jueves, 15 de julio de 2021

“Los hombres que dispersó la danza” de Andrés Henestrosa

 

Pare ser franco no sé qué decir de este libro. Ciertamente estoy muy interesado por una suerte de pensamiento en México y me he dado a la tarea de realizar una genealogía de largo aliento. De pronto llegué a las leyendas que intentaron darle forma ilustrada al pensamiento de los zapotecos contemporáneos ─una forma de pensar, como decimos a veces─, así que retomé viejas lecturas y me llevé las mismas sorpresas de entonces, de cuando estaba en el bachillerato y me tocó escribir un ensayo sobre algo extraño: “cómo se piensa en Juchitán” me pregunté y respondí en cinco o seis páginas como mejor se me ocurrió ─mi padre me ayudó mucho en aquella ocasión─.

Ahora estoy aquí, confirmando aquellas hipótesis que entonces me había formulado, en ellas me atrevía a decir que la vida contemporánea de mi comunidad que se jacta de indígena sí ha sido narrada, pero no con las mejores fórmulas; y, por otro lado, y en esto no seré benevolente, no ha sido leída correctamente. En fin, sostengo que la crónica es lo que puede hacernos tomar impulso hacia una nueva trama de los zapotecas actuales, racionales y muy bien ilustrados. Desafortunadamente, pienso yo, la poética inmersa en las leyendas contadas por López Chiñas y Henestrosa a principios del siglo pasado, y recuperada de forma necia y sin fortalezas líricas por una nueva generación de jóvenes poetas hoy en día, no lo han conseguido, antes, esta poética, está en proceso in invaginación. En fin. Les hablaré de una lectura que recientemente terminé.

Andrés Henestrosa (1906-2008) fue un narrador y poeta oaxaqueño. En más de una biografía lo han agraciado con otros oficios como el de historiador, periodista, ensayista y hasta orador. Lo que es verdad, es que fue un escritor de breve aliento, en pocas páginas lograba articular sus argumentos y me parece que con eso bastaba para comunicar lo pretendido. No es mi escritor oaxaqueño favorito, su prosa es romántica y resulta agotadora, no obstante, “Los hombres que dispersó la danza” (1929) fue una lectura obligada en el bachillerato y me tocó realizarla en mi materia de “Literatura universal II”.

Por aquellos años había una historia que me contaba mi madre, que a su vez se lo había contado mi tía Adolfina, esposa del coronel Pascual: Cuando el viento bajaba en la provincia ─Juchitán, Oaxaca─ era porque estaba lloviendo en Tres Picos de San Pedro Apóstol. Y cuando ese viento que soplaba fuerte cesaba por fin su furia, entonces se sentía “la calma”; los relámpagos que anunciaban los rayos, además de las lluvias macondianas, guardaban silencio, y entonces comenzaba a zumbar la tierra, o temblaba o los vinnigulasa percibían un olor tierra mojada. Este fenómeno natural fue explicado con una leyenda: Tres picos son tres grandes montañas y en su interior guardaban el alma de tres dioses, cuando una nube hermosa pasaba cerca de ellos, los tres mostraban su furia natural. Cuando la hermosa nube se decidía por uno de ellos, los otros dos callaban, así se ponía fin a los relámpagos y a los rayos. Lo que seguía era un viento frío suave que llegaba hasta las tierras de los hombres que dispersó la danza.

Lo que quiero decir es que los mitos son fundantes; o por lo menos eso intentan. ¿Qué es lo que fundan? Una descripción, una explicación, de la naturaleza ominosa. La razón las crea, las narra, y la razón misma las disuelve en ella. La cosa es que las leyendas intentan darle forma a un pensamiento, o sea, es una forma de pensar, por eso cuando se cuentan bien y además se transmiten entre los habitantes del pueblo aludido, es probable que ahí encuentren las causas de todo lo que sucede. La leyenda, que se hace mito, no se disputa la verdad con la razón, más bien se abraza a ella y la acompaña en voz de los hombres y las mujeres.

Pero ahora, si bien las leyendas del señor Henestrosa suelen ser contradictorias y no en pocas ocasiones confusas, también es cierto que logra formular una suerte de personalidad de los hombres que dispersó la danza, que por lo visto se trata nada más y nada menos que de los antiguos juchitecos.

Conejo, por ejemplo, es castigado por Dios, le dejó las patas cortas y las orejas largas; eso es lo que nos cuenta Henestrosa. Pero, caray, después ese mismo conejo es capaz de coger un hacha gigante para él y se da a la tarea de tumbar un árbol para después fincar la milpa. Claro, la narración de la leyenda no es muy convincente. Lo que digo es que la ficción no tiene por qué padecer la lógica interna del cuento. Es sencillo esto que digo: la luna que se reflejaba en la laguna con la que Conejo intentó librarse de Coyote que preparaba su venganza contra él, debió estar ahí desde siempre. Coyote debió saber que beber el agua para poder comerse un supuesto queso era menos que improbable en la animalidad de Coyote, por más fabulado que la leyenda fuera contada. Lo que sucede es que Henestrosa apuesta por la ingenuidad de Coyote, pero una ingenuidad que raya en lo absurdo; porque Henestrosa sabe que esta es la única condición que le puede dar salida a las estratagemas de Conejo. Pues bien, Henestrosa no es menos ingenuo en esta parte.

Ahora bien, López Chiñas y Henestrosa cuentan las mismas leyendas, de hecho, usan los mismos fraseos y cualquiera diría que uno ha plagiado al otro. Lo que es verdad es que el mismo Henestrosa hace algunas aclaraciones al respecto desde el comienzo de sus pequeñas postales que a punto están de ser mitos y leyendas. Me parece que las leyendas que escribe Henestrosa prolongan las de Chiñas, o bien Chiñas decidió detener el ritmo del texto cuando creyó que lo demás era innecesario. En fin, no seré yo quien discuta el problema que hubo entre estos señores.

Lo que hace Henestrosa ─y que también hizo López Chiñas─ fue desnaturalizar a Coyote, en la fabulación este animal había perdido todos sus instintos de supervivencia, mientras que Conejo estaba más racionalizado que cualquier hombre de principios del siglo pasado. Esto no es un problema, qué va, lo que estoy diciendo es que sorprende que mientras las leyendas conocidas por todos potencian las virtudes de sus personajes, las que hay en "Los hombres que dispersó la danza", y que dan forma simbólica y alegórica a los zapotecas, vayan en sentido inverso. Conejo no es la mejor expresión de la inteligencia, en todo caso lo es del sadismo y la frivolidad de la muerte de los otros.

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