miércoles, 15 de enero de 2020

“La angustia y el deseo del Otro” de Diana Rabinovich

Mi método de viaje (mi teoría del viaje) es el peor de todos, y por eso mismo no se lo recomiendo a nadie. Engancha a la primera, es verdad, pero pasado los primeros meses uno sabe que no le servirá de nada, y llevan razón, vaya, es evidente que no se “avanza”, que no “retribuye”, que es, básicamente, “una verdadera pendejada” eso de volver antes que tirar pa’lante y de frenar antes que apurar el paso. En mi defensa diré que en mis parsimoniosos periplos encuentro la paz que mi manía intelectual no me permite cuando estoy entre colegas y cretinos.
Pues bien, mi lectura y estudio de la obra de Slavoj Žižek (“El más sublime de todos los histéricos”) no ha terminado de convencerme, así que me di a la tarea de indagar un poco más. Mis amigas psicoanalistas (todas ellas demasiado inteligentes para un café con prisas) me dieron unas pistas en forma de preguntas: “¿qué injerencias puede tener una psicoterapeuta en el sistema filosófico de Hegel si no encuentra en él una técnica para la cura?”. Ciertamente, no entendí la intención de la pregunta, al menos no hasta que lanzaron un juicio al estilo de Kant: “La cura es un hecho que se reprograma, pero ésta la encontramos en la estructura, Pocho, es decir, en el lenguaje”. Ahí estaba la clave y por ahí me seguí, pero ellas ya no podían

Voy a tratar de deshollinar la trama del tema con una pregunta que les hice: “¿Fue Lacan un hegeliano?”. Pelaron los ojos como quien vio su imagen de fugitiva en la televisión: “Ni por el putas”, lazó una, “ese man (Lacan) era freudiano y freudiano se murió” completó otra. Claro, tenían toda la razón, porque igual que Hegel con Kant, Lacan (vía Kojève) pretendió, en cada uno de sus seminarios, hacer ese salto del absoluto en Hegel. “La vaina está en cómo le hizo: básicamente convirtiendo en lenguaje (estructura) el romanticismo del joven Hegel”. Algo me quedó claro, Lacan no fue hegeliano porque no pudo serlo, y desde aquí les digo a mis amigas psicoanalistas “porque su estructuralismo lo distrajo”.

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Avancemos un poco y quizá nos podamos dar cuenta de un par de cosas: en Hegel (aquél) hay un deseo de reconocimiento, pero éste viene del otro. En el amor encontró el punto de anclaje el filósofo alemán; esto último a Lacan le parece la voz romántica de Hegel, y como he dicho antes, la advertencia de Kant fue soslayada y ahí tienen, la patada en los huevos del primer idealismo. Pero bueno, el amor en Hegel, en la “Fenomenología del espíritu” se tornó justamente "espíritu" y con esto Lacan ya no podía tirar a gol sin que nadie le desequilibrara la pierna de apoyo. Por eso iba de Kojève a Koyré con mucha insistencia. Lo que quiero decir es que Lacan no podía ir a Hegel (a secas), porque ahí se quedaba, porque justo aquí aparece la advertencia de Foucault: a la vuelta, Hegel lo espera a uno con sus sistema-monstruo.

Hay que frenar a fondo y volver al principio, porque algo se me ha escapado. Es una sospecha recurrente en mis estudios. “La angustia y el deseo del Otro” de Diana Rabinovich es una alternativa. El “deseo del Otro” es el concepto más importante en la obra lacanianda, que si bien es una reformulación del “deseo inconsciente” freudiano, en el seminario “La angustia” adquiere su principal potencia. Pero la autora, que es argentina, sabe que no puede hacer comentarios al respecto sin precisar esa cuenta gnoseológica pendiente que va de Hegel a Lacan. Es decir, el deseo en Hegel es el amor del Otro, porque así cumplimos el deseo de reconocimiento; con Lacan el sentido objetivo del deseo es otra cosa, basta con partir del hecho de que quien desea en realidad es el objeto, en el que interpela está el deseo que deseaba como sujeto que deseara por mí. Vaya, lo que quiero decir es que en Lacan no hay un yo y por eso mismo no se puede poseer nada; en Hegel esto no es así. Pues bien, estos ejercicios son los que Lacan hace cuando acude a "su" Hegel, y lo hace así para salir del sistema. Ya lo digo yo, no lo logra, básicamente porque el apareamiento que hizo fue más por analogía que por paralaje.

Hay una treta que encuentro genial en Lacan para hacer las de Heidegger con Hegel: apostar a la “razón psicoanalítica” antes que a la “razón filosófica”. Esto qué quiere decir, pues que Lacan partía de la razón analítica de Lévi-Strauss antes que de la razón dialéctica hegeliana, aunque tuviera como objeto de pensamiento la muerte como absoluto en el alemán y él propusiera la castración freudiana por analogía (ojo, otra vez, no por paralaje. No sé de qué otra manera puedo explicarlo, será que no le entendí bien).

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Dije arriba que en Lacan no hay un yo, quizá haya que precisar que lo que realmente no existe es la “autoconsciencia”, que no es otra cosa que “moverse por sí mismo”, en cambio en Hegel está la “inquietud”, que no es otra cosa que “no quedarse quieto” (así es como funciona la historia, ¿qué no?). Qué hace que las cosas se muevan en Lacan, entonces; qué hace que la quietud sea interrumpida en Hegel entonces. Ahí va: el deseo. Para ambos está en el Otro, en el francés es imposible la aprehensión y en el alemán sólo puede ser si es aprehendido. Para Lacan a diferencia de Freud, y para Hegel a diferencia de Kant, “el deseo depende del hecho de que seamos sujetos hablantes”. “La vaina” volvieron mis amigas, “es que el sujeto de Lacan desea que el Otro lo desee, así que lo único que podemos hacer es generar deseo en el Otro, pero no poseer al Otro”. La seguridad de mis amigas es descomunal. Después agregaron “por lo que nos has dicho, Hegel se queda ahí esperando a que alguien le explique cómo es que a un man le puede resultar suficiente generar deseo en el Otro sin poseer a ese Otro que lo desea”.

Justo esto último es la tragedia del hombre de Kierkegaard: de esto nadie se salva porque es el hombre de la fe y en quien se deposita la fe decide; justo esto es la tragedia de la política en Maquiavelo: por más virtud que se tanga, la posibilidad de la derrota rondará las ventanas nocturnas; justo esto es la tragedia pronosticada del romanticismo: haga usted lo que quiera, cierre puertas y ventanas, pero le prometo que tarde o temprano la larga noche de la pasión llamará a su puerta y no podrá resistir la tentación de invitar a pasar al vampiro.

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Para terminar, la más lista de todas mis amigas (¿se podía más?) psicoanalistas lanzó “el amor, que es a su vez el deseo del Otro por nosotros, es el deseo de ser reconocido a como dé lugar, incluso si es menester una lucha a muerte para lograr su satisfacción”. Les juro que no pude parar de reír y ella, como excelente psicoanalista, esperó que me calmara para preguntarme por qué me reía, “¿acaso de lo que acabo de decir?” quiso saber. Le dije que no, que en realidad “recordé a Homero Simpson con un guante exigiéndole satisfacción en una lucha a muerte con pistola a un experto en duelos de satisfacción”. ¡Qué putada!

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