De “Eróticos anónimos” (Fundación Guie’ Xhuuba’, 1995) se han dicho muchas cosas, la mayoría son ciertas. Por ejemplo, que lo que ahí se cuenta sucedió por aquellos años en los que Jorge Magariño (1969) deambulaba las calles de Juchitán; reconoce haber frecuentado aquellos lugares que gozan de su descripción modernista ―no logro entender la génesis del estilo en la generación de nuestro autor―. También dicen que se trata de crónicas y postales; algo hay de eso, sobre todo porque corría la estúpida y sensual década de los 90’s, y si algo sobraba por aquellos años eran acontecimientos que los artistas suponían había que repetir y repetir constantemente. “Eróticos anónimos” fue, en realidad, una columna en la que José del Real ―seudónimos de Jorge― soltaba la pluma semanalmente. Era profesor de pregrado y, según me cuenta en su bar “El Rincón de Xadani”, le tocaba firmar así para evitar ser visto como cualquier mentor indecente a cargo de jóvenes mentes estudiantiles ―a todo modernismo, le antecede la moralidad, sea dicho esto―.
Dividido
en dos partes ―“Por las calles de Juchitán” y “Eróticos anónimos”―, Jorge
despliega su gusto por la vida cotidiana a partir de personajes y de lugares
reconocidos; es decir, las calles y las personas que aquí se describen carecen
de cualquier tipo de significante, pues se mantienen en el concepto pleno y se
despliegan en el polvo, las esquinas, las banquetas, los locales comerciales,
las cantinas, los bares, los hombres altos, las mujeres bajitas, los feos, los
guapos, las cantineras, las bailarinas de “variedad”, los alcohólicos que
frecuentan esos sitios “de variedad” y gente que escribe poesía y toma
fotografías. En suma, la mirada fenomenológica del autor le exige la
descripción extensa con atisbos explicativos ―eso, apenas unas sospechas―, no
obstante, mete freno de mano y deja al lector de su generación sumar recuerdos
a los que Jorge ha dejado escrito. Para mi generación ―dos después de la suya;
de eso hablaré en otro momento― esto resulta singular, porque es el significante
y no significado lo que ronda por los lares descritos en “Eróticos anónimos”,
es decir, el “Bar Taurino” ahí sigue en lo ontológico, pero no en lo
fenoménico, y en ese caso Jorge puede dar cuenta de que el objetivo de su libro
tuvo más consecuencias de las que se imaginaba.
Me
gusta el estilo de Jorge ―su descripción modernista es un tema que hay que
poner sobre una mesa de coloquio, sin duda, y advertir el peligro que
actualmente resulta su uso entre la nueva generación de “jóvenes poetas” y
algunos periodistas posmodernos que han decidido renunciar a cualquier
estructura―, decide describir el escenario evitando metáforas forzadas, después
pone sobre un cuarto, un bar, un hotel o una calle, a un individuo que tuvo
carne y huesos y hablaba. Sobre todo esto último, porque Jorge no dice más que
lo que alguien dijo antes y él estuvo ahí para escucharlo. Pero también hay
ensayo en el estilo de Jorge, se detiene en un fraseo y lanza ahí una reflexión
breve pero potente, y lo introduce sin perjudicar el ritmo de la narración. Si
bien no comparto su simpatía por el existencialismo francés ―al menos no con
aquel que se desprendió de Sartre antes que de Heidegger―, es un recurso al que
Jorge acude explícita e implícitamente al momento de escribir un ensayo o una
crónica y lo hace con técnica perfecta.
Hay un
par de cosas más que puedo decir sobre “Eróticos anónimos”. La una es que los
textos dan cuenta de un tiempo que se está terminando, a saber, la potencia
revolucionaria que tuvo el arte y la promoción cultural en los años 70’s y 80’s
aquí en Juchitán. La década de los 90’s vino a convertir todo en fragmento, a
las élites de gobierno y de poder económico les pareció que la idea de
mundialización por fin se lograría gracias al paso de lo análogo a lo digital.
La dos es que leyendo la segunda parte del libro, Jorge Magariño reconoce que
el universalismos ―aunque sea existencialista― abraza fuertemente cualquier
experiencia íntima que creíamos singular, local… regional y culturalmente
juchiteco.
En
fin, el libro es breve, los capítulos de igual manera. Pero en todo caso, hay
una traza de unidad. Todavía Jorge confía en que las viejas costumbres son más
bien potentes formas de narrar la vida. Ahora con los “jóvenes poetas” estamos
llegando al punto de la irreverencia frente al uso del lenguaje ante las más
sutiles experiencias humanas (la sexualidad y el sexo, el amor y el deseo; ya
saben, viejos binomios), y puede que eso sea lo conveniente, pero no por ello
es lo que seguía.
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