lunes, 24 de septiembre de 2018

Sobre "Libertad”, un libro de Zygmunt Bauman


De pronto reconocimos –los menos fuimos los que lo notamos, hay que decirlo– que lo político tenía que ver con nuestra alcoba de pensión y su cama donde pasamos las peores y las mejores horas de nuestra vida, acompañados o en medio de una turbosoledad que nos partía la madre. Abandonábamos las oficinas de barrio caro en hora en punto, no porque el trabajo hubiera concluido, sino porque uno se llevaba a casa los pendientes y ahí completaba el resto de su sentencia frente a su computador. La ciudad ya se nos había colado por todos lados, esa cosa moderna que marcaba el paso de lo cotidiano, de los perfiles que resultaban imprescindibles para seguir en el juego. La modernidad prometió más de lo que podía cumplir y entonces bastó una zancadilla para tumbarla y mostrarle al mundo que lo estático se había ido al carajo.

Lo posmoderno es más que un “después de”, en realidad figura como movimiento intelectual y como consecuencia de dos ideas: la renuncia a una definición de totalidad y el reconocimiento de la hibrides de las cosas hechas de sus propios fragmentos. Al parecer fue necesario porque nos traicionaron los que prometieron la constancia y aseguraron que la historia había llegado a su fin. Desde 1800 nos hablaron de lo moderno y que cualquiera que aceptara que la mecanización del trabajo, de la industria y de la ciencia eran imprescindibles para el progreso podría considerarse un hombre moderno. Y cuando comenzó a ser insostenible llegaron las decepciones, y esa sensación de hombre traicionado era porque el pragmatismo y la razón no fueron suficientes para explicar lo que la sociedad comenzó a padecer: depresiones, suicidios, melancolía, aislamiento, desaliento y la soledad. La enfermedad y la subjetividad llegaron para quedarse y con el paso de los años nadie pudo salir ileso

Pero Zygmun Bauman dijo que en realidad no había tal posmodernismo, lo que hay es una modernidad enferma, líquida. “Las realidades sólidas de nuestros abuelos” se convirtieron en apenas fragmentos que desfiguraron el monstruo de la certeza y la certidumbre que nos habían regalado. Todo se convirtió en “una oportunidad para la novedad”, de lo nuevo, de lo reciente y lo mejor porque ha sustituido al otro que ya se ha quedado atrás. El amor, el trabajo, la familia, el matrimonio, todo es precario, es un “por ahora mientras algo mejor llega” aunque no llegue nunca, es un café descafeinado y es la droga de farmacia que evita que nuestros flatos huelan (tenemos prohibido oler) y que alguien nos reconozca por la marca del perfume y no por el cuerpo que huele (que nada huela a lo que es, eso no es de gente moderna).

Con estas ideas Bauman se convirtió en una estrella de rock de la sociología, donde lo invitaran iba: ora a un congreso de intelectuales de la cultura, ora a un carnaval de antifaces porque su metáfora teórica eso también podía explicarlo. Con más de 90 años aparecía en radio y televisión, lo entrevistaban los periódicos en su sección de espectáculo y las revistas publicitarias; una que otra revista científica sí que toleraba lo que el polaco estaba escribiendo.

Pero antes de que eso llegara, cuando aún no aparecía el boom de lo líquido, escribió Libertad (1988) y en ese libro dijo algo parecido a que la libertad tiene que ser entendida como una relación social, es decir, que siempre habrá dos poderes donde el más débil se subordinará al más fuerte. Pero que la sociedad había tragado muchas rebanadas de aire creyendo que la fuerza era física, que era la represión acostumbrada. Ya no, dijo Bauman, ahora era más sutil, sínica por momentos, pero la belleza lisa la hacía pasar desapercibida: la libertad de consumo sustituyó a la libertad ciudadana. Ahora el control social y político estaba en el poder de consumir, y si lo complicamos un poco podemos decir que uno consume lo que se le ordena que consuma y en esas anda creyéndose un hombre libre de llevarse a casa lo que le plazca. 

Al parecer estas fuerzas ocultas descubrieron qué era lo que más elegíamos en los centros comerciales, nos hicieron un trabajo de inteligencia y sabían qué era lo que deseábamos, aunque no lo necesitáramos. Entonces lo que al principio era rugoso y áspero ahora lo había convertido en liso y llano, es decir, estaba “más bonito” y se convirtió en producto de consumo. La cosa es que cuando quisimos cambiar ya no pudimos, eso no figuraba en sus planes, no estaban para consentir nuestra libertad, pues derivado del proceso ya nos tenían preparado una nueva sorpresa que “sin duda nos iba a gustar más que el anterior”.

Nos va bien con eso de sentirnos orgullos de no salir de casa y trabajar on line (descentralización laboral, también así se dice), además de que lo hacemos eficientemente y por ello recibimos más de un premio que, si uno no es bobo, debería darse cuenta de que ese “logro” hace parte de nuestros derechos desde el principio de la relación contractual. Y la pregunta es por qué no es una buena idea estar en la oficina si ahí hay más de los nuestros, con nuestras propias realidades (incluye al cabronazo y caradura que se cree el “jefe encargado” de vigilarnos); por eso mismo, porque son más como nosotros y a decir de Bauman, la libertad se fortalece en lo colectivo y adquiere matices que lo debilitan en lo individual. La publicidad hace el resto: ahí va el tigre que anda logrando éxito y ascendiendo en la escala evolutiva de una oficina, ahí está la chica con el reloj más caro en el piso cuatro, pero sin el tiempo suficiente para una cerveza y un buen polvo con su novia que la llama y no le contesta porque tiene “mucho trabajo”.

Dicho esto, qué le queda a uno por hacer. Mucho, dice Bauman, reconocer su circunstancia es el primer logro. El problema son los que están inmersos en esta forma de estar en la vida moderna y así se sienten contentos (semejante frente), y si me esperan, hasta parecen orgullosos de que así funcione y que ellos colaboran con dicha empresa. Entonces van por la vida ofreciendo cursos salvavidas para hacerle frente a lo irremediable, a los tiempos de alta competencia y que más vale estar al día (qué carajo es “estar al día”) si realmente “queremos ser los vencedores en este mundo de alta competencia”.

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