El nazismo hizo que Herbert Marcuse (1998 – 1979) huyera a los Estados Unidos de Norteamérica. Este filósofo y sociólogo alemán publicó “Eros y civilización” en 1955 ya convertido en un ciudadano germano estadounidense. Sin duda, se trata de uno de los integrantes más influyentes de la Escuela de Frankfurt, sus ideas alimentaron las consignas y formas de lucha de los movimientos sociales y estudiantiles de la siguiente década en varias partes del mundo. Experto en la dialéctica hegeliana e influenciado por Marx, Luckas, Freud y Luxemburgo.
En “Eros y civilización”,
curiosamente, no hay un solo llamado a Marx, no obstante el espíritu de éste se
puede observar en varios momentos problemáticos de la obra, como si fuera
menester asumir el marxismo como método de exposición de sus hipótesis. Aquí,
Marcuse, reconoce el pesimismo de Freud, pero descubre, paradójicamente, que
fue lo que le permitió ofrecer un aporte a la teoría cultura y antropología del
psicoanálisis primero. En ese sentido, se trata de una hermenéutica y una
política de lo que Freud considera la dialéctica del hombre: una disputa entre
el principio del placer y el principio de la realidad. Marcuse no está muy
convencido de esto.
“Eros y civilización” está dividido
en dos partes, a saber, la primera se llama “Bajo el dominio del principio del
placer” y la segunda “Más allá del principio de la realidad”. No estamos
hablando de un libro sobre el psicoanálisis, se está discutiendo lo que Marcuse
más adelante llamará la sociedad industrial avanzada y el papel del nuevo
sujeto revolucionario, lo que Marcuse quiere dejar claro es que Eros no es
excluyente del proceso de civilización, aunque esto genere malestares
culturales, como lo sostenía Freud en su obra antropológica. Y de esto es lo
que se quiere dar cuenta en el primer apartado, una exposición de la teoría
cultural freudiana. En la segunda parte las cosas se complican un poco, porque
deja claro que pasar de un principio natural (el del placer) a uno más
elaborado y civilizatorio (el de la realidad) es una odisea, y casi siempre se
sufre y no siempre se logra. En cualquier caso, el aporte de Marcuse es
precisamente una nueva civilización y trascender, llegar más allá, del
principio de realidad freudiano.
Sigmund Freud estaba convencido de
que la civilización se lograba toda vez que se reprimieran las pulsiones
sexuales y agresivas, para cada caso se pueden hacer dos cosas, sublimar y
trabajar, respectivamente. En todo caso, el principio de la realidad era la
encargada de fiscalizar el performance del principio del placer, su abandono
era, sobre todo, prescriptivo y normativo. Por esto es por lo que dolía y
molestaba; la cultura, en última instancia, era un verdadero fastidio. Marcuse
hace una relectura y nota algo: lo que provoca el abandono de las pulsiones o
instintos no puede ser atemporal, como señaló Freud, sin duda se equivocó, es
decir, el principio de realidad tiene que ser histórica, consecuentemente no
puede ser la misma en cada momento. Marcuse sabía que este era su
descubrimiento, que más allá del principio de la realidad estaban nuevos
mecanismos de dominio sutiles, nada parecidos a los utilizados por los
totalitarismos, más bien discursos únicos, medios de comunicación masiva,
manipulación de las masas… la violencia se había banalizado y se hizo
invisible. Marcuse llamó a esto “principio de actuación”, que tiene que ver con
el rendimiento en la producción.
Que es lo que Marcuse cuestiona en
Freud. Dos cosas, y lleva sentido señalarlo. Si la prohibición es lo que
deviene civilización, entonces la prohibición está contenida en ella. La
necesita. Marcuse dirá: la elimina pero no la desaparece. Una nueva dialéctica
emerge en esta parte, no freudiana, más bien hegeliana, la esencia del
principio de la realidad ahora resulta, es el principio del placer. Entonces, y
este es el segundo desmarque de Marcuse, la represión básica del principio del
placer es necesaria, inevitable, porque, dice Freud, a mayor presión de la
cultura mayor será el malestar, pero se accede a la civilización de forma
consistente. Lo que Freud no logró ver fue una opresión suplementaria, la que
rebasa el dominio básico que lleva al orden social y más bien devine control y
explotación, lo que antes llamamos “principio de actuación”.
Todo esto qué quiere decir
fenomenológicamente. Entre otras cosas, y aunque cueste trabajo aceptarlo, pues
de que el hombre tiene naturaleza, ciertamente no lo define como bueno y malo,
pero sí como precursor sexual y agresivo. Marcuse reconoce esta tesis en Freud
y asume que ahí está la política del hombre, su ontogénesis, y de ahí se
apuntala todo el despliegue reflexivo en torno a él. Es una lucha entre
naturaleza y sociedad, entre cuerpo y psiquismo. El problema de esta política
freudiana es que sentencia a la imbecilidad al hombre, y el optimismo de
Marcuse aparece negando esa sentencia, y dice que no está de acuerdo, que la
política puede partir del conflicto, incluso de la utopía de una sociedad no
opresora, porque la tarea es, precisamente, negarla para superarla hasta donde
sea posible.
Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y
hasta Slavoj Žižek, por ejemplo, han partido de esta tesis, quizá más refinada
porque superan las premisas freudianas y se instalan en las lacaniadas. Pero de
cualquier forma, el recurso del psicoanálisis en estas políticas redime la
voluntad del hombre, lo salvan de hacer lo que le toca para una suerte de
combate en la sociedad industrial avanzada, como dice Marcuse. No puede ser que
el hombre sea un imbécil, un débil de voluntad para convertirse en un sujeto
revolucionario en las sociedades contemporáneas advierte el profesor Santiago
Castro-Gómez, pero eso es lo que sucede cuando el psicoanálisis se apodera del
andamio teórico y argumentativo con los que se generan estas políticas
posmodernas. Y creo que tiene razón, quizá fue lo que le sucedió en buena
medida al posestructuralismo francés.
Finalmente hay que dejar claro el
título. En Eros se configura la potencia de la sexualidad, su entramado con el
principio del placer nos dirá Freud, tiene por objetivo suprimirlo para dar pasos
a otras formas de estar en la cultura. El principio de realidad hace lo propio
con la civilización, que en este caso es el destino y por eso mismo no ofrece
alternativa. O es el malestar y de ahí la neurosis, o bien la civilización y el
orden. Lo que parce claro en Freud no lo es en Marcuse, hay una sospecha: ¿de
dónde proviene tanto orden y tanto control? No del principio de la realidad,
más bien del principio de actuación, de la opresión suplementaria. En resumen,
para Freud no hay posibilidad de convivencia entre Eros y civilización sin
malestar y neurosis, para Marcuse es distinto, la sexualidad y la agresividad
recogido en Eros y devino sublimación y trabajo pueden convivir en la
civilización.
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