Santiago Castro-Gómez nació en Bogotá en 1958. Se graduó como filósofo en la Universidad Santo Tomás, donde se agregó al Grupo Bogotá, responsable de difundir la “filosofía latinoamericana” en Colombia. Cuenta la leyenda que el joven graduado vendió “las dos cosas que tenía” y se fue a Alemania, motivado por la tradición filosófica de aquel lugar y porque “buscaba un cambio” en su vida. Se graduó de maestro y doctor en filosofía en la Universidad de Tübingen y la Johann Wolfgang Goethe-Universität de Frankfurt, respectivamente.
A su vuelta a Colombia se hizo profesor de la Universidad Santo Tomas y
de la Pontifica Universidad Javeriana, además de agregarse como
investigador del Instituto Pensar, una “unidad académica de la Pontifica
Universidad Javeriana dedicada a la investigación social interdisciplinaria”.
Asimismo, se agregó a las filas del popular Grupo modernidad-colonialidad,
donde trabó diálogo con Arturo Escobar, Enrique Dussel, Walter
Mignolo y Aníbal Quijano, entre otros intelectuales del mismo calibre.
Crítica de la razón latinoamericana (Pontifica
Universidad Latinoamericana, 2011) fu escrita por Castro-Gómez antes de
terminar sus estudios de maestría, en el verano de 1995. La Editorial Puvill
de Barcelona abrió una convocatoria para dar a conocer a ensayistas
jóvenes; el estudiante Santiago mandó su propuesta y ganó. Lo que sucedió
después fue inesperado, incluso para él, porque las críticas le favorecían
mucho y de pronto en su buzón le esperaban cartas de gente importante en el
mundo intelectual decolonial, entre ellos el mismísimo Enrique Dussel, que no
dudó en felicitarlo. Cuando se inscribió al doctorado, recibe de la Pontifica
Universidad Javeriana una invitación para ser profesor… por el libro. Él
aceptó.
“Tenía que deshacerme de los aprendido para pensar por mí cuenta” dice nuestro autor cuando le preguntan por el objetivo de Crítica de
la razón latinoamericana. Pero también sabe que se trata de “una familia de
discursos” que intenta dar cuenta de una cosa llamada “América Latina”.
Es decir, este libro intenta responder al menos dos cosas: ¿existe una razón
en América Latina? ¿Hay una filosofía latinoamericana? Para la
primera pregunta, Castro-Gómez, dice: sí, hay una razón, pero no porque su
verdad exista, sino porque su narrativa así la muestra; y sobre la segunda
pregunta su respuesta es rotunda. No, dice, no hay una filosofía
latinoamericana, es más, la pregunta “es una falacia, en el sentido técnico
del término, es decir, da por su puesto justamente aquello que debería ser
demostrado”. La alternativa que este filósofo colombiano ofrece a este
problema es el siguiente: Latinoamérica debe ser el resultado de una verdadera
investigación filosófica, pero también una investigación a cargo de las
ciencias sociales. No es mala idea, pero claro, aquí está lejos de Hegel
y demasiado cerca de Foucault.
Santiago Castro-Gómez tiene claro que la investigación
interdisciplinaria requiere de un método preciso y que dé cuenta de sus
aciertos, pero sobre todo de sus yerros. La genealogía desarrollada por Nietzsche
y apuntalada por Foucault, Agamben y Peter Sloterdijk es
por la que apuesta el pensador colombiano. Dice que para dar cuenta de un
“latinoamericanismo” antes que de “Latinoamérica”, hay que poner sobre la mesa
“aquella familia de prácticas discursivas y de relaciones de poder que
generan ese efecto de vedad llamado ‘identidad latinoamericana’”. No hay
muchas alternativas para lograrlo, porque la historia no basta, dice, por eso
es necesario la genealogía.
El propósito de este método es “rastrear la emergencia en tiempos
pasados de ciertas formas de experiencias que continúan ejerciendo influencia
en el presente y que nos constituyen en los sujetos que somos hoy. El
presupuesto básico de la genealogía es que los hombres son enteramente producto
de sus prácticas históricas y que estas son necesariamente múltiples,
contingentes y agonistas”. No hay más qué decir al respecto, parece que el
profesor las tiene claras.
Más de una vez le han hecho saber a Santiago Castro-Gómez que su libro
es posmoderno, y él dice que así es, sobre todo por el lenguaje que usa.
Sin embargo dice que de volver a escribir ese libro cuidaría un poco más ese
vanguardismo en su redacción, pero las premisas de entonces no han cambiado
hasta ahora. Es decir, el profesor se sostiene. Pero bien, que una de las
conclusiones de Crítica de la razón latinoamericana sea que la pregunta
por América Latina es una falacia, no significa que se trate de una “cruzada
contra el pensamiento decolonial”, me parece que su crítica está en los
métodos y las formas con las que los pensadores decoloniales concluyen en una
filosofía contra la posmodernidad y vigilante con la filosofía moderna.
Castro-Gómez dice que el agua le entra al coco por otro lado: es la
posmodernidad, precisamente, la que ha permitido que el pensamiento europeo
llegue a los países latinoamericanos y que las obras fundamentales del
pensamiento occidental fueran leídas como se presentan en los escaparates
universitarios.
Entonces, ¿qué es la posmodernidad para nuestro autor? “Mi argumento”
dice, “es que la posmodernidad no es la ‘superación’ sino la globalización
de la modernidad en clave de mercantilización de la vida cotidiana”. Es
fácil estar de acuerdo con él, pero su argumento está en un acontecimiento: la
caída del muro de Berlín el 9 de noviembre en 1989. El joven Santiago estaba
ahí, habló con la gente que cruzaba hacia el lado occidental: ¿Cómo era por
allá?, quería saber. El muro, sugiere nuestro autor, era el dique que
contenía la fuerza del capitalismo, así que su caída no solo desbordó un mar de
gente.
Se trató “del fin de una época y el comienzo de otra. Se acabó la era del capitalismo nacional y regional, de las luchas por asumir el control del Estado como medio para impulsar una revolución socialista, de las dicotomías entre los que está ‘adentro’ y lo que está ‘afuera’ del sistema, de la postulación del ‘Tercer Mundo’ como alternativa moral y política al imperialismo, etc.”. 150 años de política moderna se transformaron con la caída del Muro de Berlín. Esto, muchachos, es lo que Santiago Castro-Gómez llama posmodernidad. Quizá por eso el libro abre con el famoso y polémico capítulo Los desafíos de la posmodernidad a la filosofía latinoamericana.
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