miércoles, 11 de diciembre de 2019

"La estatalidad en transformación" de Gerardo Ávalos Tenorio

Maquiavelo insinuó que se gobierna a los hombres libres, de lo contrario es tiranía. Esto implica algo lógico: quien es libre busca ser gobernado. Tal parece que el acuerdo es común. Quizá por eso el Dr. Gerardo Ávalos Tenorio se pregunta, intuyendo un dejo de fragilidad en este juicio, “¿por qué un pequeño grupo de personas tiene autorización para ejercer el poder sobre los demás?”. Ofrece ocho ensayos para responder; no obstante, la problematización es trasversal a la obra en su largo y en su profundidad. El libro se llama “La estatalidad en transformación” y fue coeditado en el año 2015 por la UAM (donde el autor es profesor-investigador, además de coordinador del programa de doctorado en ciencias sociales) e ITACA. La premisa principal, creo yo, es que es necesario partir de (y defender) la idea de que el Estado es moderno y que las relaciones humanas son las productoras simbólicas de la forma social. 

El Dr. Tenorio piensa y escribe con Kant, Hegel, Marx y Freud; es evidente el arqueo teórico cuando metodológicamente define los modos en que va a tratar sus objetos de indagación: la estatalidad, la exclusión, la globalización, la ética, la condición posmoderna, las psicopatologías de la forma social, la oclocracia, la política. La sistematización del entramado conceptual de los objetos de estudio, visto gnoseológicamente, le permite acudir a una miríada de autores contemporáneos que ajustan los conceptos modernos a los tiempos actuales. Digo yo que esto es muy original y sirve como aportación de método a las investigaciones en ciencias sociales.
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Mi lectura trató de dar cuenta de un problema de orden metodológico: cómo pensar la forma social. O dicho al antojo de mi pluma: ¿por dónde le entra el agua al coco cuando decimos “relaciones humanas”? Volviendo al plano académico: ¿qué es lo que sostiene al sujeto inalterable y qué es lo que golpea la fragilidad del verbo que muta? Es decir, los márgenes de los procesos sociales son conceptuales, no tenemos más oportunidad que esta, es por eso por lo que la búsqueda de conceptos (palabras que nombran cosas) se torna el principal problema a la hora de investigar. La permanencia, en última instancia, consiste en buscarle un nuevo verbo a ese sujeto gramatical que con el paso del tiempo ha perdido fortaleza. Para el profesor Ávalos esto parece resolverse de manera sencilla: ir a los clásicos y arquear con los modernos hasta el tiempo que nos cupo en suerte. Mucho trabajo, sí, pero al parecer ya no quedan otras alternativas.
Entonces aparecen los temas con sus nombres: la precarización de la vida, la exclusión de lo que se creía el propio espacio, el desarraigo de las viejos territorios simbólicos y materiales, una suerte de orfandad que deriva en no saber hacia dónde echar a correr para salvar el pellejo. En fin, el desamparo muy bien aprendido. No es que esta sea la forma social, pero sí que se reviste de estas experiencias y los duelos sin resolver llevan a la melancolía que poco a poco deja de padecerse porque a todo se acostumbra uno y, de pronto, la moda envuelve y el nihilismo hace el resto. ¿Y cómo resolver el problema si los recursos que había fueron arrebatados?, ¿cómo hacer si la gente se ha que dado “sin” nada que le dé identidad y con el peligro de no existir porque sobra en este lugar? El escenario, como se ve, es lamentable.
Pero igual se tiene que partir de algún punto, y el optimismo no caracteriza a este libro. Además de que no se precisa, pues es evidente que no son pocos los intentos que se han hecho para salir de esta condición: el individualismo egoísta frente al colectivismo de los otros; la vileza cínica de los menos (afortunadamente) frente a la buena voluntad de los más; el eufemismo del mundo laboral de los ingenuos frente al realismo de la vida precaria de los más inteligentes… Se puede seguir, pero basta con eso. Lo que quiero decir es que las respuestas a la condición precaria que narra el tiempo actual son emergentes, pero en ningún momento se trata del salto cualitativo que se estaba esperando. Así que las modas y los modos responden a una urgencia torpe que carece de basamentos sólidos donde apoyar su proyecto “emancipatorio”; y como la respuesta, y aquí acudo al método del autor del libro, implica un regreso remoto en la historia de las ideas políticas, entonces llegará después. Vaya, que en “La estatalidad en transformación” lo clásico en realidad es robusto.
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Arriba dije, recordando “El príncipe”, que solo aquel que es libre puede ser gobernado, y agregué que implicaba el deseo de pertenecer a una relación contractual. Pero también puede decirse que la libertad absoluta no viene mal, no obstante, la certidumbre está en los márgenes: donde el “ethos” acaba (o ya no puede) la regla (ora la coerción) se hace menester. Esto, señores, es una suerte de entente entre la psicología y la política. Si bien es la razón la que organiza, como en su momento lo dijo el profesor Gerardo en uno de sus seminarios, es la pasión la que mueve; yo agregaría que la pasión también es la que mata y, si somos bienintencionados, la política servía justamente para no matarnos entre nosotros. ¿Será, entonces, que Rousseau llevaba razón en eso de que al ciudadano había que obligarle a ser libre? Fromm estaría de acuerdo con esta tesis, pero el problema es que el hombre no sabía qué hacer con su libertad. ¿Entonces? La cosa no es sencilla. El profesor Gerardo no tiene más oportunidad que detener el ritmo de su libro y hacer una excavación (¿arqueología?) en la obra freudiana y volver a emerger y continuar con su arqueo.
Ahora sí, al mundo de allá afuera podemos nombrarlo y encontrarle los recovecos y taponearle las fisuras para que no deje de ser cuando los posmodernos lleguen y digan que “la realidad se nos ha ido de las manos y ahora es lo que se nos venga en gana”. Aunque no sea vea (¡ay, Dr. Freud!) su dimensión fenomenológica sí que existe y se le puede conceptualizar (incluso con pretensiones científicas); lo dicho que no se quería decir guarda el secreto buscado y desencriptarlo ya puede ser tarea de las ciencias sociales. Porque si algo abona esta obra es una forma de pensar concienzudamente las formas permanentes de estar; y en ese sentido, el profesor Gerardo, digo yo, se mete en un aprieto al incluir la categoría de “pulsión” en uno de sus ensayos, pero lo resuelve (movimiento inteligente) con-po-lí-ti-ca.
Pero bueno, mi lectura (por demás maniquea entre lo que abona a mi investigación doctoral y aquello que hace parte de mi formación teórica) intentó pronosticar el final de la obra: entre aquellos que gobiernan y aquellos que obedecen, parece que el hombre no puede escapar de su condición de animal político. No me equivoqué, pero el yerro lamentable (ese maldito malestar que siempre acompaña al lector que dice ser profesional) consistió en que yo derivé que la superación histórica de la condición precaria devenía mejores relaciones humanas, y vaya sorpresa, caigo en la cuenta de que se trata de una nueva condición aún más compleja y, si me esperan, ahora sí irreversible.

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