viernes, 19 de febrero de 2021

“Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez

 


En 1951, en el Departamento de Sucre, Colombia, asesinaron a un hombre. La historia del crimen, según dicen los que saben, se recoge en "Crónica de una muerte anunciada" (La oveja negra, 1981, 1ª edición) del escritor Gabriel García Márquez (Aracataca, Magdalena, Colombia, 1927). Esta obra conjuga la narrativa y la investigación periodística, lo que ha hecho asegurar a más de uno que se trata de una novela policiaca.

Se cuenta la triste historia de Bayardo San Román, Ángela Vicario y Santiago Nasar. Bayardo, recién llegado al pueblo y sin conocer a Ángela, decide casarse con ella. En la noche de bodas, o mejor dicho, en la madrugada después de comprometerse en matrimonio, Bayardo descubrió que Ángela no era virgen, así que la devolvió a su madre Purísima del Carmen, también conocida en aquel pueblo caribeño como Pura Vicario. Los gemelos Pedro y Pablo Vicario decidieron limpiar el honor de su hermana y así el de su familia, así que le dijeron a todo al que veían pasar “vamos a matar a Santiago Nasar” y lo mataron.

El narrador decide contar la historia 27 años después. Era lunes el día que mataron a Santiago Nasar, era febrero, ya se sentía la primavera adelantada. “Santiago Nasar era alegre y pacífico y de corazón fácil” le dijo alguien. Al parecer tenía necesidad de contar porque también quería entender qué fue lo que sucedió. En realidad todos en el pueblo presenciaron el asesinato porque ya sabían que lo iban a matar. Entonces, el narrador quería saber por qué pasaron así las cosas. Yo, que leo con la lentitud de quien no se quiere perder de nada, también quiero entender lo que he leído y he imaginado. Entender, por ejemplo, ¿por qué la muerte genera tantos estragos en la existencia de los vivos, y cuando el tiempo ha pasado y sentimos que todo volvió a la normalidad, siempre asoman sus ojos el recuerdo fúnebre? Y esta es la clave, creo yo, de todo esto: ¿Qué otras formas tenemos para darle a la muerte, además del recuerdo insoslayable?

¡Ay, el cuerpo de Santiago Nasar! Ay, Santiago Nasar, también sabía que lo iban a matar, pero lo supo unos momentos antes de que los asesinos consumaran el hecho. Entonces yo me pregunté mientras leía: ¿Cuánta vida queda entre lo inmanente y la incertidumbre? Fue el último en enterarse y estúpidamente el primero en sentirlo. Consternado estaba, sin poder comprender lo que ocurría, y aquellos no eran momentos de reflexión, tocaba salir huyendo para resguardarse, para seguir con la verticalidad que dios manda para labrarse la vida diaria. Pero Santiago Nasar “era un mierda, como su padre" dijo la madre al narrador cuando éste le pidió que le contara los últimos instantes en que lo vio.

El otro cuerpo sin valor era el de Ángela Vicario. Depreciado por Bayardo San Román. ¡No era virgen, ya no valía! Y el hombre se tiró a la bebida, solo, en la casa que había comprado para vivir con su esposa y donde pensaba tener hijos. Ángela no siguió los consejos de sus cómplices, o quizá no pudo seguirlos, para convencer a aquel hombre de que sí, que era pura, que mirara las sábanas apenas amaneciera, que ellas darían fe de su impoluto pasado amoroso. Sin embargo no hubo sangre, no hubo mancha roja en trapo blanco, no hubo lo esperado. Y yo insisto, cuándo la estructura abrazó al sujeto y lo devoró, lo hizo añicos y lo devolvió hecho nada. Busco si hay culpables: todos o bien ninguno. Eso concluyo y no me ayuda mucho. Ángela no contaba con la soberbia de Bayardo que le dijo a alguien “recuérdame mañana que despierte que me voy a casar con ella”, Santiago Nasar era “un mierda”, pero de él nunca se escuchó su versión, ya estaba muerto. ¿Los asesinos? El impulso y la pasión de algo que era mínimo: el honor de la familia. Eso fue lo que los orillo a hacer de matarife con el cuerpo fuerte de Santiago pero permeable al filo de los cuchillos.

Sigo con mi lectura y cojo más velocidad. "Este libro ya lo he leído antes" pienso. Sí, es una primera edición y es de mi viejo. Lo he cogido de su librero y me digo “por qué no, me viene bien leerlo nuevamente”, 27 años más tarde”. Lo recuerdo bien, recién había ingresado a la secundaria y mi maestro de español nos habló de literatura, de poesía, de dramaturgia. “¿Alguien está leyendo alguna novela o un poemario?” quería saber, pero el grupo no abría la boca. Esa misma tarde, después de clases, di con "Crónica de una muerte anunciada" y "La hojarasca". Leí las dos en esa temporada, una después de la otra, pero no se cuál fue primero y cuál le siguió. En todo caso, recuerdo que lo hice con fruición y a cada momento quería saber más, un poco más, otro dato, quería deducir cómo mataron a Santiago Nasar. Al turco ese.

Creo que fue la segunda vez que vi a la muerte cara a cara, o de cara al papel, mejor dicho. Por entonces, en mi barrio, habían asesinado a un vecino. Se decía que fue por un problema de faldas. Había encontrado a su mujer con otro y el otro le dijo que lo iba a matar y lo mató. Yo quise saber más sobre ese asesinato, pero a mi edad nadie quería decirme nada. Pero en las noches calurosas escuchaba cosas, todas referentes a la mujer que se quedó con el amante y rápido se olvido del esposo obrero del que más tarde se supo que otra mujer con familia también le lloraba en silencio desde otro barrio. Un muerto, dos viudas, y un hombre que terminó en la cárcel. En "Crónica de una muerte anunciada" volví a ver los detalles del amor y del asesinato, de las palabras que recoge el cronista y las junta, de los acontecimientos que se enlaza en el tiempo. Y uno va leyendo y sabe que eso ya se dijo de otra forma, en otra voz, que lo que ahora es duda más adelante se confirmará. Y el lector de la crónica sigue ahí, confiando en la fórmula que ha encontrado su cronista. Y sí, no se equivoca, ahí está todo el sentido de la historia. ¿Las preguntas? Esas tienen que quedar siempre, no para una segunda parte, más bien para que la historia no muera, que sea un recuerdo. ¡Faltaba más, muchachos!    

No hay comentarios:

Publicar un comentario