viernes, 23 de abril de 2021

"También esto pasará" de Milena Busquets

 


En mitad de una sesión de seminario mi profesor lanzó “lo malo en la vida del hombre es que eventualmente va a morir”. Mis compañeros rieron, y la risa venía a lugar, porque mi profesor externó la sentencia después de discutir el problema de los planes y los proyectos a largo plazo, que, si bien pueden no llegar a cumplirse, la Modernidad los sugiere como indispensables para existir. Porque sí, la forma social cuenta con ellos, con los sueños y los deseos de las gentes.

En ese momento recordé algo que expresó Fernando Vallejo alguna vez: “cuando uno muere debería llevarse su cuerpo a ese sitio que es la nada” y dejar a sus dolientes con el puro dolor, pero sin la maldición de administrar la muerte, esto es, los protocolos de un cuerpo sin chiste, es decir, sin vida. Supongo que de haber compartido esto con mis compañeros, la risa no vendría al caso en esta ocasión, porque, ciertamente, la muerte, como dijo Rafael Mendoza “por más que tantos doctores nos digan que es llevadera, aun siendo tan verdadera, ineludible y normal, la muerte, siempre fatal, es una gran chingadera”.

Y lo sabe Milena Busquets (España, 1972), periodista y escritora española, que ha escrito “También esto pasará” (Anagrama, 2016), donde el fallecimiento de la madre deja al personaje central viviendo la vida río abajo, cosa que con felicidad parece algo sencillo, pero en mitad del desastre que deja el huracán de la muerte, es el desequilibrio, la ola gigante que hace cimbrar la proba. La muerte, como dijo mi profesor, Fernando Vallejo y Rafael Mendoza, a veces se nos presenta como un mal chiste contada en público y nadie puede contener las ganas de doblarse de risa.


Afortunadamente, según la historia que leemos aquí, siempre está el sexo. El sexo nos salva de cualquier pena, de cualquier dolor. Viene bien despuesito de una mala noticia de esos que rompen el corazón, viene bien en pleno velorio. “Lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo” dice la protagonista, y dice bien, porque en mitad del dolor más grandes, según parece, ella comienza a ligar. Manda esas señales, las que los hombres se supone conocemos, y procede, y avanza. Va de negro, pero en todo caso “la ropa siempre es un sustituto del sexo, o un envoltorio para conseguirlo. Tal vez todo sea un sustituto del sexo: la comida, el dinero, el mar, el poder, el sexo”. En fin, y esto creo que lo sabe bien Milena Busquets cuando escribe, el sexo es motor, nunca la consecuencia o lo pretendido.


Lo peor de la muerte, hemos dicho arriba, es el cuerpo que se queda, pero cuando éste por fin ha sido administrado aparece algo más, un dejo de patada en el estómago que no nos permite respirar. Se trata de la muerte de la madre, y se trata de la fatal propensión que tienen las personas para recordar, y esto causa nostalgia y melancolía. Quizá arrepentimiento por lo dicho y lo omitido. Pero en todo caso, en la cabeza rondan escenas, frases, instantes, y todo rebota en el tórax, en la nariz, en el pecho, en los brazos, en la debilidad de las piernas. La muerte de la madre, cuando ella ha sido muralla contra invasores, es, otra vez, una verdadera chingadera.


Entonces, sugiere la protagonista, es menester salir huyendo, aunque en medio de la desesperación la carrera frenética nos arroje al pueblo donde vivió la madre. El sexo y el campo vienen bien, ya lo hemos dicho, y uno quisiera pasar la vida ahí, en medio de árboles y animales, al menos hasta que se le antoja una hamburguesa y desea ligar con el más guapo del lugar, pero éste termina siendo un pariente cercano. Y entonces todo duele de nuevo, “me duelen todos los caminos recorridos con mi madre” dice ella, “la muerte, tan cabrona, nos expulsa de todas partes”. Claro, la mesa de siempre en el local de siempre duele; el chocolate caliente en tardes lluviosas duele… todo duele un chingo. Y se sabe que “la tristeza hace que todo pese dos toneladas”.


“No me gusta ser huérfana” lanza la protagonista en su monólogo, y uno va leyendo con cuidado y se pregunta por qué. Sucede que la madre, el tipo de madre que ella tuvo y que se repite en millones de personas, está ahí con esa fuerza que impregna memorias, gestos y manías, y nos vamos enterando que es la única manera que hay para ser. Descubrimos en nosotros una que otra mueca de la madre porque nos gustaba mirarla y así fue como las aprendimos. Y es que la madre, en tanto figura materna, es una ballena que se traga toda la embarcación que es nuestra inerme vida.


Pero la protagonista dice que no está hecha para la tristeza. “O tal vez sí, tal vez sea del tamaño exacto de la pena, tal vez sea ya el único vestido de mi talla” dice. Y si esto es verdad, supongo que uno tiene que acostumbrarse a ser la hija de la señora que falleció, la hija de la señora que era de esta o de tal forma.


Uno es, en cierto modo, el recuerdo que tiene de sus padres. Y es así como se nos antoja ir al mar, un domingo por la tarde, maldita sea, y desde ahí mirar a la nada y reconocer que en breve volverá a las calles, al pequeño barullo del pueblo. Pero antes de eso, otra vez maldita sea, por fin enterarse de que sobra una esperanza: "también esto pasará" dice uno sintiendo la arena en los pies, "faltaba más" agrega mientras se despide, por fin, del mar, esa madre que lo abraza todo.

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