lunes, 23 de agosto de 2021

“El cuidado de sí como genealogía del psicoanálisis” de Elena Bravo Ceniceros


La genealogía nos permite plantearnos, por lo menos, dos preguntas. La una arrastra una inercia nietzscheana y trata de dar cuenta sobre una cuestión: ¿cómo se producen las representaciones de los valores una vez que han sufrido la transvaloración? La dos es foucaultiana, con una gran deuda en Nietzsche y en Heidegger, y viene a platearse la duda en torno a ¿qué relación guarda una familia de discursos construida genealógicamente con las prácticas humanas contemporáneas? Ambas tienen algo en común: qué tipo de articulación hay entre la palabra y la cosa, entre lo dicho del valor y la voluntad que hay en torno a él.

La filósofa y psicoanalista Elena Bravo Ceniceros escribió “El cuidado de sí como genealogía del psicoanálisis. Antigüedad, Nietzsche y el psicoanálisis” (Ediciones Navarra, 2021). Entre sus objetivos intenta mostrar una nueva genealogía del psicoanálisis, una que rompe con la acostumbrada historia lineal (me parece que se refiere a la historia de las ideas psicológicas) en la que invariablemente han ubicado a esta práctica inventada por Sigmund Freud a finales del siglo XIX. Pero resulta que la genealogía, estrictamente hablando, no es historia (no le interesa los hechos en tanto acontecimientos), quizá por eso la autora se ve en la necesidad de lanzar una hipótesis original: en cierto modo, parece decirnos, la filosofía es una suerte de clínica interesada por ciertas prácticas del hombre, y Bravo Ceniceros sospecha que se trata de los cuidados de sí. Si esto es posible, entonces no tendría por qué sorprendernos asegurar que la génesis del psicoanálisis ―esos territorios de discursos compartidos― pueda rastrearse por fuera de la medicina y la psiquiatría, y más bien reconocer una deuda con la filosofía helénica, incluso la medieval hasta la más antimoderna de todas: la de Nietzsche.

No obstante hay que preguntarle a la profesora Bravo ¿qué clase de genealogía es esta, que reconociendo la tradición libresca de la modernidad, parece estar más interesada en rastrear ideas antes que planteamientos conceptuales específicos en obras claramente definidas? Es decir, y que esto quede a cuenta de la autora: ¿cómo se puede construir una genealogía de los cuidados de sí en una obra completa y no en textos que fueron acontecimientos en la historia de la disciplina, y si me apuran, hasta en momentos ―por no decir capítulos― definitorios de un libro determinado? No quiero que se me malinterprete, el trabajo es riguroso y quizá yo sea el que se haya confundido, pero valga la pena decir que lo que la profesora Bravo ofrece en su libro es una especie de búsqueda de los orígenes conceptuales del psicoanálisis y ―lo que sigue lo sostengo yo, supongo que estará de acuerdo ella― los modos en que estos discursos se convirtieron en prácticas humanas de una profesión que interpela al psicoanalista y al paciente. Cuestiono esto porque la profesora está de acuerdo con la sentencia aquella que dice “el psicoanálisis será foucaultiano o no será”; pues venga, que se complete la vuelta y descubramos lo imposible del imperativo.

Pero lo dicho antes, el libro persigue los argumentos que sostiene la tesis: el psicoanálisis puede ser una práctica que favorezca a los cuidados de sí. Por eso es de que su génesis está en la filosofía de la Antigüedad ―y ya no solamente en la medicina y la psiquiatría― y choca con la crítica a la modernidad de Nietzsche en el siglo XIX. Aquí hay un conflicto que la autora logra librar, desafortunadamente le implicó una buena cantidad de páginas y verse en la necesidad de abandonar en varios momentos la genealogía y obligarse a hacer una breve historia de la profesión. Y es que la genealogía no solo es un método de investigación, también es un método de exposición, y aquí es donde todo este asunto experimenta su vuelta de tuerca. Nietzsche tiene un objetivo primigenio: demostrar que la filosofía helénica se equivocó y, lo peor de todo, que causo mucho daño a toda la filosofía contemporánea. Pero en esta crítica a la modernidad está la propuesta nietzscheana: si logramos desaparecer la figura del maestro (con esto también logramos frivolizar los valores enaltecidos por el catolicismo), entonces estará en nuestras manos la responsabilidad de salir avante de lo que su admirado Schopenhauer denominó “un valle de lágrimas”. De lo contrario nos irá mal, eso es lo que quiere decirnos Nietzsche, y así entendemos que Sócrates, Platón y Aristóteles pueden decir misa, al final la vida nos va en ello.

La profesora Elena Bravo advierte que el psicoanálisis ha mantenido un diálogo directo con varias disciplinas, particularmente con la filosofía. Y tiene sentido, porque la filosofía no es una ciencia, no es progresiva, mucho menos acumulativa. Es genealógica, en todo caso, pero, y aquí la autora hace un magistral movimiento, la filosofía es conceptual y por eso mismo prescriptiva. ¡Bárbaro! Así es como argumenta su hipótesis: este diálogo del psicoanálisis con la filosofía ―esta nueva genealogía, dice ella― convierte al psicoanálisis en una práctica de los cuidados de sí, como la filosofía antigua y Nietzsche lo sugirieron en su momento.

Ciertas prácticas espirituales de la antigüedad las ha encontrado la también psicoanalista en su oficio profesional como terapeuta. No cabe duda del hecho, pero la autora de este libro sabe que la genealogía busca conceptos que deriven en prácticas; ¿qué hacemos con este problema?: las prácticas espirituales que se pueden rastrear a lo Foucault o a lo Nietzsche desde la filosofía de la Antigüedad no son las que se transformaron en prácticas de una profesión como la de psicoanalista, nada más falso que eso. Así que la autora se entera que tiene que buscar la solución conceptual en la misma obra freudiana y lacaniana: hay un discurso psicoanalítico en diálogo íntimo con la filosofía, y es este territorio compartido de discursos la que devino práctica humana llamada psicoanálisis como oficio. Nada más que celebrar esta derivación en el libro de la profesora Elena Bravo, ella lo dice mejor:

“Si la filosofía fue una práctica, un estilo de vida y tenía una búsqueda de transformación de sí, el psicoanálisis, entonces, guarda con ella una relación más importante que la que hasta hace poco se ha reconocido” (Bravo, 2021: 281). Esto es más bien una conclusión antes que un argumento, en el largo del libro la profesora da cuanta de este final aparentemente obvio. Pero lo que a mí me interesa resaltar es que la profesora sospechó siempre que la genealogía foucaultiana más que la nietzscheana podía ayudarla a salir del problema. Me explico: la genealogía nietzscheana no llega a prácticas humanas, tiene que pasar por Heidegger, es decir, se tiene que tornar fenomenología y hermenéutica, antes de que Foucault haga lo que ya todos sabemos que hizo con nuestro adorable y último invento de la modernidad, el sujeto como posición ante la totalidad de lo real.

Finalmente, tengo una pregunta que me aquejó mucho. Les sucede a muchos psicoanalistas foucaultianos, unos son mis amigos y otros apenas los conozco: ¿por qué les cuesta trabajo aceptar que la asociación libre no es más que un análogo moderno de la confesión cristiana, del sentido parroquial de decir la verdad y librarse del peso moral? Antes que decir “sí, es verdad, el psicoanálisis de moderno tiene lo que el medioevo de progresista, se argumenta el error en el descubrimiento foucaultiano. No me hagan caso, es un problema que la profesora no resuelve en este libro, aunque dejó claro que no está de acuerdo con la conclusión.

He leído el libro de la profesora Elena Bravo Ceniceros y me siento satisfecho con el ejercicio intelectual que practiqué en cada página ―tengo una crítica: creo que hay más páginas de las que se necesitaban; pero igual tengo una hipótesis: era la única manera de salir de los problemas teóricos que demandó la obra, fue menester escribir y escribir hasta resolverlo―. Yo soy metodólogo y psicólogo, y me siento como el niño de “Sexto sentido”: veo genealogía por todos lados. Y, pues eso, ella dice que el cuidado de sí puede ser una genealogía por rastrear y así dar cuenta de un psicoanálisis, y yo de inmediato dije “ey, de qué va esto, hay que leerlo y decir algo al respecto si se nos permite”.

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