viernes, 22 de julio de 2022

HISTORIA DE LA LOCURA EN LA ÉPOCA CLÁSICA l: CAPÍTULO 3: “EL MUNDO CORRECCIONAL”

 

El loco ya no puede ser ese espectáculo que deambula por las calles de las ciudades europeas, los alienados son encerrados en los hospitales. Ha terminado la época de la exclusión, dice Foucault, queda prohibido azotarlos públicamente y corretearlos lanzándoles piedras y burlas hasta las fronteras de la ciudad. Pero también el loco ha perdido su carácter mítico, ya no es un hombre de ingenio renacentista, es un inservible y no produce nada.

El gran encierro tiene un fin económico y moral. Salvo el loco, el resto de los alienados tiene que trabajar para procurar su manutención, además los calvinistas con su contrarreforma han dejado claro que la miseria está desacralizada, es más bien un inconveniente para el desarrollo de las sociedades. Foucault encuentra en la sentencia de Descartes la muerte del loco, su no existencia: “pienso luego existo” dijo aquél y lo que menos puede hacer el loco es pensar, su condición es precisamente la sinrazón. La mano de obra barata salía de los hospitales, los obreros con razón no estuvieron muy de acuerdo con esta decisión, pero, en cualquier caso, lo que pretendía la iglesia, la policía y el rey era evitar el desempleo en todo el territorio, así que mientras menos gente estuviera desocupada, según la tesis, no había razón para creer que la sociedad estaba en desequilibrio moral.

Por eso los hospitales son necesario, porque afuera solo habitan los productivos y hombres de bien, los que están adentro son una suerte de residuos que hay que mantener aislados. Estamos en el siglo XVII (1690). Se registran más de tres mil internos en la Salpêtrière, entre ellos hay indigentes, vagabundos y mendigos. La ciencia del Renacimiento ha decidido clasificarlos para poder ofrecer una explicación de causa y consecuencia. Quiere conocer, así que los que padecen alguna enfermedad venérea son encerrados en el Hôpital Général: “los hombres son enviados a Bicêtre; las mujeres a la Salpêtrière” escribe Foucault, con esto se inaugura un clasicismo que dominará toda la época clásica.

Los científicos saben perfectamente quién puede sobrevivir en el interior de los hospitales, a éstos se les aplican los “Grandes Tratamientos”; a los otros simplemente se les aísla en cuartos insanos hasta que les llegue la hora de su muerte. El paciente queda al cuidado de las manos facultadas: primero se le realiza una sangría, de inmediato se le purga. Se trata, así, de una doble expulsión de fluidos. En los próximos siete días el enfermo es lavado durante dos horas diarias; nuevamente es purgado. Le sigue una sangría, que sería la tercera forma de purgar el cuerpo enfermo. Para terminar con la primera parte del tratamiento, el enfermo tiene que pasar por una “buena y completa confesión”, Lo que sigue son las fricciones con mercurio durante un mes “al cabo del cual dos purgas y una sangría deben arrojar los últimos humores morbíficos”. Siguen quince días de convalecencia; es claro que el cuerpo queda deteriorado y débil, no obstante, es una señal de que la enfermedad ha cedido a las intervenciones. “Después de quedar definitivamente en regla con Dios” nos dice Foucault, “se declara curado al paciente, y dado de alta”.

Hagamos un pequeño resumen: comenzamos con los leprosos en los leprosarios; continuamos con los enfermos veneros y los cuartos especiales para su urgente tratamiento de higiene; seguimos con la locura y su loco, a los que montaron en la “nave de los necios” y que encontró puerto en los hospitales; ahora alguien más ha asomado su mirada: la homosexualidad y sus homosexuales. Todo esto en la línea temporal del siglo XVI al XVIII.

La homosexualidad, igual que la locura, fue cobijada por el Renacimiento, les ofreció a los homosexuales una libertad de expresión, es decir, podían tener parejas del mismo sexo y explayarse en su arte erótico “anormal”; eran tolerado. Sin embargo, sufrieron una suerte de desacralización y pasaron a los terrenos de la prohibición y en consecuencia de castigo en caso de faltar a las leyes explícitas. En la época clásica, nos dirá Foucault, se clasifica a la homosexualidad como una nueva forma de locura, junto con el resto de los alienados o sinrazón. Aquí encuentra el historiador francés uno de los errores del psicoanálisis, quien también sostenía que la homosexualidad era una enfermedad no por ser verdad científica, sino que Freud partió de un decreto que, a la distancia, lo que menos tenía era fundamento científico.

Sin embargo, la observación directa mostraba que, dentro de los hospitales, el loco, el enfermo venéreo, el holgazán y el resto de los alineados, manifestaban una libertad sexual que rayaba en la promiscuidad. ¿Por qué los homosexuales serían la excepción? También se sumarían los blasfemos, los que intentaron suicidarse, el brujo, el mago y hasta el esotérico; el hombre libertino intelectualmente también fue recluido. Todos ellos están por fuera de la verdad y la razón moral, y por otro lado, no trabajaban a causa del encierro; los calvinistas habían señalado que la miseria es indigna para una sociedad, así que era menester una “coacción moral” para los alienados.

Esta clasificación entre Sinrazón y Razón ha permitido crear un conocimiento que ordena y desde ahí produce nuevas subjetividades. Para lograrlo, la ciencia moderna tuvo que desacralizar al loco, quien estaba cobijado por el Renacimiento; de pronto es un sujeto neutro e indefenso, todo lo que se diga de él será considerado verdad absoluta y no podrá hacer nada en su defensa. Sin embargo, frena Foucault, no sabremos si son “víctimas o enfermos”, si son criminales o simples locos que necesitan ser asistidos. El saber positivo de la ciencia moderna estaba desarmado ante estos dilemas, no obstante, no frenó su avance.   

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