En cualquier caso ―de los que Iñaki Domínguez (filósofo y antropólogo cultural español) desarrolla en “Homo Relativus”―, el relativismo impera sobre la “cosa en sí” kantiana; o sea ―y esto se refleja en las conclusiones que a ratos tienen un dejo de opinión optimista por parte del autor―, al no ser la verdad venida de la razón, la posibilidad todavía está en manos de la sociedad civil, vamos, en las nuestras, en las de ustedes y en las mías, en las del vecino y en las de aquellos que nos topamos en la fila del supermercado. El autor, que piensa con Kant durante todo el libro, hace una cartografía de una avanzada posestructuralista que devino pensamiento posmoderno. Hasta ahí, nada extraordinario, lo que sucede es que Domínguez tiene una hipótesis devastadora: lo concreto ha perdido sentido en lo operativo y actualmente habitamos el mundo de la representación en su despliegue simbólico. Así las cosas, y aquí sigo sacándole la piedra a la hipótesis del autor, los patrones de comportamiento responden idealmente a una narrativa que no tiene anclaje empírico. Dicho de otro modo, ¡estamos jodidos!
Lo que pasa es que en tanto el relativismo o mundo de la representación
sea más bien una ingenuidad posmoderna coludida con el neoliberalismo, lo
concreto sigue ahí, solo que soslayado, depreciado. No obstante, como no por
cerrar los ojos el peligro desaparece, la hipótesis del joven filósofo tiene
reversibilidad, la curva de la izquierda posmoderna ―más que las alas
conservadoras― podría llegar a decaer eventualmente. Pues eso, hay que ponerse
y las próximas décadas darán cuenta del hecho.
Hay dos capítulos recomendados por mi director de tesis (Gerardo Ávalos
Tenorio, representante de la filosofía política en México): “Relativismo en el
pensamiento” y “Relativismo y políticas de la identidad”. A su cargo está el
seminario teórico en el doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad
Autónoma Metropolitana (México), y hay una finura en la selección del texto de
Iñaki Domínguez para su discusión en ese pleno: cómo pensar un relativismo (la
representación sin anclajes con lo concreto) que ha inundado desde las
manifestaciones artísticas, lo político y la academia a partir de un
pensamiento moderno como el de Kant. Es interesante este sello en “Homo
Relativus”, la metodología me resulta riesgosa, sobre todo porque las obras de
Tenorio me hacen derivar más de un desacuerdo con Domínguez, incluso de forma
diametral. Por ejemplo, quizá Tenorio no estaría de acuerdo con el supuesto
relativismo en Kant, o por lo menos no con el despliegue moderno que hay en
“Homo Relativus” en el mundo contemporáneo. En fin, supongo que será el punto
de partida en la próxima sesión del doctorado.
En “Relativismo en el pensamiento” Iñaki Domínguez las tiene claras: el
pensamiento posmoderno se ha hecho cargo de esta avanzada. Aunque, poniendo
atención, el autor hace historia ―¿del presente?― a partir de pequeñas
genealogías que comienzan por la “ideología” en Marx (a la ideología le subyace
intereses ajenos que el individuo asume como propios), el “relativismo
cultural” de Boas (no hay una cultura propiamente dicha, “cosa en sí”, lo que
hay es un irrupción de lo concreto que desvanece cualquier imperativo), y el
“perspectivismo” de Ortega (uno es consecuencia de su época, de su generación).
Claro, el planteamiento de Domínguez tiene mucho sentido, porque analiza a
estos tres autores a partir de lo que él llama “epistemología kantiana”, no
obstante, nuestro autor quiere dar cuenta de cómo se pasó de esa “cosa en sí” a
un relativismo sobre lo que fue la “cosa” y ahora está en la cabeza y los
sentimientos del sujeto... su omnipresente lenguaje. La tesis parece la
siguiente: es que nunca se pasó de un sitio a otro, siempre estuvo ahí, solo se
desplegó genealógicamente.
Iñaki no desespera, es un tipo minucioso y va paso a paso tratando de
demostrar su hipótesis: los tres fantásticos aparecen (Popper, Kuhn y
Feyerabend ―sostengo que hizo falta los programas de investigación de
Lakatos―), y con ellos trata de mostrar que incluso en las famosas ciencias
exactas, particularmente la física, el relativismo se ha colado y vierte azúcar
en sus tasas de café. El falsacionismo popperiano nos viene a decir que una
ciencia no demuestra verdades, en realidad debería tener como objetivo ser
falsable, es decir, que sus hipótesis puedan equivocarse para ser reformuladas.
Ahí está el avance del conocimiento científico, antes que en la demostración de
una verdad, en la posibilidad de perfeccionar el momento previo, que es el de
la hipótesis. Con Kuhn pasa más o menos lo mismo, porque resulta que cualquier
paradigma que explica y resuelve problemas tiene que ver con el momento de su
potencia teórica, pero sobre todo con el factor humano de la sociedad
científica ―incluso con la edad de los científicos, el relativismo es un cambio
de generación en toda su extensión―, así que la “cosa en sí” que describe y
explica la ciencia tiene que esperar su momento para que “revolucione”, que se
relativice. Feyerabend, pues bueno, es el pináculo del posmodernismo
metodológico: “todo se vale”, hay que ir contra el método, porque en última
instancia los científicos hacen lo que mejor pueden y no lo que deben hacer
cuando de generar conocimientos se trata.
Qué es lo que está sucediendo aquí: desde Kant hasta Feyerabend el
relativismo ha estado presente. De hecho, buena parte de lo que los filósofos
posmodernos hicieron fue potenciar a modo lo que estos señores escribieron.
Entonces, la filosofía, que pertenece a una tradición acumulada (libros y otros
registros), implica una hermenéutica que pasa de la “cosa en sí” a un
relativismo que se torna representación. Aquí están Foucault, Derrida, Deleuze,
Baudrillard, Lyotard, y muchos otros más. Astutos lectores que sin que los
demás se enteraran llevaron lo concreto a la representación. El mundo de la vida
pasó de las calles tomadas a una narrativa que se ha convertido en la verdad:
así hasta llegar al Matrix, como dice Iñaki Domínguez. La crítica que nuestro
autor hace a la filosofía posmoderna no es distinta a la que otros más han
hecho, así que Harvey y Callinicos son la potencia en este aspecto, por eso
mismo decido no abordarlo en mis comentarios sobre el libro.
En “Relativismo y políticas de la identidad” es donde, creo yo,
Domínguez aplica sus reflexiones recogidas desde los primeros capítulos: “no existen
las identidades en sí” sino más bien una suerte de construcción cultural de las
mismas. Este es el problema con el que se topa nuestro autor y necesita
resolverlo teóricamente. Para ello acude a ejemplos de la antropología cultural
(desde una serie de televisión, comentarios en el Facebook o los contenidos de
un filoyoutuber) ―esta parte de nuestro autor me hace recular varias veces
mientras lo leo, pero en todo caso es entretenido, aunque me parece que su
libro envejecerá pronto―. Lo que encuentra Iñaki Domínguez es que hay una
hiperproducción de símbolos y representaciones que se han apoderado de
cualquier inicio concreto que pudiera recordarnos la “cosa en sí”, de tal
manera que el sujeto (incluso con su muerte foucaultiana) ha dejado de ser el
punto de partido epistemológico, pero tampoco lo es la carne y los huesos, el
edificio y su dimensión institucional, nada hay concreto que valga la pena
considerarlo como punto de inicio, pues, ciertamente, “todo lo sólido se
desvanece en el aire” y ni siquiera el polvo se le puede pillar.
Pero bueno, y como final necesario por el espacio y el tiempo que tengo
aquí, “es la ideología, estúpido”. Entonces, ¿quién podrá ayudarnos? ¡Marx,
quién más! Iñaki nos lleva de la mano por los marxismos que han logrado desvelar
lo que se presenta como realidad pero que, por donde se le vea, vil ideología,
lo interesante es que la gnoseología kantiana que lo acompaña en sus
reflexiones abre espacio para un marxismo ―a ratos cultural, o sea, posmoderno―
todavía crítico que cuestiona la génesis de lo que parece lógico y muy bien
estructurado. ¡Esa es la potencia teórica! Hay que discutirlo en el seminario.
Iñaki no está diciendo que la filosofía posmoderna sea mala o equivocada (él
mismo parece un kantiano abierto a cierto pensamiento posmoderno), lo que nos
quiere comunicar es que hay un momento muy tenso en el que la “cosa en sí”
carece de sentido porque se oculta y el “relativismo” y “representación” se
apoderan de cualquier recoveco de la vida. La cosa es grave, lo sabe nuestro
autor, por eso al fina, en su opinión optimista, el consejo posmoderno que nos
ofrece es evitar “dormir para siempre” y mejor “permanecer despierto”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario