Mi método de viaje (mi teoría del viaje) es el peor de todos, y por eso mismo no se lo recomiendo a nadie. Engancha a la primera, es verdad, pero pasado los primeros meses uno sabe que no le servirá de nada, y llevan razón, vaya, es evidente que no se “avanza”, que no “retribuye”, que es, básicamente, “una verdadera pendejada” eso de volver antes que tirar pa’lante y de frenar antes que apurar el paso. En mi defensa diré que en mis parsimoniosos periplos encuentro la paz que mi manía intelectual no me permite cuando estoy entre colegas y cretinos.
Pues bien, mi lectura y estudio de la obra de Slavoj Žižek (“El más sublime de todos los histéricos”) no ha terminado de convencerme, así que me di a la tarea de indagar un poco más. Mis amigas psicoanalistas (todas ellas demasiado inteligentes para un café con prisas) me dieron unas pistas en forma de preguntas: “¿qué injerencias puede tener una psicoterapeuta en el sistema filosófico de Hegel si no encuentra en él una técnica para la cura?”. Ciertamente, no entendí la intención de la pregunta, al menos no hasta que lanzaron un juicio al estilo de Kant: “La cura es un hecho que se reprograma, pero ésta la encontramos en la estructura, Pocho, es decir, en el lenguaje”. Ahí estaba la clave y por ahí me seguí, pero ellas ya no podían