“A ojos de los opresores” dice Éric Hazan (Francia, 1936, 84 años), “un buen oprimido es un oprimido tranquilo y, a ser posible, silencioso”. Cuando se rebela, sospecha nuestro autor, las alarmas se encienden, porque quien se atreve lo hace contra los buenos propósitos, contra los planes trazados que, de seguirse, terminarían en buen puerto. Hazan no dice quiénes son los opresores, pero durante un mes recorriendo los llamados Territorios Palestinos, particularmente tres ciudades de Cisjordania, y a través de una crónica que incluye la ensayística y fragmentos de entrevistas, trata de dar cuenta de esa “maquinaria abstracta” llamada “La ocupación”. Entonces leo con la calma de quien sabe de qué lado está, como quien entiende que la historia nunca va a contar la mejor versión del ser humano, como el que padece la confusión emocional cuando sus amigos judíos explican todo lo necesario para hacer comprensible sus posturas y posiciones. Uno ama y aprecia a los suyos, lo demás es pura coincidencia.
Viaje a la
Palestina ocupada (errata naturae, 2010) narra
el reconocimiento que hace Éric Hazan en Nablus, Qalqilya y Hebrón, durante los
meses de mayo y junio de 2006, un periodo de tiempo que irónicamente se
considera como “calmo” en Cisjordania. Vamos, que hubo menos muertos, menos
ataques de palestinos hacia los judíos, menos detenidos, menos asesinatos,
menos intervención del ejército de Israel sobre los Territorios Palestinos.
Hubo menos, ciertamente, pero basta una sola víctima para frenar en seco.
Pero veamos,
dónde queda Palestina. Para los norteamericanos y el ejército de Israel, se
trata de territorios limitados por Cisjordania y la Franja de Gaza. En cambio,
para los palestinos se trata de un Estado, el Estado de Palestina, si bien con
“reconocimiento limitado” tiene una Autoridad Palestina de Cisjordania y Franja
de Gaza que gobierna autónomamente sus territorios. También hay quien le llama
Protoestado, y pues en su prefijo lleva la descripción. Palestina sufre desde
1967 "La ocupación", y digo sufre porque es militar y administrativa,
pero sobre todo militar (aquí el medio también fue el fin). Básicamente se
trata del despojo y desposesión de las tierras milenarias que pertenecen a los
palestinos, que tras ser despojados se convierten automáticamente en
extranjeros en su propio país. La estrategia de ocupación más conocida son los
asentamientos ilegales, o el asedio del ejercito a familias palestinas que son
obligados a retirarse de sus casas, les piden que abandonen sus huertos y sus
olivares. Y por más que los propietarios demuestren sus derechos de propiedad,
eventualmente terminan convertidos en extraños entre sus conocidos, en
peligrosos por ser de antemano lo que son.
Hay algo que
tenemos que conocer: la Agencia de Naciones Unidas Para los Refugiados de
Palestina en Oriente Medio considera como tales las "personas cuyo lugar
de residencia habitual, entre junio de 1945 y mayo de 1948, era la Palestina
Histórica -o lo que es el territorio del Estado de Israel en 1947, según el
plan de partición de la ONU, sumado a los territorios de Cisjordania y la
Franja de Gaza- y que perdieron sus casas y medios de vida como consecuencia de
la guerra árabe-israelíe de 1948". Los que ahí nacen igual lo son. Pero
eso, los conceptos sostienen lo imposible, y de pronto la sensación de
refugiado ha rebasado los márgenes y ahora es un monstruo descomunal que arropa
todo. Lo que entiendo con este libro, con lo que Hazan escribe, es que es
imposible quedarse con las manos cruzadas, fue imposible mantenerse pasivos. Ha
habido por lo menos dos Intifadas, que es el nombre popular que se le ha dado a
la rebelión de los palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza contra Israel.
Contra el ejército de Israel armado de armas mortales, mientras que “Intifada”
significa “rebelión de las piedras”. En la última Intifada muriendo más de tres
mil palestinos contra mil israelíes.
Y sigo leyendo
con lentitud el libro de Éric Hazan, que nació en Francia pero desciende de
padres palestinos. No llevo prisa, es más, repito algunos párrafos porque
siento que hay una clave, no por encriptada, más bien por ser demasiado
explícita: “no es el odio lo que domina en Palestina, es más bien un inmenso y
casi ingenuo asombro: ¿qué hemos hecho para merecer esto?, ¿cómo semejante
injusticia puede durar tanto tiempo?, ¿por qué el mundo entero se niega a
ayudarnos?”. Nuestro autor establece contacto con su guía y recorre calles,
hace fotografías, a ratos parece lamentarse con lo que ve y escucha. Busca la
objetividad en el planteamiento de sus preguntas, pero sabe que algo falta,
quizá la emoción que dispara el recuerdo de lo vivido, o del presente que no se
diferencia si de sentir dolor se trata. ¿Pero eso cómo se explica? Entonces
queda claro que "La ocupación" es precisamente una maquinaria, o
quizá un dispositivo, que se ha inoculado en el inconsciente colectivo (si este
existe realmente), en el imaginario de una época (éste sí existe), en la vida
cotidiana que siempre está condicionada a su geografía y su memoria colectiva.
"Memoria cómoda y frágil".
Hazan dibuja los
territorios ocupados, pinta mapas y dice “aquí estoy, lo estoy viendo todo”. Se
trata de un tipo que fue a buscar algo que no había perdido, pero tenía que
contarnos. Bastó un mes para estar ahí, volver y acomodar los datos: a contarlo
porque es de todos, porque es de interés mundial. Pero también advierte que
tres ciudades y de un solo lado del “muro de la vergüenza”, con pocos
entrevistados, no es una muestra significativa. Pero está seguro que la vida
cotidiana es la misma para todos, las percepciones cambian, ciertamente, pero
hay algo que es estructural: las ventanas rotas, los callejones cerrados, la
malla que hace techo y protege a los palestinos de botellas y otros objetos que
les lanzan los israelíes que viven en los pisos de arriba. Eso sí es de todos,
eso sí es real y por ahí Hazan sabe que puede comenzar.
No seré yo quien
acuse a Éric Hazan de vehemencia, están los listos y los sabios que ya lo
hicieron, pero, digo yo, hay que ser ingenuos para decir quién es víctima e
inocente por el hecho de haber cogido el knife por el lado del filo
mientras tenía los ojos cerrados.
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