domingo, 22 de diciembre de 2019

"Hegel y el poder. Un ensayo sobre la amabilidad" de Byung-Chul Han



He comenzado mi tercer trimestre en el doctorado en ciencias sociales y por ello me siento muy emocionado. A ratos hay un dejo de temor en lo que expreso, en lo que escribo, en lo que escucho de parte de mis profesores. Pero voy entendiendo que estas emociones (tampoco sucede siempre) se cuelgan en el tren de la formación intelectual, que contingente a ciertos eventos en una universidad privada de mi país, el ritmo de trabajo no ha bajado un ápice, antes se han ajustado algunas tuercas para que aquello no suceda por nuestros lares. No obstante, hay que decirlo, sí, el ritmo de las lecturas es acelerado y cada uno hace lo que puede con lo que tiene.
Uno de los seminarios concentra su atención en tres núcleos teóricos: su viaje despega con Hegel, pasa por Marx y aterriza en Freud. La idea central es estudiar el poder que deviene relación entre sujetos. Para ello hay una serie de autores (con unos libros en particular) con los que se intentará hacer frente a un problema ─ojo aquí─ de las ciencias sociales: “comprender la entraña pulsional del Estado y la política”.
Pues bien, aquí es donde aparece el popular filósofo surcoreano, Byung-Chul Han (Seúl, 1959) con su más reciente obra “Hegel y el poder. Un ensayo sobre la amabilidad” (Herder, 2019). De él he leído “La sociedad del cansancio” y “Psicopolítica”, y más allá del alto precio de sus delgados libros, sufrí de arrepentimiento y prometí no volver a leer nada más de él. Pero de pronto apareció un texto sobre Hegel y el poder (revisión sobre una sospechosa teoría hegeliana del poder), sobre la amabilidad como posibilidad de ruptura entre el poder y la violencia. Y bueno, venía en el programa del seminario que cuando fue presentado por el profesor se notó un dejo de advertencia sobre la profundidad y seriedad de lo que en la obra podría haber.
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Se trata de un breve ensayo (o un conjunto de brevísimos ensayos en torno a ideas hegelianas) que a ratos parece una reflexión a la luz de autores como Lévinas para pensar el poder en la obra de Hegel. No quiero parecer frívolo, pero sí que la astucia de este señor me deslumbra; creo que he dado con su secreto de producción ─ya me tocará compartirlo en otra parte─. Pero, por otro lado, creo que, haciendo justicia a la obra, hay algunas ideas que quiero compartirles por aquí, que, ya saben, abonan a mis apuntes del seminario y eventuales participaciones plenarias. Ah, y en esta ocasión ya me encuentro en una versión más acabada de mi proyecto de pesquisa que sigue tirando fuerte hacia la comprensión de la precarización de la vida contemporánea y las formas de lucha política.
Entonces veamos, por dónde le entra el agua al coco en esta obra: el filósofo sospecha que el poder no es marginal en la obra hegeliana, más bien es su núcleo y como tal determina todo lo que de la obra deviene. Vale, se puede estar de acuerdo con esa tesis; aunque después de leer a Slavoj Žižek he entendido que Hegel es un monstruo y todo lo ha abarcado, así que lo mejor es alejarse lo más que se pueda de él o se terminará ahogado en sus animales ideas. Así que, dicho lo anterior, yo diré en unos cuatro años que los patrones de comportamiento inconscientes o irracionales son el verdadero núcleo en la obra hegeliana y como tal debería ser estudiada. ¿No les parece? Claro que no, el filósofo surcoreano lleva razón, Hegel, antes que Foucault, había pensado el poder como nadie más lo había hecho y nadie más lo podrá hacer.
La pregunta es otra, y es breve: ¿qué fue lo que encontró Byung-Chul Han desde ese eje de lectura? Pues varias cosas: el poder es intentar continuar siendo en el otro, sin perder la unicidad. Esto qué quiere decir, que el poder no reprime, más bien es la continuación de una voluntad en el otro. Dicho a la campechana: a uno le viene bien sentir el poder que ordena, que gobierna, que no escinde nuestra unidad, más bien que nos hace seguir siendo. “El poder es la capacidad” dice el autor, “de estar junto a sí en lo otro. Engendrar un continuum del sí mismo”. En fin, el poder en Hegel, si fuera más amable... ¡Interesante! Pero también fugaz.
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La violencia es otra cosa, dice Han, ésta escinde, destruye, separa al yo del no-yo. Entonces hace su aparición el poder y se ejercicio une, o como arriba he señalado: se continúa. Pero para lograr esto, dice Han que dice Hegel, hay que intentar abandonar el “es-así”, porque aquí radica una pereza de orden natural, de lo inerte y estéril; es el poder lo que hace que se mueva, y ese movimiento es bello, porque la cascada se mueve, porque el viento agita los copos de los arboles que siempre luchan por volver al “es-así”, pero la belleza no se lo permite e insiste. Si entendí bien, esto no es más que en la relación entre Sujeto y Objeto se busca la subjetividad, que en última instancia es la que moviliza.
Hegel desconfía de las altas montañas inmóviles, son tan toscas, tan “así” y nada más. En cambio, el hombre, ese sí que es la última versión del progreso. Es el espíritu en su mejor versión, la gran idea. Pero Han leyó y encontró algo genial: el adentro del sujeto no niega el afuera de la naturaleza, por eso come, percibe, interpreta. Todo su yo, digámoslo así, es producto de masticar lo otro. Todo pensamiento espectado busca un rencuentro con el que pensó que sólo logró su movimiento con el pensamiento. Si se pone mucha atención (y si se es más inteligente que yo, sin duda), marca el ritmo de lo que sigue en la obra del surcoreano con cola al estilo pop.
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Una va leyendo a Byung-Chul Han y de pronto aparece Heidegger: si preguntamos desde la metafísica el ente queda en estado de intermitencia, así que el riesgo es no volver a verle la pista si no se regresa a él, si la respuesta no aparece por ninguna parte. Pues bien, Byung-Chul Han hace un movimiento donde Heidegger responde a las preguntas que Han le hace a Hegel. ¿Qué tal? ¿Se atreverían ustedes? La cosa es que lo que hico el autor de “Hegel y el poder” fue muy inteligente, primero porque no se mete en problemas, pero lo mejor es que metodológicamente es la única manera de una respuesta más pura. Me explico: Hegel plantea el problema, Han hace la pregunta, Heidegger responde, y todo este entramado lo que hace es representar el tiempo que nos cupo en suerte a nosotros que estamos leyendo la obra.
Byung-Chul Han agrega una teología del poder, y ahora mismo no me interesa decirles qué fue lo que intentó ahí. En fin, el ensayo que recientemente aterrizó en México vale casi quinientos pesos y apenas alcanza las ciento cincuenta páginas. A mí me interesaba leer el libro porque hay una parte de mi investigación en la que estoy tratando de arquear la normatividad de Kant con el malestar freudiano, pasando por la mercantilización de la vida erótica. Entonces viene este tipo que dice que el amor implica un poder que hace que uno continúe en el otro a través del deseo sobre el otro. Pero también ahí aparece la violencia, que escinde y los dos en continuum vuelven a su individualidad. Entonces, y aquí aún estoy dando pasos sobre pantano, la precariedad de la vida erótica (una relación de poder entre cuerpos sociales, una relación entre animales precarios) deviene lucha entre poder y violencia donde esta última sale vencedora sin siquiera haber resistido al intento de re-unificar del poder.

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