jueves, 1 de julio de 2021

"Educación y democracia" de Estanislao Zuleta

 


La educación tiene que ver con el reconocimiento del lugar que ocupamos en el mundo, dice Estanislao Zuleta (Medellín, 1935 – Cali, 1990), mientras que la democracia alude a la posibilidad de diferir con las mayorías. Esto es lo contrario a lo que sucede ahora mismo en Colombia. Ayer, el ESMAD molió a golpes la esperanza de un joven universitario que no está de acuerdo con las decisiones del gobierno que le cupo en suerte. “Todo hombre racional es un hombre desadaptado” dice Zuleta, y lo es porque se hace preguntas críticas, es decir, preguntas que fracturan el imaginario de la estructura. Lo logra, según nuestro autor, gracias a cierto tipo de educación y, sobre todo, a ciertos maestros que le tocó ─esta es la aportación romántica del pensador─. No obstante, el chico está en el suelo en estado de shock, no sabe qué es lo que está pasando, tiene los ojos desorbitados y un ESMAD no deja de darle patadas en el rostro. ¡A la mierda, señor Zuleta, algo se nos escapó!

“Educación y democracia” (Planeta, 2020) reúne entrevistas y conferencias de Zuleta, y en ellas responde a preguntas relacionas con la educación, la participación democrática y la responsabilidad social de los intelectuales; asimismo, comunica a un público temas del tipo la voluntad del saber, la mirada de Kant sobre la educación y la relación entre el marxismo con las universidades colombianas. La Editorial Planeta Colombiana, si bien queda a deber mucho en el cuidado de la edición y corrección de los textos, me parece que ha hecho un acertado trabajo de reunir el pensamiento de un hombre que habló más de lo que escribió, pero si uno sigue sus ideas con cuidado, se dará cuenta que a este colombiano lo que le sobraba era la lógica del argumento que le permitía derivar conclusiones supremamente sensatas.

La educación, según la genealogía de Zuleta, hay que pensarla desde Grecia, donde, curiosamente, no había facultades de filosofía, pero bien que sobraban filósofos y se filosofaba mucho. Es por esto por lo que nuestro autor no deprecia a los clásicos para intentar responder a preguntas actuales. La tesis es básica: si el saber y la verdad estaba inoculado en las relaciones humanas de los griegos, por qué no hacer de parteros de esos conocimientos para pasar de la doxa a la episteme, dice Zuleta recordando a Sócrates; pero, sobre todo, insiste, por qué no ser aristotélicos, y por amor a la sabiduría, decir que en cierta forma Sócrates se había equivocado. No era la mejor democracia, dice Zuleta, pero en la de los griegos la educación era fundamental para desplegarla.

Luego está Florencia, apunta el colombiano, donde la técnica, la universidad y la educación se reconfiguraron: fue el elogio a las manos que hacen cosas y las cosas que eventualmente nacen. La resolución de problemas que dificultaban la vida cotidiana era el objetivo. Da Vinci hizo lo suyo en lo operativo, Copérnico y Galileo ofrecieron modelos teóricos que describían y explicaban casi todo. Técnica y saber se fundieron en la práctica. La educación, consecuentemente, tenía que seguir los mismos vericuetos. Zuleta pasa de los helénicos a los florentinos por una sencilla razón: dialéctica se llama. El presente es un reconocimiento del pasado, y, así, el pensamiento filosófico encuentra su apuntalamiento en los niveles técnicos de la florentina renacentista.

Estanislao Zuleta encuentra en Alemania ─particularmente sigue la ruta hegeliana que salió desde Kant─ la cúspide del pensamiento moderno. Todo es negación, pero también todo es asimilación. Zuleta no es hegeliano, es más bien kantiano, reconoce cualquier despliegue del pensamiento humano en los imperativos, y lleva razón, ¿no vamos, pues, por la vida rompiendo estructuras? A ratos le cuesta mucho trabajo, será porque es una entrevista y no le hacen las preguntas más inteligentes, o será porque es una conferencia y limita su tiempo de intervención; sea como fuere, Zuleta sabe que el retorno a los clásicos de la filosofía ─y también de la literatura─ es ineludible. Cuál es el detalle aquí ─uno muy bueno por cierto─, que para Zuleta, si bien la ruta que viene de Grecia, pasa por Florencia y alcanza Alemania, también hay una múltiple división hacia Francia, Escocia e incluso la vieja España. No obstante, sabe que todas estas miradas vuelven a confluir en Marx y algunos ─no pocos ridículamente─ se desbocan en Freud y el psicoanálisis.

Entonces, el pensamiento de Zuleta es, en realidad, una fórmula de lectura: la razón y la verdad están en las ideas. Por eso hay que leerlas. Claro, cualquiera puede criticarle a este intelectual colombiano lo siguiente: Zuleta insiste en que la razón tiene sus andamios en los clásicos, y que la filosofía contemporánea no son más que notas al pie de aquellos. Sin embargo, no son pocos los que sostienen que el helenismo fue precisamente lo que permitió lo que más tarde la Escuela de Frankfurt vino a llamar “razón instrumental”. No hay que llegar hasta aquí, pues Nietzsche ya lo había sentenciado en su fuerte crítica a Sócrates y discípulos, que no fueron pocos.

En resumen, lo que Zuleta nos mostró en “Educación y democracia” ─o lo que la Editorial Planeta Colombiana compiló en este tomo de seis─ es que los problemas de nuestro tiempo ─sobre todo los educativos y los relacionados con la participación democrática─ tienen que ser planteados filosóficamente, porque su discusión obedece a lo ontológico antes que a cualquier otra mirada tecnocrática. Sí, su nivel operacional es técnico, pero es una consecuencia no un principio. Claro, si uno va siguiendo línea por línea la técnica argumentativa de Estanislao Zuleta notará que su lógica le permite derivar en conclusiones sensatas, pero no potentes, pues tampoco es difícil ─digo esto con pudor y desganado─ corroborar fallos argumentativos que ahora mismo no vienen al caso mostrar. Pero habría que preguntarnos si esto se debe a que el maestro Zuleta se perdió ─porque así lo decidió él mismo─ de la formación universitaria. En fin, hay que leerlo todo.

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