lunes, 26 de octubre de 2020

“La fragilidad del campamento. Un ensayo sobre el papel de la tolerancia” de L. M. Oliveira

La tolerancia tiene que ver con las acciones, es decir, con la ética, lo que implica el juicio sobre la praxis vertida en la moral.

La idea por su puesto que no es mía, le pertenece a un buen amigo que escribió un libro sobre ética y política para los tiempos violentos que hemos estado viviendo en los últimos años (en breve compartiré mis apuntes de lectura al respecto). Y si lo comento aquí es porque coincide (mínimamente) con los planteamientos de L. M. Oliveira (Ciudad de México) en “La fragilidad del campamento. Un ensayo sobre el papel de la tolerancia” (Almadía, 2013). Son los tolerantes, dice el autor, los propensos, y quizá los únicos con el derecho, a ejercer la intolerancia, incluso usando la fuerza si ésta es necesaria y legítima. En este sentido, y tratando de desenredar la complicada (que no por eso compleja) hipótesis del también profesor de la UNAM, el papel de la tolerancia está frente a los que habitan la barbarie: así que viene bien ser intolerantes con los carentes de empatía, ante los que se mueven psíquica y emocionalmente en el “yo-ellos”. Los otros, reflexiona, son objetos que bien pueden ser víctimas de los bárbaros.
La conclusión es buena, nada qué discutirle, pero desafortunadamente el profesor Oliveira, digo y yo ―¿y quién soy yo para decirlo?― no deriva esto de lo que propuso como premisas y argumentario.
Creo que por aquí mismo lo he dicho antes: el problema de las buenas ideas es que en ocasiones no se sabe bien de dónde salieron. Y así inermes, pues duran menos que nada en la selva de los abusados y abusivos. Pero no quiero ser injusto con el texto del profesor, al que no tengo el gusto de conocer personalmente, pero resulta que hay un problema que Oliveira parece no reconocer: a veces (muchas veces; casi todas las veces) estos cabrones bárbaros son los que nos gobiernan, o bien se están pudriendo en dinero y ejercen un poder inconmensurable. Entonces en los márgenes de las páginas del libro le digo al profesor que la solución no está en la gente (individual o colectivamente), pero él insiste en decir que sí, pero yo le reviro y le aseguro que está en los logros de la Ilustración: las instituciones, profesor, ahí hay una posibilidad y toca buscarla. Pero él dice que no, que son corruptos los que de ahí salen para gobernar. Sí, es verdad, ni quien lo niegue, pero en el tiempo cronológico no se resuelve nada, mucho menos con su necedad con los ejemplos históricos que, creo yo ―otra vez mis creencias ― confunde con analogías. El profesor pudo haber probado con el tiempo lógico: no es un gobierno incorruptible el que venga y resuelva todo, más bien el gobernar o la gobernanza que se concreta en gobiernos determinados es lo que ofrece una oportunidad de salir del problema en el que nos han metido. ¿Se enteró de lo que acaba de suceder en Chile?
El autor de Almadía quiere acercarse a la democracia. Y lo hace en buena manera: sabe que se trata de una forma de gobierno, pero casi se mofa de los que creen ―creemos― que su máxima expresión son las votaciones y las mayorías. Pues bien, ahí tenemos otro desacuerdo, porque yo le escribo pequeñas notas al margen de su libro y en ellas le digo que las mayorías son necesarias, que salir y votar, si bien no define la totalidad de la democracia, si define gobiernos democráticos o en su defecto a las élites de poder que devienen totalitarismos. Entonces sí, profesor, más vale que nadie nos quite la más pura concepción de la democracia: votar, ser votados y que las mayorías decidan a través de las elecciones. Acepto que le ponga candela filosófica al respecto, que le ponga adjetivos y más derivaciones lógicas, pero si algo hay que vigilar es que si somos mayoría ―si por fin somos mayoría― y podemos “chingarnos al Estado” a través del voto, pues a ponernos a ello. ¿No le parece?
La cuarta de forros dice que L. M. Oliveira echa mano de clásicos y contemporáneos para explorar el concepto de tolerancia. Eso no es completamente cierto ―digámoslo: es falso―. El que también escribe novelas confunde el aparato crítico con el andamio teórico ―a mí también me ha pasado, pero yo no soy profesor de tiempo completo en la UNAM, ni pertenezco al SNI―, acude a la cita textual y al parafraseo para hacernos creer que hay un horizonte especulativo o un bastión teórico con el que analiza y comprende su objeto de estudio. Pero bueno, los de Almadía creo que ahí se les pasó la mano, porque, ciertamente, el autor no pretende eso en ningún momento de lo que él mismo llama "ensayo", o si lo pretendió no lo logró. Otra cosa: eso de “estilo sucinto” por parte de Oliveira (también promocionado por la editorial) a veces se confunde con el típico estilo de escritores que terminan en lugares comunes (o digámoslo de otra forma: falta de talento para hablar de lo mismo de forma genuina y originalmente).
Lo digo de nuevo: quizá esté siendo injusto con lo que estoy planteando aquí. Pero vamos, tranquilos, al profesor Oliveira le soba un huevo lo que estoy escribiendo sobre su libro en mi muro de Facebook. La cosa es que a mí me resulta sería la actividad intelectual; eso de escribir buenas ideas: en 144 páginas se puede ofrecer un ensayo decoroso en torno a la democracia y el papel de la tolerancia en la vida contemporánea; el método, incluso, puede ser el que aquí se planteó: citar a clásicos y a contemporáneos y tratar de articularlos con la narración de ejemplos que entraban a fuerzas y a regañadientes en las reflexiones. La cosa es que mi experiencia de lector fue la de un libro inconexo que iba de un tema a otro sin un núcleo de discusión, mucho menos una idea rectora. Quiero decir es que los mini capítulos que me ofrece el autor son una suerte de ideas miscelánea que aparentemente hablan de lo mismo, y esto gracias a que fueron ligadas con la última frase del “capítulo” que advertía la primera frase del siguiente "capítulo". Y bueno, por otro lado, fui yo el que pagó por el libro ―más envío hasta mi provincia, donde todo lo que viene de “México” (así decimos, como si nosotros fuéramos esos expatriados dentro del propio territorio) tiene que ser muy bueno―.
Hasta aquí llego. Pero ojo, que el catálogo de Almadia me sigue pareciendo de lo mejor que hay en sur del país.

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