viernes, 12 de marzo de 2021

“Freud: una historia política del siglo XX” de Eli Zaretsky

 


Eli Zaretsky nació en Brooklin, Nueva York. Es historiador y se doctoró en Filosofía por la Universidad de Maryland. Ha escrito por lo menos dos obras sobre la historia política y cultural del psicoanálisis. El libro que ahora mismo voy a comentar se llama Freud: una historia política del siglo XX (Paidós, 2017).

Mi intención es dar con una respuesta sensata a la pregunta que Zaretsky dispara de manera inteligente al comienzo de sus páginas: ¿por qué el pensamiento freudiano a ratos parece estar obsoleto en pleno siglo XXI? Entonces yo también tengo una pregunta y aquí la planteo para tirar de ella: ¿acaso el psicoanálisis sigue siendo contemporáneo, cuando sabemos que a principio del siglo XX convocó a las grandes mentes de la ciencia, el arte y la filosofía, y hoy, en pleno siglo XXI, se presenta, no pocas veces, como un ejercicio intelectual posmoderno sin el blindaje moderno que tuvo en los años de su emergencia y consolidación?

Veamos. El autor dice que el psicoanálisis estuvo fundado por tres proyectos originales, a saber: una práctica médica que encontraba su andamio en lo terapéutico; una paradigma con la cual interpretaba la cultura, lo que la convertía, a decir de Jean Paul Gustave Ricœur, en una disciplina hermenéutica (he dicho en otra parte que Ridinesco no está muy de acuerdo con esto, ella insiste en que es una ciencia y punto); y una ética para la vida cotidiana, justo con la que se presenta al nuevo sujeto freudiano. Pues bien, para finales del siglo XX y el pleno siglo XXI las cosas ya no fueron muy bien que digamos, porque el proyecto terapéutico cedió su sitio a las neurociencias y la psicofarmacología, considerando que una vuelta al positivismo vendría bien a cualquier disciplina que se preciara de ser moderna; la interpretación de la cultura fue devorada por el posestructuralismo lacaniano, derridariano y foucaultiano y la tornó estudios culturales, creando así una cosa extraña llamada “razón cínica” y el auge de la cultura popular como universo mínimo; y la ética del sujeto freudiano terminó hecho trizas por un posmodernismos que consideró que la razón hegemónica las grandes narraciones estaban superadas y tonterías de ese tipo.

Pienso en el texto que tengo en mis manos y estoy de acuerdo con lo que dice, también pienso en la historia del psicoanálisis que yo mismo me construí hace ya algunos años. Coinciden en muchos puntos: hay una prehistoria, un pre-psicoanálisis, o lo que en mi tesis de maestría señalé como “problemas que el psicoanálisis después descubriría que eran de su incumbencia”. Pero hay algo en lo que ya no encuentro pistas: para Zaretsky lo político no es lo contextual-histórico, de tal forma que entiendo que la política no puede ser contexto, ni acontecimiento, es más bien el problema transversal de la historia del psicoanálisis. Entonces sí puedo retomar la compatibilidad con el autor: el peligro de la historia interna del psicoanálisis radica en lo que Onfray advirtió como una mala filosofía, la que el psicoanálisis representa; esto es un problema para el psicoanalista promedio, que al no ser filósofo es uno fatal cuando lo intenta y descubre que fracasa en cada intento. Entonces la otra historia, la determinante, parece decirnos Zaretsky, es la que está afuera y no puede ser más que política.

Aquí sentencio yo: la historia política del siglo XX ha sido la consolidación del espíritu del capitalismo, gracias a una ética protestante, sugiere Zaretsky; ha sido la del racismo y la discriminación de los negros en Europa y América, que tuvieron a bien vindicar su condición humana a partir de la música y la danza; ha sido la del antisemitismo y la banalización del mal, donde la discusión filosófica de la tolerancia fue la primera gran banalización; y, finalmente, la historia política del siglo XX ha sido la de las relaciones de poder con un énfasis equivocado en la lectura que Michel Foucault hizo del problema. Y como esto no es un ensayo, pues trataré de observar desde lo general esto que acabo de sentenciar, que no es más que una configuración de lo que Zaretsky ha planteado en este libro que tiene apenas 288 páginas y una rica bibliografía.

Zaretsky da cuenta del papel del psicoanálisis en cierta ética religiosa que operó sobre cierto espíritu de época, la del protestantismo sobre el del capitalismo. La lectura que hizo Zaretsky de Weber ―¡bárbaro este filósofo de Brooklyn!― es profunda y razonada: línea por línea, idea por idea; encontró que en la denominada “segunda revolución industrial” el papel del psicoanálisis medió entre el consumo de masas y el aumento de la producción. Esto es sencillo de descifrar: el nuevo sujeto freudiano entró en contradicción con la trama que le antecedía, el del ascetismo por el del colectivismo. Este giro comportamental puso de cabeza la concepción del mundo y Weber, que tenía mucho de psicólogo, cayó en la cuenta y persiguió la idea hasta que llegó a las grandes conclusiones que ya conocemos. Vamos, que lo que Zaretsky nos quiere decir es que, aunque Weber no lo haya escrito en su libro ―que por cierto nunca le puso él el famoso título―, el espíritu del capitalismo no se hubiera logrado sin un psicoanálisis que traía la potencia de otras teorías revolucionarias.

Lo mismo sucedió con Fanon con “Los condenados de la tierra”, donde aseguró que el inconsciente era motor para la revolución, sin duda que el existencialismo de Sartre influyó fuertemente al también autor de “Piel negra, máscaras blancas”. En 1961 se publica “Los condenados de la tierra” de Fanon, y en 1960, un año antes, “Crítica de la razón dialéctica” de Sartre, obra en el que, digo yo, ofrece su último intento antes de que el materialismo histórico que defendía viniera a ser cuestionado inteligentemente ―pero también injustamente― por el estructuralismo de Lévi-Strauss ―lo que hizo Foucault después no tiene perdón, pero en fin―. Fanon supuso que ese existencialismo, ese materialismo histórico y el psicoanálisis que rondaba toda Europa era la posibilidad de su breve pero profunda obra. Hay que decir, entonces, que Fanon puso a los negros, a la fuerza negra, más allá del Blues y la danza, más allá de los orígenes africanos (propio del estructuralismo de Strauss) y plantear una teoría de lo negro, de la negritud. Creo que el aporte fue trascendental.

Puedo seguir con el agujero negro que causó el holocausto, puedo seguir con el papel del yo freudiano ―que después alguien tuvo la idea de tornarla self y nos jodió buena parte del trabajo bien hecho―, puedo seguir con la ética del poder o las relaciones de poder, puedo seguir… Zaretsky sigue aplicando la misma técnica: la revisión minuciosa de obras fundamentales que han problematizado la histórica política del psicoanálisis que no puede ser otra ―¡ojo aquí, que esto es atrevido!― que el de la humanidad misma.

Entonces otra vez la pregunta: ¿es el psicoanálisis un modelo teórico contemporáneo? O como dice Zaretsky, ¿por qué a ratos parece obsoleto? Pues bien, yo buscaba una respuesta sensata y si bien aquí no argumento cómo llego a ella, bien que lo pongo porque para eso leí el libro “Freud: una historia política del siglo XX”. Ciertamente el psicoanálisis del primer proyecto está repleto de intelectuales con disposición de un consultorio, pero también es cierto que no es culpa de ellos, más bien toca investigar las filosofías que nutren su práctica y las construcciones teóricas de las técnicas que se desplazan al dispositivo terapéutico. El psicoanálisis, por decir lo menos, está lleno de Foucault y por eso mismo de subjetividades antes que de subjetividad definitiva, pero también de lingüística que tornó en estudios culturales lo que era hermenéutica del texto consolidado, y por ahí se cuela un agradable discurso posmoderno que simpatiza con el psicoanalista porque parece explicar buena parte de lo que la realidad ingenua le presenta.

En fin, creo que la historia política del siglo XX se articuló con la emergencia, consolidación y ocaso del psicoanálisis ―lo siento, sí hay un ocaso del psicoanálisis, Rudinesco lo sabe y por eso anda muy preocupada; no todos los psicoanalistas son tan buenos como ella quisiera―. Pero no es tarde, el problema es que la formación teórica o filosófica del viejo terapeuta, del osco hermeneuta de la cultura y del filósofo preocupado por el ethos de una época, está ausente, en su lugar lo que hay en los consultorios es un pathos posmoderno que ha logrado romper las paredes de la consulta y, pues sí, en un bar hortera alguien le pregunta a un joven y sofisticado psicoanalista “¿me estás psicoanalizando?” y, vaya sorpresa, no se equivoca.

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