Eli Zaretsky nació en Brooklin, Nueva
York. Es historiador y se doctoró en Filosofía por la Universidad de Maryland.
Ha escrito por lo menos dos obras sobre la historia política y cultural del
psicoanálisis. El libro que ahora mismo voy a comentar se llama Freud: una
historia política del siglo XX (Paidós, 2017).
Mi intención es dar con una respuesta
sensata a la pregunta que Zaretsky dispara de manera inteligente al comienzo de
sus páginas: ¿por qué el pensamiento freudiano a ratos parece estar obsoleto en
pleno siglo XXI? Entonces yo también tengo una pregunta y aquí la planteo para
tirar de ella: ¿acaso el psicoanálisis sigue siendo contemporáneo, cuando
sabemos que a principio del siglo XX convocó a las grandes mentes de la
ciencia, el arte y la filosofía, y hoy, en pleno siglo XXI, se presenta, no
pocas veces, como un ejercicio intelectual posmoderno sin el blindaje moderno
que tuvo en los años de su emergencia y consolidación?
Veamos. El autor dice que el
psicoanálisis estuvo fundado por tres proyectos originales, a saber: una
práctica médica que encontraba su andamio en lo terapéutico; una paradigma con
la cual interpretaba la cultura, lo que la convertía, a decir de Jean Paul
Gustave Ricœur, en una disciplina hermenéutica (he dicho en otra parte que
Ridinesco no está muy de acuerdo con esto, ella insiste en que es una ciencia y
punto); y una ética para la vida cotidiana, justo con la que se presenta al
nuevo sujeto freudiano. Pues bien, para finales del siglo XX y el pleno siglo
XXI las cosas ya no fueron muy bien que digamos, porque el proyecto terapéutico
cedió su sitio a las neurociencias y la psicofarmacología, considerando que una
vuelta al positivismo vendría bien a cualquier disciplina que se preciara de
ser moderna; la interpretación de la cultura fue devorada por el
posestructuralismo lacaniano, derridariano y foucaultiano y la tornó estudios
culturales, creando así una cosa extraña llamada “razón cínica” y el auge de la
cultura popular como universo mínimo; y la ética del sujeto freudiano terminó hecho
trizas por un posmodernismos que consideró que la razón hegemónica las grandes
narraciones estaban superadas y tonterías de ese tipo.
Pienso en el texto que tengo en mis
manos y estoy de acuerdo con lo que dice, también pienso en la historia del
psicoanálisis que yo mismo me construí hace ya algunos años. Coinciden en
muchos puntos: hay una prehistoria, un pre-psicoanálisis, o lo que en mi tesis
de maestría señalé como “problemas que el psicoanálisis después descubriría que
eran de su incumbencia”. Pero hay algo en lo que ya no encuentro pistas: para
Zaretsky lo político no es lo contextual-histórico, de tal forma que entiendo
que la política no puede ser contexto, ni acontecimiento, es más bien el
problema transversal de la historia del psicoanálisis. Entonces sí puedo
retomar la compatibilidad con el autor: el peligro de la historia interna del
psicoanálisis radica en lo que Onfray advirtió como una mala filosofía, la que
el psicoanálisis representa; esto es un problema para el psicoanalista promedio,
que al no ser filósofo es uno fatal cuando lo intenta y descubre que fracasa en
cada intento. Entonces la otra historia, la determinante, parece decirnos
Zaretsky, es la que está afuera y no puede ser más que política.
Aquí sentencio yo: la historia
política del siglo XX ha sido la consolidación del espíritu del capitalismo,
gracias a una ética protestante, sugiere Zaretsky; ha sido la del racismo y la
discriminación de los negros en Europa y América, que tuvieron a bien vindicar
su condición humana a partir de la música y la danza; ha sido la del
antisemitismo y la banalización del mal, donde la discusión filosófica de la
tolerancia fue la primera gran banalización; y, finalmente, la historia
política del siglo XX ha sido la de las relaciones de poder con un énfasis
equivocado en la lectura que Michel Foucault hizo del problema. Y como esto no
es un ensayo, pues trataré de observar desde lo general esto que acabo de
sentenciar, que no es más que una configuración de lo que Zaretsky ha planteado
en este libro que tiene apenas 288 páginas y una rica bibliografía.
Zaretsky da cuenta del papel del
psicoanálisis en cierta ética religiosa que operó sobre cierto espíritu de
época, la del protestantismo sobre el del capitalismo. La lectura que hizo
Zaretsky de Weber ―¡bárbaro este filósofo de Brooklyn!― es profunda y razonada:
línea por línea, idea por idea; encontró que en la denominada “segunda
revolución industrial” el papel del psicoanálisis medió entre el consumo de
masas y el aumento de la producción. Esto es sencillo de descifrar: el nuevo
sujeto freudiano entró en contradicción con la trama que le antecedía, el del
ascetismo por el del colectivismo. Este giro comportamental puso de cabeza la
concepción del mundo y Weber, que tenía mucho de psicólogo, cayó en la cuenta y
persiguió la idea hasta que llegó a las grandes conclusiones que ya conocemos.
Vamos, que lo que Zaretsky nos quiere decir es que, aunque Weber no lo haya
escrito en su libro ―que por cierto nunca le puso él el famoso título―, el
espíritu del capitalismo no se hubiera logrado sin un psicoanálisis que traía
la potencia de otras teorías revolucionarias.
Lo mismo sucedió con Fanon con “Los
condenados de la tierra”, donde aseguró que el inconsciente era motor para la
revolución, sin duda que el existencialismo de Sartre influyó fuertemente al
también autor de “Piel negra, máscaras blancas”. En 1961 se publica “Los
condenados de la tierra” de Fanon, y en 1960, un año antes, “Crítica de la
razón dialéctica” de Sartre, obra en el que, digo yo, ofrece su último intento
antes de que el materialismo histórico que defendía viniera a ser cuestionado
inteligentemente ―pero también injustamente― por el estructuralismo de
Lévi-Strauss ―lo que hizo Foucault después no tiene perdón, pero en fin―. Fanon
supuso que ese existencialismo, ese materialismo histórico y el psicoanálisis
que rondaba toda Europa era la posibilidad de su breve pero profunda obra. Hay
que decir, entonces, que Fanon puso a los negros, a la fuerza negra, más allá
del Blues y la danza, más allá de los orígenes africanos (propio del
estructuralismo de Strauss) y plantear una teoría de lo negro, de la negritud.
Creo que el aporte fue trascendental.
Puedo seguir con el agujero negro que
causó el holocausto, puedo seguir con el papel del yo freudiano ―que después
alguien tuvo la idea de tornarla self y nos jodió buena parte del trabajo bien
hecho―, puedo seguir con la ética del poder o las relaciones de poder, puedo
seguir… Zaretsky sigue aplicando la misma técnica: la revisión minuciosa de obras
fundamentales que han problematizado la histórica política del psicoanálisis
que no puede ser otra ―¡ojo aquí, que esto es atrevido!― que el de la humanidad
misma.
Entonces otra vez la pregunta: ¿es el
psicoanálisis un modelo teórico contemporáneo? O como dice Zaretsky, ¿por qué a
ratos parece obsoleto? Pues bien, yo buscaba una respuesta sensata y si bien
aquí no argumento cómo llego a ella, bien que lo pongo porque para eso leí el
libro “Freud: una historia política del siglo XX”. Ciertamente el psicoanálisis
del primer proyecto está repleto de intelectuales con disposición de un
consultorio, pero también es cierto que no es culpa de ellos, más bien toca
investigar las filosofías que nutren su práctica y las construcciones teóricas
de las técnicas que se desplazan al dispositivo terapéutico. El psicoanálisis,
por decir lo menos, está lleno de Foucault y por eso mismo de subjetividades
antes que de subjetividad definitiva, pero también de lingüística que tornó en
estudios culturales lo que era hermenéutica del texto consolidado, y por ahí se
cuela un agradable discurso posmoderno que simpatiza con el psicoanalista
porque parece explicar buena parte de lo que la realidad ingenua le presenta.
En fin, creo que la historia política
del siglo XX se articuló con la emergencia, consolidación y ocaso del
psicoanálisis ―lo siento, sí hay un ocaso del psicoanálisis, Rudinesco lo sabe
y por eso anda muy preocupada; no todos los psicoanalistas son tan buenos como
ella quisiera―. Pero no es tarde, el problema es que la formación teórica o
filosófica del viejo terapeuta, del osco hermeneuta de la cultura y del
filósofo preocupado por el ethos de una época, está ausente, en su lugar lo que
hay en los consultorios es un pathos posmoderno que ha logrado romper las
paredes de la consulta y, pues sí, en un bar hortera alguien le pregunta a un
joven y sofisticado psicoanalista “¿me estás psicoanalizando?” y, vaya
sorpresa, no se equivoca.
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