Salí
a respirar otros olores, el de la calle de mi colonia. Pero me arrepentí, me
quedé parado en el descansillo sin saber qué hacer. El vecino del último piso,
un jugador profesional de fútbol americano de los Burros Blancos del IPN, venía
subiendo y me vio allí, con el tiempo detenido, como en cámara lenta. Me
preguntó si necesitaba ayuda, si había algo que pudiera hacer por mí. El tipo
mide casi dos metros y quizá pesa unos ochenta kilos.
"De
seguro olvidaste tus llaves" me dijo y yo negué. "¿Estás leyendo ese
libro?" me preguntó y caí en la cuenta de que había salido con el libro
que acabo de terminar de leer, hace unos treinta minutos. Nos despedimos, él
siguió hacia arriba como con prisa y yo me quedé ahí parado. Pero volvió:
"qué bueno que sigues aquí" lanzó, "no habrá entrenamiento hasta
nuevo aviso" me explicó, "¿será que me puedas prestar unos libros
para leer, es que en Netflix ya no suben nada bueno... y pues con esto del
coronavirus...". Afirmé con la cabeza. "Pero que no sean muy
gordos" precisó, "es que casi no leo; mi novia sí lee mucho, pero yo
no". Le tomé una foto al libro que traía conmigo, se lo extendí.
"Empieza con este" le dije y él sonrió, me extendió la mano, pero la
retiró de inmediato. "Sana distancia" me dijo y se fue. Yo seguí ahí
parado otros cinco minutos tratando de descifrar la forma de las nubes. Me
sentí solo.
En
1974, en el jardín del escritor y dramaturgo Alan Bennett (Reino Unido, 1934),
autor de esta crónica llamada La dama de la furgoneta (Anagrama, 2009),
Miss Shepherd estacionó su furgoneta y emprendió un simple intento que nos es
común a todos los hombres y todas las mujeres: vivir con valentía. Y queda
claro, al menos esa fue la invitación que me hizo el texto, que el salto de la
inercia vital a la experiencia del mundo de la vida es muy largo; es como si uno
intentara cruzar a brinco un pantano repleto de cocodrilos hambrientos. Más de
uno será devorado y el resto hará de testigo. ¡La vida es perra!
Un
día, la anciana dama le pide a Alan Bennet que la ayuda a empujar su furgoneta
porque una serpiente se acercaba cada vez más y le resultaba una amenaza. Aquel
espacio reducido y mugriento era su hogar, todo lo que tenía por propiedad.
Actos de vandalismo y las querellas de algunos vecinos impulsa a Bennett a
decirle a Miss Shepherd que puede pasar una noche en su cobertizo, y los años
pasaron y esa “noche” nunca amaneció. Hasta ahí; por nada les quiero arruinar
su lectura, sobre todo porque por estas fechas de resguardo necesitamos otras
sorpresas, otros sonidos al otro lado de nuestras ventanas.
Pero
lo que sí puedo decirles, y lo digo con la seriedad que amerita el caso, es que
me hizo reflexionar sobre todo este tiempo que parece ser libre, encerrado en
mi estudio tratando de ser consecuente con la contingencia. Pensé, por ejemplo,
en la gente que no tiene absolutamente nada y vive, literalmente, en la calle.
Pero esa misma gente de pronto encuentra algo material y la considera de su
propiedad, entonces se aferra a ella, entonces nos cuenta una historia de dónde
la encontraron, de cuándo sintieron que por fil algo la hizo sentir dueños de
un trozo de este planeta.
¿Cuál
es la historia de Miss Shepherd en este libro? La respuesta está en varios
lugares de la obra: desde la primera página hasta el final, en los diálogos, en
las ideas de los monólogos del autor; en unos documentos viejos, en los
postigos de una vida que huele mal, en el interior de una furgoneta donde hay
que fruncir el ceño, apretar los dientes y aguantar la respiración. Y es que,
si me apuran, diré que la memoria de la vida también tiene un olor.
Uno
se pregunta qué fue de un viejo amigo, a veces recuerda una suerte de presente
compartido. Pero quizá sea interesante preguntarse cuál es la historia de las
gentes antes de que lleguen a nuestras vidas. La hipótesis es que ahí
encontramos más de una respuesta a los modos en que son con nosotros. Miss
Shepherd está en el jardín del escritor, éste se preocupa por ella, y no es que
sea caritativo, sino que sospecha que ahí hay una historia, ahí hay una trama
que él podría contar después. Pero mientras eso llega él tiene que trabajar en
unas páginas que hay en su mesa de trabajo, y no puede, Miss Shepherd le roba
las ideas y gran parte de su tiempo.
Creo
que es hasta el final de la historia cuando Miss Shepherd le dice, a través de
viejos recuerdos y familiares, hacia dónde tiene que ir eso que él quiere
contar. Lo que hay en “La dama de la furgoneta” son dos vidas que se comparten,
dos ímpetus por la vida. Dicho de otro modo: ¿qué hace que un artista
consolidado cargue con el peso de una marginal, de una sin techo, y la acompañe
hasta el final de sus días? Entonces es a él al que hay que hacerles las
preguntas, porque Miss Shepherd estaba convencida de su propósito en plena
ancianidad, sabía lo que tenía que hacer con el resto de los años que le
quedaban. Pero aquel hombre talentoso tenía su mirada por la ventana, atendía
demandas, soportaba un aliento desagradable, asumía responsabilidades civiles…
¿quién podría responder nuestras preguntas?
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