lunes, 22 de octubre de 2018

La fiesta como otra forma de lucha. A propósito del libro de Manuel Garza Zepeda sobre Oaxaca: “Insurrección, fiesta y construcción de otro mundo...”


Conocí a Manuel Garza Zepeda en un coloquio sobre movimientos sociales organizado por la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (UABJO) a través de su instituto de investigaciones sociales. De hecho, compartimos la mesa de trabajo junto con otro colega, él coordinaba y no dejaba de repetirme que mi tiempo estaba por acabarse: “ve preparando tu salida” repetía constantemente. Parece más una anécdota académica que algo que valga la pena recuperar en estas líneas, pero yo digo que adquiere un dejo de importancia cuando su turno en la mesa y el del otro colega consumieron más de una hora en comparación a los quince minutos que me otorgó. Creo que menciono esto porque Zepeda escribió Insurrección, fiesta y construcción de otro mundo en las luchas de la APPO en primera persona, lo que para mí y para cualquiera que tenga tres dedos de frente, significa encender las alarmas cognitivas debido a la relevancia de ese gesto en una obra como esta que ahora me ocupa. 

Lo de menos es que haya dicho que a diferencia de mí, él no iba a leer su ponencia debido a que prefería conversarlo con el auditorio: “así será menos aburrido” externó con una lábil sonrisa que todavía recuerdo. Aquí lo que resulta importante es que Zepeda, ahí donde nos conocimos y aquí en su libro que reposa muy cerca de mi Mac, decidió partir del yo con el fin de dejar en claro que alguien vio lo que ahora está contando y analizando: el autor quiere hablar de cómo experimentó el miedo de estar en una megamarcha y en un movimiento social que podía ser reprimida por la violencia legitimada y también por paramilitares. No hizo una crónica –el exceso de teoría y la falta de ciertos recursos periodísticos no se lo permitieron, pero sin duda lo intentó, se puede notar en el manejo de sus entrevistas–, pero lo que sí logró fue un excelente análisis teórico-empírico de lo que significó la posibilidad de construir otro mundo posible –“soñado” escribió en repetidas ocasiones– en las luchas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en 2006 en la capital de ese estado sureño. 
Hay “otros modos de hacer” dice Manuel Garza Zepeda, y se hacen en la lucha y después de la misma. Y me parece que lo dice debido a que desde la primera parte de su libro acude a teóricos del movimiento social clásicos y contemporáneos, y junto con ellos –debo decir que a veces más ellos que juntos– va analizando las formas de lucha a las que el pueblo de Oaxaca acudió para hacer frente “al capital” según él. Esto me hace pensar en un autor radical, que igual estaba dispuesto a dar su opinión en los medios digitales o a salía corriendo porque era parte del actor social que estaba en lucha frontal con la policía: estuvo en las barricas y en las megamarchas, compartía las demandas y las formas de hacerlas valer por aquellas fechas. Loable el papel del cientista social. No obstante, me cuestiono mucho el hecho de que en el texto más que un abastecimiento de municiones políticas al movimiento, lo que hay es un análisis riguroso de la lucha política, y sí, en repetidas ocasiones con referencias a anécdotas personales que clarifican el papel de las emociones en los movimientos sociales, pero no como arma de lucha como él lo propone. Esto no resta en ninguna parte el valor teórico y metodológico del trabajo.  
Celebro el hecho de la primera persona en el libro, pero eso no significa que el papel de ese yo-actor haya tenido éxito en el objetivo, le bastó el impersonal que tanto celebran las ciencias sociales para entender aquellas luchas de Oaxaca, cuestionar y reflexionar el surgimiento de las barricadas, buscar en los grafitis y en otras manifestaciones creativas signos de un lenguaje disidente, descifrar el mensaje de canciones y consignas, aportar analíticamente a las festividades populares que se convirtieron en alternas. Es decir, la fiesta como protesta que abre la lucha de contacto.
El prólogo es de Eduardo Bautista, actual rector de la UABJO. El primer contacto que tuve con Eduardo fue por teléfono, intentaba establecer una cita para una entrevista que nunca se completó por cuestiones de agenda; después nos vimos en un congreso sobre educación en el estado de Chihuahua y ahí por fin le pude preguntar su opinión sobre las luchas de Oaxaca, pero sobre todo por la continuidad –si la había– de las mismas una década después. Lo que entonces me dijo y lo que escribió en el libro de Zepeda no cambió mucho, se sostiene en el hecho de un “potencial pedagógico de las luchas”, es decir, enseñan si en ellas se venció o incluso si se estuvo en el bando de los derrotados. En cualquier caso, dijo entonces Bautista en un conversatorio con Massimo Modonessi y Sergio Tamayo en el congreso aludido, la lucha de los oaxaqueños permitió la construcción de una nueva mirada de los problemas económicos, sociales, político-electorales, culturales, educativos y hasta humanos en todo el estado de Oaxaca.
“La alegría y la diversión son también expresiones de negatividad frente a lo gris del mundo del dinero” dice Manuel Garza, además agrega que también “frente al disfrute de la vida reducida al consumo”. No cabe duda que esto es mientras se está luchando, cuando aún no hay un vencedor, ahí el luchador se permite mofarse del gobernador y el presidente poniendo su cara caracterizada con la de un cerdo en una pared o en una botarga. A decir del autor no se está celebrando nada, aún se está en la lucha, lo que convierte la fiesta en el argumento central del libro para su tesis de que “otro mundo soñado” es consecuencia de esos “otros modos” de luchar. Pongo un poco de atención a lo que leo y concluyo que el discurso de Zepeda se basa en una relación causal del movimiento social: la lucha es consecuencia de un mal gobierno, por ejemplo, lo que salta como precaución metodológica es que sea consecuencia antes que estructura. Opinaría diferente, pero no es el espacio, aunque puedo advertir que aquí tendría más de quince minutos para hacerlo.  
Otro argumento que Zepeda refuerza muy bien en Insurrección, fiesta… es el hecho de que las luchas de la APPO se dieron desde la individualidad (los actores sociales más que el individuo) y la convocatoria del desalojo violento de los maestros (otra vez la consecuencia) formó la colectividad –las colectividades, parece decir Zepeda–. Así, resultan imprescindibles, para una lucha con las dimensiones de las ocurridas en 2006 en tierras oaxaqueñas, los actores sociales que se agruparon en la Asamblea mayor. Zepeda parece sostener su presupuesto a partir de inferir que las luchas de clases y entre clases son las que confirman los bandos, el “ellos” y el “nosotros” y así los adversarios y las alianzas son clarificados y apuntalan las acciones colectivas. Me pregunto si Zepeda no tiene una influencia romántica del Mayo del 68 en Francia, más de la vida intelectual del momento además de los modelos teóricos a los que acudió en su bien conformado libro.
En su conjunto, Insurrección, fiesta… tiene cinco capítulos y una guisa de salida. Abre con una propuesta epistemológica a la luz del objeto de estudio que le interesa en la lucha de la APPO y el magisterio de la Sección XXII; continúa con una actualización “del pasado en el presente” de estas dos luchas con el agregado de que no quita el dedo del renglón cuando advierte que lo mismo que se ofreció en aquel mayo francés también apareció en las barricadas oaxaqueñas –la mirada global de Zepeda está muy bien argumentada–; lo que sigue es un revisionismo –para mí prescindible– de las teorías de los movimientos sociales y de la lucha de clases que en varias ocasiones en la obra se dejan de lado porque son bastos para su objeto de estudio; cierra con dos golpes de gancho muy potentes: un análisis sociológico de la APPO y la ruptura temporal para pensar y hacer las cosas en Oaxaca y quizá hasta en México y América Latina –el último atrevimiento es mío–; y el examen de conciencia de clase en Oaxaca como sociedad que sobrevivió –muchos murieron o desaparecieron– a la primera rebelión del siglo XXI.
También opino, y con esto se acaba mi tiempo de exposición, que se trata de una obra que a los franceses y a otros europeos interesaría demasiado, pero no por el objeto de estudio en sí mismo, más bien por la forma tan pura y correcta que tuvo el autor en la aplicación de ciertos modos de ver las luchas sociales contemporáneas. 

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