supuestamente beneficiarán a la mayoría… si no ahora, más tarde quizá, pero ciertamente algunos tienen que esperarse porque no a todos nos toca al mismo tiempo. Jorge dice que así no, que si no hay combate no hay acuerdo, que si no hay adversarios no hay consensos, que si no hay política hay que sospechar de esa democracia. Y lleva razón el señor, porque el ser emprendedor se democratizó y de pronto nos enteramos de que cualquier mortal puede ser uno de ellos. No es mala idea, dice Moruno, que conste, quien emprenda y salga así de la precariedad, pues en hora buena, pero de ahí a que se inocule en forma de discurso en las relaciones sociales para convertirse en el deseo de ser y nunca llegar a serlo, eso sí es capitalismo posmoderno ―insisto en que se parece mucho a lo que yo llamaré en mi tesis Capitalismo Cabrón―. Lo que Moruno descubre aquí es que la fábrica del emprendedor consiste en la fabricación de un lenguaje que convierte el deseo y las motivaciones en la avanzada, pero contradictoriamente ese mismo lenguaje lo frena. ¿Lo notan?: se tiene que desear ser (requisito indispensable), pero no se puede llegar a ser. Así que el secreto ―o la putada― está en el estadio previo: el deseo de ser. Lo que sigue es la vuelta del bobo.
Uno llega a la oficina de desempleo y espera que haya algo para él. Le dicen que sí, que justamente hay un trabajo de mierda por el que le pagarán menos de lo que recibe como ayuda de desempleo. Él dice que no lo quiere, que prefiere seguir esperando algo mejor, donde por lo menos le paguen más. Le dicen que no, que lo tiene que aceptar, porque si lo rechaza pues le retiran la ayuda mensual. Así de jodida está la vaina. A alguien más le dicen que el perfil es perfecto para él, así que bienvenido, pero después de una semana se entera de que hay modificaciones al contrato, a los horarios, al salario, a los tiempos extras y los días de descanso. “Es lo único que hay” dice el reclutador, y el precario acepta y todo con lo que contaba se ha venido abajo; él no ha entendido, o sí, que lo timaron, que así funcionan las contrataciones: ofrecer mucho y después se le presenta la cruda verdad. Hay alguien más, cualificado y con varios años de experiencia. Se presenta a la entrevista y demuestra que habla dos idiomas además del de origen, que fue de los primeros de la generación y que tiene muchos deseos de aprender. Eso, muchachos, les importa un pito a los reclutadores, lo que les interesa es que el sujeto cualificado demuestre que es capaz de “acrecentar su empleabilidad”. Es decir, esperan a que el candidato diga “pero nada de eso importa, señores, si quieren pueden tratarme como una mierda, explotarme y pagarme una miseria, al final yo necesito ese trabajo así les tenga que sobar un huevo”. Así sí, el puesto es suyo y usted es de nosotros, le dirán.
El escenario de verdad es una porquería. Moruno lo describe tenazmente. Pero eso no significa que sea evidente, muchachos, porque justamente se ha convertido en un lenguaje y ahí está, escondido entre las rendijas de palabras, categorías, conceptos sin contenido crítico, gestos y emoticones, de trajes y corbatas… Es el capitalismo posmoderno. Así que no se crean que la posmodernidad es la muerte de los meta-relatos y tonterías de ese tipo (ese video de YouTube ya tienen que dejar de visitarlo), posmodernidad es que un buen amigo de ustedes les diga que lo absurdo es buscar la estabilidad de un trabajo antes que la “mente abierta para nuevas oportunidades”, lo que viene a decir más o menos “trabajar en tantos lugares como sea posible para tener un currículo para seguir trabajando en todos los lugares que sea posible”. Posmodernidad es que otro buen amigo, y ahora colega, les diga convencido de que él si acepta la rebaja de salario sin chistar porque sabe que es una mala racha y que la empresa cuenta con su sacrificio. Posmodernidad es creer que la realidad está en los fraseos teóricos que jamás se conectan con la dimensión concreta de la vida cotidiana, aunque ellos crean que con sus ejemplos lo logran. Posmodernidad es… en fin, posmodernidad es que los traten como imbéciles y les pongan a elegir el color del bastón de facto con el que van a andar.
El trabajo, entonces, es el tema, la preocupación de Jorge Moruno, un tipo al que veo en charlas y presentaciones de libros y me agrada. Vamos, digo es que me cae bien el tipo. Pero bueno, no estoy de acuerdo con varias cosas que dice y escribe, claro que tampoco las voy a plantear en este espacio. Además, él está jugando en primera división y yo apenas estoy armando las molotov con las que voy a salir al combate. Así que les recomiendo que le den una vuelta al trabajo del buen Jorge, que ya suman dos libros (sobre “No tengo tiempo. Geografías de la precariedad” [Akal, 2018] también escribí algo aquí) y en ambos insiste en el punto: o exploramos nuestras posibilidades colectivas y políticas, o bien, mientras más poder le demos al poder, más duro nos van a venir… Y por supuesto que tiene a sus detractores, varios son de su generación. No me sorprende que los tenga fachos, esos aparecerán siempre ahí, con ese olor a tufo, como de sacerdote medieval; pero los tiene críticos, de su edad y con menos fama que el buen Jorge. Estos últimos me sorprenden porque si bien tienen diferencias en puntos críticos, en lo general navegan en el mismo barco. Lo que les tuerce las rodillas, creo yo, son las alianzas y filias que Jorge tiene y desde donde ha sabido explotar su participación. Pero bueno, parece que Jorge sabe que desde la azotea verá caer la mierda de zanate sobre las calvas de mi decepcionante generación que acusa la extroversión. Se están haciendo pendejos.

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