La educación tiene que ver con el reconocimiento del lugar que ocupamos en el mundo, dice Estanislao Zuleta (Medellín, 1935 – Cali, 1990), mientras que la democracia alude a la posibilidad de diferir con las mayorías. Esto es lo contrario a lo que sucede ahora mismo en Colombia. Ayer, el ESMAD molió a golpes la esperanza de un joven universitario que no está de acuerdo con las decisiones del gobierno que le cupo en suerte. “Todo hombre racional es un hombre desadaptado” dice Zuleta, y lo es porque se hace preguntas críticas, es decir, preguntas que fracturan el imaginario de la estructura. Lo logra, según nuestro autor, gracias a cierto tipo de educación y, sobre todo, a ciertos maestros que le tocó ─esta es la aportación romántica del pensador─. No obstante, el chico está en el suelo en estado de shock, no sabe qué es lo que está pasando, tiene los ojos desorbitados y un ESMAD no deja de darle patadas en el rostro. ¡A la mierda, señor Zuleta, algo se nos escapó!
“Educación y democracia” (Planeta, 2020) reúne entrevistas y
conferencias de Zuleta, y en ellas responde a preguntas relacionas con la
educación, la participación democrática y la responsabilidad social de los
intelectuales; asimismo, comunica a un público temas del tipo la voluntad del
saber, la mirada de Kant sobre la educación y la relación entre el marxismo con
las universidades colombianas. La Editorial Planeta Colombiana, si bien queda a
deber mucho en el cuidado de la edición y corrección de los textos, me parece
que ha hecho un acertado trabajo de reunir el pensamiento de un hombre que
habló más de lo que escribió, pero si uno sigue sus ideas con cuidado, se dará
cuenta que a este colombiano lo que le sobraba era la lógica del argumento que
le permitía derivar conclusiones supremamente sensatas.
La educación, según la genealogía de Zuleta, hay que pensarla desde
Grecia, donde, curiosamente, no había facultades de filosofía, pero bien que
sobraban filósofos y se filosofaba mucho. Es por esto por lo que nuestro autor
no deprecia a los clásicos para intentar responder a preguntas actuales. La
tesis es básica: si el saber y la verdad estaba inoculado en las relaciones
humanas de los griegos, por qué no hacer de parteros de esos conocimientos para
pasar de la doxa a la episteme, dice Zuleta recordando a Sócrates; pero, sobre
todo, insiste, por qué no ser aristotélicos, y por amor a la sabiduría, decir
que en cierta forma Sócrates se había equivocado. No era la mejor democracia,
dice Zuleta, pero en la de los griegos la educación era fundamental para
desplegarla.
Luego está Florencia, apunta el colombiano, donde la técnica, la
universidad y la educación se reconfiguraron: fue el elogio a las manos que
hacen cosas y las cosas que eventualmente nacen. La resolución de problemas que
dificultaban la vida cotidiana era el objetivo. Da Vinci hizo lo suyo en lo
operativo, Copérnico y Galileo ofrecieron modelos teóricos que describían y explicaban
casi todo. Técnica y saber se fundieron en la práctica. La educación,
consecuentemente, tenía que seguir los mismos vericuetos. Zuleta pasa de los
helénicos a los florentinos por una sencilla razón: dialéctica se llama. El
presente es un reconocimiento del pasado, y, así, el pensamiento filosófico
encuentra su apuntalamiento en los niveles técnicos de la florentina
renacentista.
Estanislao Zuleta encuentra en Alemania ─particularmente sigue la ruta
hegeliana que salió desde Kant─ la cúspide del pensamiento moderno. Todo es
negación, pero también todo es asimilación. Zuleta no es hegeliano, es más bien
kantiano, reconoce cualquier despliegue del pensamiento humano en los
imperativos, y lleva razón, ¿no vamos, pues, por la vida rompiendo estructuras?
A ratos le cuesta mucho trabajo, será porque es una entrevista y no le hacen
las preguntas más inteligentes, o será porque es una conferencia y limita su
tiempo de intervención; sea como fuere, Zuleta sabe que el retorno a los
clásicos de la filosofía ─y también de la literatura─ es ineludible. Cuál es el
detalle aquí ─uno muy bueno por cierto─, que para Zuleta, si bien la ruta que
viene de Grecia, pasa por Florencia y alcanza Alemania, también hay una
múltiple división hacia Francia, Escocia e incluso la vieja España. No
obstante, sabe que todas estas miradas vuelven a confluir en Marx y algunos ─no
pocos ridículamente─ se desbocan en Freud y el psicoanálisis.
Entonces, el pensamiento de Zuleta es, en realidad, una fórmula de
lectura: la razón y la verdad están en las ideas. Por eso hay que leerlas.
Claro, cualquiera puede criticarle a este intelectual colombiano lo siguiente:
Zuleta insiste en que la razón tiene sus andamios en los clásicos, y que la
filosofía contemporánea no son más que notas al pie de aquellos. Sin embargo,
no son pocos los que sostienen que el helenismo fue precisamente lo que
permitió lo que más tarde la Escuela de Frankfurt vino a llamar “razón
instrumental”. No hay que llegar hasta aquí, pues Nietzsche ya lo había
sentenciado en su fuerte crítica a Sócrates y discípulos, que no fueron pocos.
En resumen, lo que Zuleta nos mostró en “Educación y democracia” ─o lo
que la Editorial Planeta Colombiana compiló en este tomo de seis─ es que los
problemas de nuestro tiempo ─sobre todo los educativos y los relacionados con
la participación democrática─ tienen que ser planteados filosóficamente, porque
su discusión obedece a lo ontológico antes que a cualquier otra mirada
tecnocrática. Sí, su nivel operacional es técnico, pero es una consecuencia no
un principio. Claro, si uno va siguiendo línea por línea la técnica
argumentativa de Estanislao Zuleta notará que su lógica le permite derivar en
conclusiones sensatas, pero no potentes, pues tampoco es difícil ─digo esto con
pudor y desganado─ corroborar fallos argumentativos que ahora mismo no vienen
al caso mostrar. Pero habría que preguntarnos si esto se debe a que el maestro
Zuleta se perdió ─porque así lo decidió él mismo─ de la formación
universitaria. En fin, hay que leerlo todo.
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