sábado, 16 de abril de 2022

“Homo Relativus” de Iñaki Domínguez

 

En cualquier caso ―de los que Iñaki Domínguez (filósofo y antropólogo cultural español) desarrolla en “Homo Relativus”―, el relativismo impera sobre la “cosa en sí” kantiana; o sea ―y esto se refleja en las conclusiones que a ratos tienen un dejo de opinión optimista por parte del autor―, al no ser la verdad venida de la razón, la posibilidad todavía está en manos de la sociedad civil, vamos, en las nuestras, en las de ustedes y en las mías, en las del vecino y en las de aquellos que nos topamos en la fila del supermercado. El autor, que piensa con Kant durante todo el libro, hace una cartografía de una avanzada posestructuralista que devino pensamiento posmoderno. Hasta ahí, nada extraordinario, lo que sucede es que Domínguez tiene una hipótesis devastadora: lo concreto ha perdido sentido en lo operativo y actualmente habitamos el mundo de la representación en su despliegue simbólico. Así las cosas, y aquí sigo sacándole la piedra a la hipótesis del autor, los patrones de comportamiento responden idealmente a una narrativa que no tiene anclaje empírico. Dicho de otro modo, ¡estamos jodidos!

Lo que pasa es que en tanto el relativismo o mundo de la representación sea más bien una ingenuidad posmoderna coludida con el neoliberalismo, lo concreto sigue ahí, solo que soslayado, depreciado. No obstante, como no por cerrar los ojos el peligro desaparece, la hipótesis del joven filósofo tiene reversibilidad, la curva de la izquierda posmoderna ―más que las alas conservadoras― podría llegar a decaer eventualmente. Pues eso, hay que ponerse y las próximas décadas darán cuenta del hecho.

Hay dos capítulos recomendados por mi director de tesis (Gerardo Ávalos Tenorio, representante de la filosofía política en México): “Relativismo en el pensamiento” y “Relativismo y políticas de la identidad”. A su cargo está el seminario teórico en el doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma Metropolitana (México), y hay una finura en la selección del texto de Iñaki Domínguez para su discusión en ese pleno: cómo pensar un relativismo (la representación sin anclajes con lo concreto) que ha inundado desde las manifestaciones artísticas, lo político y la academia a partir de un pensamiento moderno como el de Kant. Es interesante este sello en “Homo Relativus”, la metodología me resulta riesgosa, sobre todo porque las obras de Tenorio me hacen derivar más de un desacuerdo con Domínguez, incluso de forma diametral. Por ejemplo, quizá Tenorio no estaría de acuerdo con el supuesto relativismo en Kant, o por lo menos no con el despliegue moderno que hay en “Homo Relativus” en el mundo contemporáneo. En fin, supongo que será el punto de partida en la próxima sesión del doctorado.

En “Relativismo en el pensamiento” Iñaki Domínguez las tiene claras: el pensamiento posmoderno se ha hecho cargo de esta avanzada. Aunque, poniendo atención, el autor hace historia ―¿del presente?― a partir de pequeñas genealogías que comienzan por la “ideología” en Marx (a la ideología le subyace intereses ajenos que el individuo asume como propios), el “relativismo cultural” de Boas (no hay una cultura propiamente dicha, “cosa en sí”, lo que hay es un irrupción de lo concreto que desvanece cualquier imperativo), y el “perspectivismo” de Ortega (uno es consecuencia de su época, de su generación). Claro, el planteamiento de Domínguez tiene mucho sentido, porque analiza a estos tres autores a partir de lo que él llama “epistemología kantiana”, no obstante, nuestro autor quiere dar cuenta de cómo se pasó de esa “cosa en sí” a un relativismo sobre lo que fue la “cosa” y ahora está en la cabeza y los sentimientos del sujeto... su omnipresente lenguaje. La tesis parece la siguiente: es que nunca se pasó de un sitio a otro, siempre estuvo ahí, solo se desplegó genealógicamente.

Iñaki no desespera, es un tipo minucioso y va paso a paso tratando de demostrar su hipótesis: los tres fantásticos aparecen (Popper, Kuhn y Feyerabend ―sostengo que hizo falta los programas de investigación de Lakatos―), y con ellos trata de mostrar que incluso en las famosas ciencias exactas, particularmente la física, el relativismo se ha colado y vierte azúcar en sus tasas de café. El falsacionismo popperiano nos viene a decir que una ciencia no demuestra verdades, en realidad debería tener como objetivo ser falsable, es decir, que sus hipótesis puedan equivocarse para ser reformuladas. Ahí está el avance del conocimiento científico, antes que en la demostración de una verdad, en la posibilidad de perfeccionar el momento previo, que es el de la hipótesis. Con Kuhn pasa más o menos lo mismo, porque resulta que cualquier paradigma que explica y resuelve problemas tiene que ver con el momento de su potencia teórica, pero sobre todo con el factor humano de la sociedad científica ―incluso con la edad de los científicos, el relativismo es un cambio de generación en toda su extensión―, así que la “cosa en sí” que describe y explica la ciencia tiene que esperar su momento para que “revolucione”, que se relativice. Feyerabend, pues bueno, es el pináculo del posmodernismo metodológico: “todo se vale”, hay que ir contra el método, porque en última instancia los científicos hacen lo que mejor pueden y no lo que deben hacer cuando de generar conocimientos se trata.

Qué es lo que está sucediendo aquí: desde Kant hasta Feyerabend el relativismo ha estado presente. De hecho, buena parte de lo que los filósofos posmodernos hicieron fue potenciar a modo lo que estos señores escribieron. Entonces, la filosofía, que pertenece a una tradición acumulada (libros y otros registros), implica una hermenéutica que pasa de la “cosa en sí” a un relativismo que se torna representación. Aquí están Foucault, Derrida, Deleuze, Baudrillard, Lyotard, y muchos otros más. Astutos lectores que sin que los demás se enteraran llevaron lo concreto a la representación. El mundo de la vida pasó de las calles tomadas a una narrativa que se ha convertido en la verdad: así hasta llegar al Matrix, como dice Iñaki Domínguez. La crítica que nuestro autor hace a la filosofía posmoderna no es distinta a la que otros más han hecho, así que Harvey y Callinicos son la potencia en este aspecto, por eso mismo decido no abordarlo en mis comentarios sobre el libro.

En “Relativismo y políticas de la identidad” es donde, creo yo, Domínguez aplica sus reflexiones recogidas desde los primeros capítulos: “no existen las identidades en sí” sino más bien una suerte de construcción cultural de las mismas. Este es el problema con el que se topa nuestro autor y necesita resolverlo teóricamente. Para ello acude a ejemplos de la antropología cultural (desde una serie de televisión, comentarios en el Facebook o los contenidos de un filoyoutuber) ―esta parte de nuestro autor me hace recular varias veces mientras lo leo, pero en todo caso es entretenido, aunque me parece que su libro envejecerá pronto―. Lo que encuentra Iñaki Domínguez es que hay una hiperproducción de símbolos y representaciones que se han apoderado de cualquier inicio concreto que pudiera recordarnos la “cosa en sí”, de tal manera que el sujeto (incluso con su muerte foucaultiana) ha dejado de ser el punto de partido epistemológico, pero tampoco lo es la carne y los huesos, el edificio y su dimensión institucional, nada hay concreto que valga la pena considerarlo como punto de inicio, pues, ciertamente, “todo lo sólido se desvanece en el aire” y ni siquiera el polvo se le puede pillar.

Pero bueno, y como final necesario por el espacio y el tiempo que tengo aquí, “es la ideología, estúpido”. Entonces, ¿quién podrá ayudarnos? ¡Marx, quién más! Iñaki nos lleva de la mano por los marxismos que han logrado desvelar lo que se presenta como realidad pero que, por donde se le vea, vil ideología, lo interesante es que la gnoseología kantiana que lo acompaña en sus reflexiones abre espacio para un marxismo ―a ratos cultural, o sea, posmoderno― todavía crítico que cuestiona la génesis de lo que parece lógico y muy bien estructurado. ¡Esa es la potencia teórica! Hay que discutirlo en el seminario. Iñaki no está diciendo que la filosofía posmoderna sea mala o equivocada (él mismo parece un kantiano abierto a cierto pensamiento posmoderno), lo que nos quiere comunicar es que hay un momento muy tenso en el que la “cosa en sí” carece de sentido porque se oculta y el “relativismo” y “representación” se apoderan de cualquier recoveco de la vida. La cosa es grave, lo sabe nuestro autor, por eso al fina, en su opinión optimista, el consejo posmoderno que nos ofrece es evitar “dormir para siempre” y mejor “permanecer despierto”.

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