Pare ser franco no sé qué decir de este libro. Ciertamente estoy muy interesado por una suerte de pensamiento en México y me he dado a la tarea de realizar una genealogía de largo aliento. De pronto llegué a las leyendas que intentaron darle forma ilustrada al pensamiento de los zapotecos contemporáneos ─una forma de pensar, como decimos a veces─, así que retomé viejas lecturas y me llevé las mismas sorpresas de entonces, de cuando estaba en el bachillerato y me tocó escribir un ensayo sobre algo extraño: “cómo se piensa en Juchitán” me pregunté y respondí en cinco o seis páginas como mejor se me ocurrió ─mi padre me ayudó mucho en aquella ocasión─.
Ahora estoy aquí, confirmando
aquellas hipótesis que entonces me había formulado, en ellas me atrevía a decir
que la vida contemporánea de mi comunidad que se jacta de indígena sí ha sido
narrada, pero no con las mejores fórmulas; y, por otro lado, y en esto no seré
benevolente, no ha sido leída correctamente. En fin, sostengo que la crónica es
lo que puede hacernos tomar impulso hacia una nueva trama de los zapotecas
actuales, racionales y muy bien ilustrados. Desafortunadamente, pienso yo, la
poética inmersa en las leyendas contadas por López Chiñas y Henestrosa a
principios del siglo pasado, y recuperada de forma necia y sin fortalezas
líricas por una nueva generación de jóvenes poetas hoy en día, no lo han
conseguido, antes, esta poética, está en proceso in invaginación. En fin. Les
hablaré de una lectura que recientemente terminé.
Andrés Henestrosa (1906-2008) fue un
narrador y poeta oaxaqueño. En más de una biografía lo han agraciado con otros
oficios como el de historiador, periodista, ensayista y hasta orador. Lo que es
verdad, es que fue un escritor de breve aliento, en pocas páginas lograba
articular sus argumentos y me parece que con eso bastaba para comunicar lo
pretendido. No es mi escritor oaxaqueño favorito, su prosa es romántica y
resulta agotadora, no obstante, “Los hombres que dispersó la danza” (1929) fue
una lectura obligada en el bachillerato y me tocó realizarla en mi materia de
“Literatura universal II”.
Por aquellos años había una historia
que me contaba mi madre, que a su vez se lo había contado mi tía Adolfina,
esposa del coronel Pascual: Cuando el viento bajaba en la provincia ─Juchitán,
Oaxaca─ era porque estaba lloviendo en Tres Picos de San Pedro Apóstol. Y
cuando ese viento que soplaba fuerte cesaba por fin su furia, entonces se
sentía “la calma”; los relámpagos que anunciaban los rayos, además de las
lluvias macondianas, guardaban silencio, y entonces comenzaba a zumbar la
tierra, o temblaba o los vinnigulasa percibían un olor tierra mojada. Este
fenómeno natural fue explicado con una leyenda: Tres picos son tres grandes
montañas y en su interior guardaban el alma de tres dioses, cuando una nube
hermosa pasaba cerca de ellos, los tres mostraban su furia natural. Cuando la
hermosa nube se decidía por uno de ellos, los otros dos callaban, así se ponía
fin a los relámpagos y a los rayos. Lo que seguía era un viento frío suave que
llegaba hasta las tierras de los hombres que dispersó la danza.
Lo que quiero decir es que los mitos
son fundantes; o por lo menos eso intentan. ¿Qué es lo que fundan? Una
descripción, una explicación, de la naturaleza ominosa. La razón las crea, las
narra, y la razón misma las disuelve en ella. La cosa es que las leyendas
intentan darle forma a un pensamiento, o sea, es una forma de pensar, por eso
cuando se cuentan bien y además se transmiten entre los habitantes del pueblo
aludido, es probable que ahí encuentren las causas de todo lo que sucede. La
leyenda, que se hace mito, no se disputa la verdad con la razón, más bien se
abraza a ella y la acompaña en voz de los hombres y las mujeres.
Pero ahora, si bien las leyendas del
señor Henestrosa suelen ser contradictorias y no en pocas ocasiones confusas,
también es cierto que logra formular una suerte de personalidad de los hombres
que dispersó la danza, que por lo visto se trata nada más y nada menos que de
los antiguos juchitecos.
Conejo, por ejemplo, es castigado por
Dios, le dejó las patas cortas y las orejas largas; eso es lo que nos cuenta
Henestrosa. Pero, caray, después ese mismo conejo es capaz de coger un hacha
gigante para él y se da a la tarea de tumbar un árbol para después fincar la
milpa. Claro, la narración de la leyenda no es muy convincente. Lo que digo es
que la ficción no tiene por qué padecer la lógica interna del cuento. Es
sencillo esto que digo: la luna que se reflejaba en la laguna con la que Conejo
intentó librarse de Coyote que preparaba su venganza contra él, debió estar ahí
desde siempre. Coyote debió saber que beber el agua para poder comerse un
supuesto queso era menos que improbable en la animalidad de Coyote, por más
fabulado que la leyenda fuera contada. Lo que sucede es que Henestrosa apuesta
por la ingenuidad de Coyote, pero una ingenuidad que raya en lo absurdo; porque
Henestrosa sabe que esta es la única condición que le puede dar salida a las
estratagemas de Conejo. Pues bien, Henestrosa no es menos ingenuo en esta
parte.
Ahora bien, López Chiñas y Henestrosa
cuentan las mismas leyendas, de hecho, usan los mismos fraseos y cualquiera
diría que uno ha plagiado al otro. Lo que es verdad es que el mismo Henestrosa
hace algunas aclaraciones al respecto desde el comienzo de sus pequeñas postales
que a punto están de ser mitos y leyendas. Me parece que las leyendas que
escribe Henestrosa prolongan las de Chiñas, o bien Chiñas decidió detener el
ritmo del texto cuando creyó que lo demás era innecesario. En fin, no seré yo
quien discuta el problema que hubo entre estos señores.
Lo que hace Henestrosa ─y que también
hizo López Chiñas─ fue desnaturalizar a Coyote, en la fabulación este animal
había perdido todos sus instintos de supervivencia, mientras que Conejo estaba
más racionalizado que cualquier hombre de principios del siglo pasado. Esto no
es un problema, qué va, lo que estoy diciendo es que sorprende que mientras las
leyendas conocidas por todos potencian las virtudes de sus personajes, las que
hay en "Los hombres que dispersó la danza", y que dan forma simbólica
y alegórica a los zapotecas, vayan en sentido inverso. Conejo no es la mejor
expresión de la inteligencia, en todo caso lo es del sadismo y la frivolidad de
la muerte de los otros.
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