lunes, 13 de septiembre de 2021

“Eros y civilización” de Herbert Marcuse


El nazismo hizo que Herbert Marcuse (1998 – 1979) huyera a los Estados Unidos de Norteamérica. Este filósofo y sociólogo alemán publicó “Eros y civilización” en 1955 ya convertido en un ciudadano germano estadounidense. Sin duda, se trata de uno de los integrantes más influyentes de la Escuela de Frankfurt, sus ideas alimentaron las consignas y formas de lucha de los movimientos sociales y estudiantiles de la siguiente década en varias partes del mundo. Experto en la dialéctica hegeliana e influenciado por Marx, Luckas, Freud y Luxemburgo.

En “Eros y civilización”, curiosamente, no hay un solo llamado a Marx, no obstante el espíritu de éste se puede observar en varios momentos problemáticos de la obra, como si fuera menester asumir el marxismo como método de exposición de sus hipótesis. Aquí, Marcuse, reconoce el pesimismo de Freud, pero descubre, paradójicamente, que fue lo que le permitió ofrecer un aporte a la teoría cultura y antropología del psicoanálisis primero. En ese sentido, se trata de una hermenéutica y una política de lo que Freud considera la dialéctica del hombre: una disputa entre el principio del placer y el principio de la realidad. Marcuse no está muy convencido de esto.

“Eros y civilización” está dividido en dos partes, a saber, la primera se llama “Bajo el dominio del principio del placer” y la segunda “Más allá del principio de la realidad”. No estamos hablando de un libro sobre el psicoanálisis, se está discutiendo lo que Marcuse más adelante llamará la sociedad industrial avanzada y el papel del nuevo sujeto revolucionario, lo que Marcuse quiere dejar claro es que Eros no es excluyente del proceso de civilización, aunque esto genere malestares culturales, como lo sostenía Freud en su obra antropológica. Y de esto es lo que se quiere dar cuenta en el primer apartado, una exposición de la teoría cultural freudiana. En la segunda parte las cosas se complican un poco, porque deja claro que pasar de un principio natural (el del placer) a uno más elaborado y civilizatorio (el de la realidad) es una odisea, y casi siempre se sufre y no siempre se logra. En cualquier caso, el aporte de Marcuse es precisamente una nueva civilización y trascender, llegar más allá, del principio de realidad freudiano.

Sigmund Freud estaba convencido de que la civilización se lograba toda vez que se reprimieran las pulsiones sexuales y agresivas, para cada caso se pueden hacer dos cosas, sublimar y trabajar, respectivamente. En todo caso, el principio de la realidad era la encargada de fiscalizar el performance del principio del placer, su abandono era, sobre todo, prescriptivo y normativo. Por esto es por lo que dolía y molestaba; la cultura, en última instancia, era un verdadero fastidio. Marcuse hace una relectura y nota algo: lo que provoca el abandono de las pulsiones o instintos no puede ser atemporal, como señaló Freud, sin duda se equivocó, es decir, el principio de realidad tiene que ser histórica, consecuentemente no puede ser la misma en cada momento. Marcuse sabía que este era su descubrimiento, que más allá del principio de la realidad estaban nuevos mecanismos de dominio sutiles, nada parecidos a los utilizados por los totalitarismos, más bien discursos únicos, medios de comunicación masiva, manipulación de las masas… la violencia se había banalizado y se hizo invisible. Marcuse llamó a esto “principio de actuación”, que tiene que ver con el rendimiento en la producción.

Que es lo que Marcuse cuestiona en Freud. Dos cosas, y lleva sentido señalarlo. Si la prohibición es lo que deviene civilización, entonces la prohibición está contenida en ella. La necesita. Marcuse dirá: la elimina pero no la desaparece. Una nueva dialéctica emerge en esta parte, no freudiana, más bien hegeliana, la esencia del principio de la realidad ahora resulta, es el principio del placer. Entonces, y este es el segundo desmarque de Marcuse, la represión básica del principio del placer es necesaria, inevitable, porque, dice Freud, a mayor presión de la cultura mayor será el malestar, pero se accede a la civilización de forma consistente. Lo que Freud no logró ver fue una opresión suplementaria, la que rebasa el dominio básico que lleva al orden social y más bien devine control y explotación, lo que antes llamamos “principio de actuación”.

Todo esto qué quiere decir fenomenológicamente. Entre otras cosas, y aunque cueste trabajo aceptarlo, pues de que el hombre tiene naturaleza, ciertamente no lo define como bueno y malo, pero sí como precursor sexual y agresivo. Marcuse reconoce esta tesis en Freud y asume que ahí está la política del hombre, su ontogénesis, y de ahí se apuntala todo el despliegue reflexivo en torno a él. Es una lucha entre naturaleza y sociedad, entre cuerpo y psiquismo. El problema de esta política freudiana es que sentencia a la imbecilidad al hombre, y el optimismo de Marcuse aparece negando esa sentencia, y dice que no está de acuerdo, que la política puede partir del conflicto, incluso de la utopía de una sociedad no opresora, porque la tarea es, precisamente, negarla para superarla hasta donde sea posible.

Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y hasta Slavoj Žižek, por ejemplo, han partido de esta tesis, quizá más refinada porque superan las premisas freudianas y se instalan en las lacaniadas. Pero de cualquier forma, el recurso del psicoanálisis en estas políticas redime la voluntad del hombre, lo salvan de hacer lo que le toca para una suerte de combate en la sociedad industrial avanzada, como dice Marcuse. No puede ser que el hombre sea un imbécil, un débil de voluntad para convertirse en un sujeto revolucionario en las sociedades contemporáneas advierte el profesor Santiago Castro-Gómez, pero eso es lo que sucede cuando el psicoanálisis se apodera del andamio teórico y argumentativo con los que se generan estas políticas posmodernas. Y creo que tiene razón, quizá fue lo que le sucedió en buena medida al posestructuralismo francés.

Finalmente hay que dejar claro el título. En Eros se configura la potencia de la sexualidad, su entramado con el principio del placer nos dirá Freud, tiene por objetivo suprimirlo para dar pasos a otras formas de estar en la cultura. El principio de realidad hace lo propio con la civilización, que en este caso es el destino y por eso mismo no ofrece alternativa. O es el malestar y de ahí la neurosis, o bien la civilización y el orden. Lo que parce claro en Freud no lo es en Marcuse, hay una sospecha: ¿de dónde proviene tanto orden y tanto control? No del principio de la realidad, más bien del principio de actuación, de la opresión suplementaria. En resumen, para Freud no hay posibilidad de convivencia entre Eros y civilización sin malestar y neurosis, para Marcuse es distinto, la sexualidad y la agresividad recogido en Eros y devino sublimación y trabajo pueden convivir en la civilización.

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