Al sol de mediodía se le conoce como
la hora del demonio, de Lucifer, de la gente que respira y transpira maldad.
Así es en la provincia. Es la hora binnidxaba´. Las viejas costumbres
han venido recomendando desde hace muchas décadas, no salir de casa, o esperar
a que pasen unos minutos y, entonces sí, retomar la vida cotidiana de las
calles. Incluso, a quienes esta mala hora los pilla en mitad de un mandado, sin
más se suben a una banqueta o buscan la sombra de un árbol para resguardarse
hasta que algo ―nunca he sabido qué― les indique que ya pueden continuar. Mi abuela decía que a esa hora estaba prohibido mentir, lanzar maldiciones o abrir la
ventana sin ofrecer una pequeña plegaria a San Vicente Ferrer, el santo patrón del pueblo. Eran los minutos más despiadados del día, más aún si era domingo.