El libro se llama "Historia de la gubernamentalidad I" (Editorial Pontifica Universidad Javeriana, 2015). El subtítulo reza así: “Razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault”. Y de eso se trata; es el recorrido conceptual que hace el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez (Bogotá, 1958) de los cursos dictados por el filósofo, psicólogo e historiador francés en 1978 y 1979: “Seguridad, territorio, población” y “Nacimiento de la biopolítica”. Se trata de un estudio sistemático por parte del autor para responderse a una pregunta inquietante, sobre todo si en él se fincan el recurso metodológico y teórico de toda una carrera intelectual y académica: ¿el análisis de Foucault implica una “apuesta política” además de una filosofía de “la política” en la totalidad de su obra?
La
respuesta decepcionó a nuestro autor: “Foucault piensa que la política es un
conjunto de técnicas de gobierno (técnicas de conducción de la conducta) y la
filosofía una especie de analítica que examina el funcionamiento histórico de
estas técnicas” (Castro-Gómez, 2019: 226). Lo que nos está diciendo es que
Foucault ha reducido el Estado a un instrumento de la Economía política, de tal
manera que aquella “razón de estado ha sido domesticado por el liberalismo
hasta convertir al hombre en un “empresario de sí mismo” a partir de una suerte
de junta de administración regentada desde el neoliberalismo. Todo este pasaje,
a decir de Castro-Gómez, se puede reconocer en una genealogía de la
gubernamentalidad. Como se puede observar, no es complejo, solo hay que leerlo
todo. La técnica es la descripción y la exégesis de los dos cursos señalados y
vislumbrar “la potencia heurística del modelo gubernamental”, o sea, la
renuncia del modelo bélicos por uno más conductual.
Recordemos
que con Foucault el poder ha sido particularizado, según él esta es la manera
más inteligente de estudiarlo. Claro, su genealogía se hace imprescindible,
pero en todo caso es la genealogía de estas prácticas singulares lo que le va a
interesar. Foucault recurre a lo que denomina prácticas o “tecnologías de
gobierno”, pues son en éstas donde podemos dar con dimensiones empíricas y
teóricas de lo que conocemos como Estado, alejado de ese “monstruo monolítico”
que está en Hobbes y en Marx. Si esto queda claro, entonces podemos entender lo
siguiente: dado que para Foucault nada está por fuera del poder, entonces, y
aquí está lo lamentable, no existe resistencia alguna contra el poder, pues se
presentaría en el interior, es decir “resistencia dentro del poder”.
Definitivamente esto es contradictorio para Castro-Gómez. A esto se le conoce
como “modelo bélico” y el francés sabía que tenía que superarlo ―lo que no
significaba renunciar a él―, pero sospechaba que los vencedores y los vencidos
habían ocupado un lugar distinto en el presente, no se reconocían como
perdedores aun siendo vencidos, más bien, el lugar que se les asignó era
estratégico y lo asumían de esa manera. La genealogía da cuenta de esta
ontología del presente y resulta que “el Estado no es la sede y origen del
gobierno, sino únicamente el lugar de su codificación” (Castro-Gómez, 2015:
47), desde donde emerge esa serie de prácticas operadas en tecnologías de gobierno.
Ahora
bien, si ya tenemos claro que es el gobierno lo que ronda la vida, entonces
¿qué es lo que se gobierna? La población, nos dice Foucault, ese “conjunto de
procesos (no de personas), y el ‘arte de gobernar’ debe conocer estos procesos
a fondo con el fin de general técnicas específicas que permitan gobernarlos (la
‘recta disposición de las cosas’)” (Castro-Gómez, 2015: 63). Pues bien, esto es
el biopoder foucaultiano, es decir, la población como “campos de intervención
gubernamental” durante los siglos XVII y XVIII, y como estamos hablando de
genealogía, Castro-Gómez sabe que estas prácticas realmente no se diluyeron, y
no se trata de que sean vigentes, pero sí que devienen presente.
De tal
modo que si la dimensión teórica y empírica del Estado se encuentra en las
tecnologías de gobierno, y que la gubernamentalidad es el despliegue de ciertos
dispositivos de seguridad en la población como territorio de intervención, hay
que preguntarse ¿quién es el que gobierna? Pues bueno, Castro-Gómez sigue con
la exégesis de los cursos de Foucault y da con algo muy interesante a partir de
su lectura: “el político actúa sobre un territorio (la polis) y no sobre
individuos (los ciudadanos), de forma análoga al modo en que un capitán
gobierna su nave sin necesidad de gobernar a sus marineros” (Castro-Gómez,
2015: 96). El poder pastoral, nos dirá Foucault, no es una intervención
racional sobre el gobernado, tampoco se trata de una persuasión, es,
sencillamente, la obediencia por el hecho de que hay que obedecer a ese referente
político que se presenta como el experto en dirigir las conductas reflejadas en
la población para el beneficio de la colectividad (razón de Estado: aquí es
donde hay que buscar el modelo de gobierno que nos interesa). Veamos qué
escribe nuestro autor: “Gobernar significa, desde el siglo XVII, desplegar un
aparato de saber articulado a un aparato de gobierno”, ya no se trata de una
administración jurídica de los gobernados, “sino [ocuparse] de los fenómenos
propios que deben ser gobernados y del tipo de conocimiento ajustado a esos
fenómenos” (Castro-Gómez, 2015: 117). Entendamos que estamos frente a la
emergencia de una profesión para dirigir las conductas.
A la
razón de Estado, en este sentido, no se le escapa nada, todo está en el Estado,
puede suspender la ley cuando lo crea menester y administra la economía y la
opinión. Este ensamble sostiene la operación de lo dicho arriba.
Sigamos.
La economía ganó mucho terreno en esta nueva forma de gobierno, nace así el homo
economicus, el hombre que tiene que arriesgarse a sostenerse económicamente
si considera que cuenta con los méritos necesarios para lograrlo. Por eso se
trata de vivir económicamente. Todos podemos sobresalir, nos dirá el
liberalismo, se trata simplemente de romper nuestras ataduras psicológicas y
las que impone la razón de Estado. El juego es interesante, no se trata de un
retiro del Estado ―este es un mito que hay que solventar―, se trata de los
frenos que el liberalismo puso a la gubernamentalidad estatal: “el liberalismo,
como tecnología de conducción de la conducta, busca que todos los ciudadanos
persigan su propio interés, porque al hacerlo se favorecerán también los
intereses del Estado” (Castro-Gómez, 2015: 148). Como vemos, el Estado está
presente, aquí lo que tenemos que entender es que esas tecnologías de gobierno
han sido transferidas al liberalismo, quien en pleno siglo XX se encargó de
“organizar la libertad”.
Y
bien, así llega nuestro autor al neoliberalismo en tanto biopolítica de control
de la conducta. Hemos pasado del homo económicos liberal al homo empresario
neoliberal. Ya no se trata de poner reglas, límites, normas, mucho menos
castigos (se ha dicho adiós al modelo bélico, lo dijimos arriba), ahora lo que
toca es echar a andar la máquina productora de riquezas, de oportunidades, de
la preocupación del sí mismo. La dupla yo-individualismo ha ocupado el lugar
preponderante, de tal forma que se busca orientar la toma de decisiones
“cotidianas que se convierten en estrategias económicas orientadas a la
optimización de sí mismo como máquina productora de capital” (Castro-Gómez,
2015: 210), esto es el “gobierno de la intimidad”. Ya no es la mano de obra el
objeto deseado, es el deseo mismo lo que se tiene que vender al comprador. Se
satisface el deseo antes que la necesidad real. Es, en cierto modo, la
gubernamentalidad de la intimidad… del mundo íntimo inoculado de la contiene
forma-empresa.
Entonces
sí, la filosofía política de Michel Foucault que arrojó la genealogía de
Santiago Castro-Gómez es más bien una analítica de las prácticas de estas
tecnologías de gobierno que se originan en la razón de Estado, se siguen en el
liberalismo y alcanzan el actual neoliberalismo. Algo hay que decir, el modelo
bélico no se abandona por completo, ciertamente fue superado y es evidente, no
obstante, y de esto da cuenta Castro-Gómez, la explicación del modelo
gubernamental no puede presindir de las relaciones de poder en el interior del
propio poder. No sé si sea suficiente para simpatizar con la decepción del
filósofo colombiano.
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