lunes, 5 de febrero de 2018

"Crecimos en la guerra. Crónicas" de Pilar Lozano


En la portada hay una bota militar que está a punto de aplastar –creo que esa es la expresión más atinada– un tenis rojo, se ve desvencijado.
Después de leer las siete crónicas de Pilar Lozano (Colombia, 1952), después de que ella le diera voz a los niños reclutados –cuando no secuestrados– por los grupos armados (paramilitares y guerrilleros) entendí que durante un buen tiempo en ciertas zonas de Colombia los infantes no tuvieron más opción que portar un arma con apenas ocho años de infancia, y si corrían con suerte –como los personajes de "Crecimos en la guerra"– podrían contar lo que vivieron: ver morir a sus amigos, a sus hermanos, a sus vecinos, a sus padres, convertirse en asesinos o asesinados. También tenían la posibilidad de desertar y evitar que los encontraran, de ser así estarían en manos de un comité de conciencia, en el que se deliberaba la sentencia –casi siempre terminaba en fusilamiento–.
La periodista fue hasta las veredas, hasta los colegios especiales para los “desmovilizados” –en este caso se trata de niños que decidieron y pudieron escapar de los grupos armados y son asistidos por el Estado, que volvieron “a la civil”, como dijo uno de ellos–. Lozano revivió acontecimientos sangrientos, provocó a voz testimonial de las mamás de los niños-soldados, los hermanos de niños-soldados que tuvieron que salir huyendo hacia otro país. Entrevistó a una niña a la que su hermana gemela fue secuestrada, recibía sus cartas desde su cautiverio y una tarde la encontraron botada en alguna parte de la Bogotá violenta…
Una amiga me regaló "Crecimos en la guerra", me dijo que tenía que leerlo, que de pronto encontraba algo que yo estaba buscando cuando contaba mis propias historias. No sé si di con eso que ella decía, pero de algo estoy seguro, "Crecimos…" se va convirtiendo en una novela, en un cuento, sin embargo es un trabajo periodístico que requirió años de reportería, de recorrer de norte a sur y de este a oste el territorio colombiano.
Sí, quizá eso fuera lo que mi amiga –periodista, por cierto– quería que yo encontrara, ese momento en que la narrativa se convierte en herramienta para contar la violencia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario