He
decidido volver a mi estudio en Ciudad de México; el viaje en autobús me hizo
sentir vulnerable, como quien cierra los ojos y voltea la cara esperando a que
algo fulminante lo golpee y lo derribe. Así fue como me sentí en mi puesto a un
codo de una señora de la tercera edad que bajó en Puebla y yo me seguí hasta el
terminal de autobuses de la TAPO. Mi amigo Marco pasó por mí en su carro; estoy
muy agradecido con él. Cuando abrí la puerta me encontré con dos facturas por
pagar, una fina capa de polvo sobre los pocos muebles que tengo y un ambiente
melancólico que esperaba por mí.