Samuel Ramos (1897-1959) fue un filósofo mexicano que estuvo a cargo de la dirección de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y formó parte del Colegio Nacional. Sin duda, uno de los más destacados discípulos de Antonio Caso. Junto con varios jóvenes profesores de la UNAM (Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Fausto Vega, Leopoldo Zea y varios más) formaron el popular grupo “Hiperión”, activo de 1948 a 1988, desarrollando un trabajo intelectual en torno a lo que ellos llamaron el “alma del mexicano”.
Influenciado
por el filósofo español Ortega y Gasset, Samuel Ramos desarrolló en “El perfil
del hombre y la cultura en México”, publicado originalmente en 1934, una
reflexión filosófica en torno a la identidad y psicología del mexicano. Varios
fueron los temas que estudió en este ensayo, entre los más importantes están el
complejo de inferioridad, donde sostiene que varias expresiones del “carácter
del mexicano” son compensaciones inconscientes de este sentimiento; también
reflexiona sobre el desprecio colectivo por lo propio, y esto a partir de una
inerte comparación o imitación del mexicano con lo europeo; y, quizá el más
destacado de todas sus reflexiones, es que las consecuencias de la Conquista
están en la estructura mental del mexicano.
Una de
las conclusiones de Samuel Ramos en este libro es que la historia de México
deviene mexicanidad, es decir, las consecuencias de la Conquista, nos dirá
Ramos, hay que buscarlas, antes que en magníficas obras de artes o
construcciones barrocas, en la psicología del mexicano, en los patrones de
comportamiento que adopta a partir de las circunstancias que le cupo en suerte ─esto
en el mejor de los casos, porque Samuel Ramos no parece muy optimista con que
el mexicano promedio se entere del papel que le toca en el mundo a partir del
lugar que pisa─.
Pero
el mexicano tiene sus fórmulas para salir avante del problema que le ocasiona
el complejo de inferioridad: puede ser el macho, convertirse en indispensable
frente a las mujeres y los demás hombres, porque en general el mexicano cree
que “le sobran huevos” para compensar lo que le falta ─no
estoy muy convencido de que realmente caiga en esa cuenta─.
También puede ser “pelado”, decir majaderías para que en una situación en la
que él no tenga la ventaja logre más o menos salir al paso de la contienda o el
debate. Y bueno, Ramos dice que el mexicano es “petulante”; le gusta ser así
porque, lo mismo, compensa lo que falta, aunque sea un poquito, en todo caso
habla con palabras rebuscadas en medio de un diálogo familiar, o toca temas de
“alta cultura” en donde nadie quizá esté interesado en ello. Aquí lo importante
es que a este mexicano se le note el conocimiento, la astucia y, con un poco de
suerte, el estrato que le da un trabajo en particular. En fin, el tema es
compararse siendo macho, pelado o petulante, quien más lo sea es más mexicano
que cualquier europeo.
Pero
detengámonos un momento. Samuel Ramos habla del mexicano ─cuando
puede, habla de un mexicano, pero no importa, quizá es un recurso retórico que
viene bien en filosofía─ y habla de México. Si me preguntan qué son
estas dos cosas, diré que son don núcleos teóricos, esto es, que Samuel Ramos
se da a la tarea de nombrarlos con un psicoanálisis ─el de
Alfred Adler, disidente del grupo de Sigmund Freud─ y así
va argumentando para derivar en sus ya mencionadas conclusiones. Por ejemplo,
dice que México es joven y por eso mismo es fantasioso. En este punto no hay
problema, pero reparo cuando dice que por eso mismo el mexicano trae inoculado
esa juventud y esa fantasía. Dice juventud como diciendo inmadurez filosófica,
o con la representación de su país gravemente disminuida.
Sigo
con cuidado lo que este filósofo dice y me deja pensando el ejercicio de
analogías al que recurre con insistencia: “como México es un país joven” advierte,
“resulta que nuestra política está afectada por la debilidad de la juventud que
tiene como nación y por la de los individuos que personalmente la orienta y
trabaja en ella”. Lo que quiero decir es que Samuel Ramos, en tanto filósofo
que usa un método, reflexiona desde la filosofía de las circunstancias de
Ortega y Gasset y el psicoanálisis individual de las compensaciones de Alfred
Adler, para naturalizar a México y abstraer al mexicano de las cualidades que
dan forma a su personalidad, y Ramos, sin más, lo pone codo a codo con México
en tanto ida de país o nación. Pero ojo, México no tiene personalidad, faltaba
más, lo que tiene es historia y la que le interesa a Ramos es la trama que
viene de la Conquista, y es a esta historia a la que llama “joven” y
“fantasiosa”, no veo otra posibilidad.
Y cuál
es el perfil del hombre, entonces. Ramos cree que el espíritu del hombre es
menester conocerlo para saber qué tipo de cultura puede crear este mexicano.
Ahí está el perfil, donde la cultura se finca, donde se despliega y finaliza:
el hombre genérico, y a decir de Ramos en el mexicano nominal. En cualquier
caso, su máximo apuntalamiento está en la cultura que experimenta en ciertas
circunstancias que él mismo creo. Claro, esta cultura no es la de las obras de
arte, o sea, una concreción objetiva, nos dirá el filósofo mexicano, él sugiere
que la tarea de la educación profesional mexicana es construir una
"cultura en acción", que se despliegue en el hombre que será parte de
una “generación” en tanto momento y posición de época.
“El
perfil del hombre y la cultura en México” tiene varias tesis; una de ellas me
asombra demasiado: “Si ajustamos nuestro querer a nuestro poder, entonces el
sentimiento de inferioridad no tiene por qué existir”. Adler nos enseñó otra cosa,
creo yo, que caer en la cuenta del complejo de inferioridad ─hacer
consciente la experiencia a partir de un psicoanálisis a la freudiana─ nos
hace convertirla en potencia de cambio, en busca, precisamente de la compensación
en donde nos haga falta. Pareciera que Ramos quiere desaparecer este complejo y
al lograrlo a través de la educación, México puede alcanzar otros niveles de
integración del pasado europeo a la circunstancia reales. En fin, lo que pienso
es que un psicólogo de la compensación tipo Adler quizá diría: “ese complejo de
inferioridad del mexicano ─o de México como país─ al
hacerlo consciente, antes que meterlo en problemas lo llevaría a mover las
pasiones hacia el beneficio colectivo y no precisamente a la pedantería, la
petulancia y la peladez”.
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